Te quiero
La playa volvía a estar vacía. Harry y Dafne la habían dejado sola, el vaivén del agua continuaba y en el cielo celeste seguía brillando el sol tan amarillo y tan radiante como Harry y Dafne lo encontraron al llegar. Durante el viaje de vuelta Dafne decidió que no se alejaría de Harry. "Que se aleje él si quiere" pensó. No le parecía una persona peligrosa, en lo poco que conocía de él aún no había encontrado indicios de peligro y no pensaba alejarse de él, hasta que los encontrara. Vale, que sí que era de perder el control de vez en cuando, era de enfado rápido pero el chaval se esforzaba por controlarse y hasta el momento había conseguido retomar el control de sí mismo.
Harry estacionó su coche frente al taller y ambos se bajaron. Caminaron hacia el interior del taller donde les recibió Henry. Se acercó a los dos que entraron juntos mientras sonreía.
—Hola chavales. Creía que hoy no venias Harry como me pediste el día libre.
—Sí, tengo cosas que hacer solo he venido a darle el coche a Dafne.
Henry asintió. Harry dijo que iba a por las llaves y salió corriendo adentrándose más en el lugar. Cuando desapareció Henry miró a los ojos de Dafne y esta le sonrió mientras decía "¿Qué?" de forma divertida.
—Nada.
—Mi padre se pasara a pagarte un día de estos.
—Bien.
Harry volvió a aparecer y Dafne lo siguió hasta llegar a su pequeño escarabajo azul. Lo miró con detenimiento, estaba limpio muy limpio. La última vez que lo vio no estaba tan limpio. Asomó su cabeza al interior del vehículo, todo parecía estar en orden, la sacó y miró a Harry.
— ¿Lo has limpiado?
—Un poco. — Le entregó las llaves. — Tenía mucha mierda.
— ¿Durará más de dos días?
Se acercó a ella con lentitud y pasándole su brazo derecho por la cintura la atrajo a hacia ese cuerpo tonificado que tenía. "Debería" le susurró en su oreja y la chica sonrió. Y la rodeó también con el brazo izquierdo. Casi rozando el rostro de la muchacha con el suyo fue alejando su labios carnosos de la oreja de Dafne. Acabaron sus rostros uno frente al otro, muy cerca, sus respiraciones se cruzaban.
—Ahora que tienes tu coche no tendré que hacerte de chofer. — Dafne subió sus brazos y enredó sus dedos en el pelo de Harry.
—Bueno si te hace ilusión puedes seguir haciéndolo.
El móvil de Harry comenzó a sonar y ambos se separaron despacio, muy despacio, sin dejar de mirarse a los ojos. Se miraban con sonrisas rebeldes en sus labios y entonces Harry contestó la llamada. En cuanto quien quiera que fuese que le llamaba le habló su rostro cambió. Su sonrisa se borró y el brillo de sus ojos se perdió. Dijo un estoy de camino y colgó. Miró a Dafne tan solo unas milésimas de segundo, era tan perfecta, y salió de allí con prisa sin decir nada, ni un simple adiós. Dejó a Dafne con el ceño fruncido y confundida.
Ella no tenía prisa, así que se tomó con calma eso de subirse a su coche y conducirlo. Su coche, su maravilloso escarabajo azul. Ese vehículo antiguo que había conseguido hacerse con su corazón. Sus antiguos dueños lo habían hecho tan valioso y ahora ella no quería otro coche, solo su pequeño escarabajo azul.
Paró el coche en la puerta de su casa, entró y subió las escaleras, feliz, hasta llegar al despacho de su padre. Entró sin llamar y corrió hasta su padre. Lo abrazó mientras besaba su mejilla y después apoyó la cabeza en su hombro.
—Estas muy contenta.
Le habló sin despegar su vista de los papeles. No lo había hecho cuando su hija entró corriendo hacia él, ni hizo tampoco cuando lo abrazó. Se dio cuenta de su presencia pero no miró a su hija, esos papeles sin ninguna importancia parecía estar contándole la más interesantes de las historias.
—Ya tengo el coche, pásate por él taller a pagar.
—Vale. — Susurró sin mirarla.
—Papá.
— ¿Si? — Seguía sin mirarla.
—Te quiero.
Entonces si la miró. La muchacha había quitado su cabeza de su hombro y lo miraba a él también. Brap la miró con ternura, con la misma ternura con la que le pasó la mano por el rostro.
—Y yo a ti mi vida. — Después de decir esas palabras volvió a sus papeles.
Quería a su hija, puede que esa fuera la razón por la cual se aferró a su dolor y decidió quedarse en donde estaba. Además, debía pagar por hacer lo que no debió hacer.
Dafne estuvo horas bailando, dejando que la música que un día los dedos sobre las teclas de algún piano crearon la guiara. Giraba, giraba sin descanso y se sentía bien. Saltaba tan alto como podía abriendo sus piernas en ese tan alto como podía y caía, de pie con la misma elegancia que un gato lo hace. Las horas pasaban pero ella no lo notaba. El reloj se había parado y ella quiso correr rápido cuando decidió mirarlo. Era tarde así que ya no correría, ya era tarde, todos sus intentos serian en vano, ya daba igual.
Aparcó su coche pero no se bajó de este. La luz de la cocina estaba encendida su madre la esperaba, había desobedecido y la mujer severa lo sabía, siempre lo sabía. Por muy seguro que fuera su escarabajo azul debía ser valiente y salir de él, entrar en la casa y escuchar lo que su madre tenía para decirle ¿Sería tan cruel como lo fue cuando desobedeció el lunes?
El lunes, su madre llegó y ella no estaba. "Debías estar en tu cuarto estudiando" le gritó mientras que la sacaba de la habitación de paredes de espejo. Le apretaba el brazo con rabia dejándole los dedos marcados y la uñas clavadas. "No estoy haciendo nada malo" le dijo Dafne después de escuchar paciente todo lo que aquella mujer fue capaz de decirle. En el coche la mujer severa siguió gritando. "Claro que sí, me desobedeces" un mechos de pelo se escapó de su perfecto moño, ya no era perfecto. La parte agradable llegó a su fin y después vino la dolorosa, la cruel, cuando la mujer volvió a colocar el mechón de pelo en su lugar y la nombró, nombró a la que se había ido. Sabiendo el daño que hacía siguió hablando de ella, las comparó "Nunca podrás ser tan perfecta como ella" Dafne lo sabía porque ella no era perfecta y aquella que se fue siempre lo fue. Se relajó cuando una lágrima desobediente, tan desobediente como Dafne, se deslizó por la mejilla de su hija y siguió su charla, siguió en su incansable intento de domesticar a Dafne. El coche ya se movía y Dafne encarceló las lágrimas en sus ojos para liberarlas más tarde en su almohada.
Bajó de su escarabajo y caminó hasta la puerta. Allí se quedó con las llaves en sus manos y las piernas temblándoles. La butaca posicionada a unos pasos de la puerta la llamaba. Hacía tiempo ya que no la llamaba pero aquella noche la llamaba y fue a ella. Se sentó en la butaca y se quedó muy quieta con sus pies apoyados en el suelo de madera. "No soy perfecta ¿y qué?" Pensó. "Ella sí lo era, se debió de quedar ella no yo" siguió pensando. Se armó de valor y fue hacia la puerta. Perdió todo ese valor cuando la abrió.
La cerró a su espalda y su madre llegó. Su moño estaba perfecto, su ropa entera, lisa y limpia mientras que a la de Dafne le faltaban trozos, estaba arrugada y tenía restos de arena. La culpa era de la playa, tras bailar se vistió con la ropa de la playa. La mujer severa estaba perfectamente maquillada, Minerva esta impecable, Dafne no.
—He preparado té, ven acompáñame. — No le hablaba desde el lunes. La acompañó.
Se sentaron una frente a la otra, Dafne había dejado su bolso a los pies de su taburete y esperó a que su madre le llenara la taza de té para rodearla con sus delgados dedos. La tensión se instaló entre ellas.
—Has decidido tirar tu futuro a la basura por lo que veo. — El moño de Dafne estaba desecho. — Yo he decidido que no te permitiré hacerlo. —Dafne no era perfecta. — Dafne, lo estoy haciendo por ti. Te pasas los días encerrada en esa jodida habitación y no estudiando precisamente y cuando no estás ahí estas bailando. Tienes que mejorar tus calificaciones.
—Vale mamá, mejoraré mis calificaciones. — Cogió su bolso y salió corriendo, huyó de su madre.
Fue hacia su padre, corriendo. Mientras que de su madre se alejó, corriendo. Le dijo "Te quiero" a su padre, a su madre no se lo dijo. Eran tan diferentes el uno del otro. Una tan perfecta y el otro tan imperfecto.
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Ella {EDITANDO}
Fiksi PenggemarSu cuerpo se mueve ágil rodeado de la melodía desprendida de un piano, su corazón late en su pecho, sus recuerdos la queman y su dolor no la deja ser ella. Sus pies pisan la arena de la playa, en su pecho un corazón fío y seco, sus recuerdos abando...