La mesa
Ya era tarde cuando Dafne llegó a casa aquel jueves. Entró despacio, tratando de no hacer ruido alguno. La casa estaba en silencio y apenas había luz en su interior. Pensó que Minerva no se había percatado de su ausencia y se relajó. Pero Minerva se percata de todo aquello de lo que quería percatarse, y que su hija llegara demasiado tarde a casa era algo de lo cual quería percatarse. Así que lo hizo.
— ¿Dónde has estado?
Esperó a que su hija pasara por delante de la cocina para hablarle. Dafne saltó ligeramente ante la voz de aquella mujer autoritaria. Se giró hacia la puerta de la cocina y allí estaba su madre con una taza en su mano derecha esperando a que le respondiera. Dafne solamente se encogió de hombro sabiendo que "bailando" no era una buena respuesta. Tampoco es que Minerva necesitara una respuesta, sabía perfectamente donde había estado su hija la ropa en su delicado cuerpo y aquel moño desecho se lo contaban.
—Deja de hacer lo que te da la gana. — Dijo aumentando el tono de voz. —Ya te lo he dicho Dafne, deja el ballet ¿Qué parte de que este es tu último curso no entiendes?
De eso lo entendía todo, lo que no entendía era el empeño de su madre por controlarle la vida, el que tratara de hacer de ella alguien que no era su empeño en hacerla la hija perfecta. Ella no era su hija perfecta. Bajó su mirada al suelo y ahí fue cuando Minerva supo que no le respondería. Era mejor después de todo porque no quería una respuesta, no quería las razones de su hija, solo quería que la obedeciera.
—Empiezas a agotar mi paciencia Dafne. — Levantó la cabeza para ver los ojos de su madre. — Si piensas que te voy a permitir hacer lo que te venga en gana estás muy equivocada. Vete a tu cuarto. — Gritó lo último.
Se fue, como si su madre no le hubiera echado la bronca, como si no le estuviera negando aquello que le daba paz. Total pese a la insistencia de Minerva segaría bailando, para ella se había convertido en una necesidad y no lo dejaría por mucho que fuera el último año de instituto.
A la mañana siguiente la muchacha de pelo largo ya estaba despierta y vestida cuando el despertado sonó. Lo hizo callar y colocó sus amadas zapatillas negras de punteras blancas en sus pies. Como todas las mañanas cuando entró en la cocina en busca de su desayuno su padre ya estaba allí. El hombre bebía de su taza de café mientras leía las letras plasmada en uno de los muchos folios que tenía delante. Dafne, con lo que parecía una débil sonrisa en sus labios, se acercó a su padre y besó su mejilla. Este la miró y le sonrió.
—Hola cariño.
—Hola papa. — dijo mientras cogía la manzana más roja que encontró en aquella cocina. —Ayer tuve que llevar el coche al taller.
—Bien, yo pagaré la reparación. — Habló sin dejar de mirar sus papeles. — ¿No piensas que ya va siendo hora de cambiar de coche?— Le preguntó mirándola esta vez.
—No, me gusta el que tengo.
Brap ya le había ofrecido en varias ocasiones un coche nuevo pero ella siempre se había negado, a veces decía "este va bien" a pesar de todo el tiempo que su escarabajo azul pasaba en el taller, otras decía "ya tengo un coche, no necesito otro" y su padre no insistía. Ambos sabían que ninguna de esas cosas eran las razones por la que Dafne se empeñaba en conducir aquel trasto viejo, pero ninguno lo decía.
Dafne se despidió de su padre y salió de la casa. Había salido antes de lo habitual porque aquel día tendría que caminar para llegar al instituto. No le molestaba aquel hecho, es más, aquella mañana de viernes le gustó ese paseo mñanero. Encontrarse con su madre bajando por las escaleras para salir de la casa no era algo que le apeteciera. El no tener coche aquel día le vino bien. Uno que si tenía coche era Harry. Él no salió antes de casa para ir al instituto, incluso puede que lo hiciera más tarde de lo que debía. Eso explicaría que llegara tarde, no le importó lo más mínimo, como tampoco le importó estar en dirección la hora antes del almuerzo.
—Pensé que no te vería por aquí tan pronto. — Dijo el director cuando vio entrar a Harry en su despacho.
—Pues te equivocaste.
Harry se sentó despreocupado en una de las dos sillas frente al escritorio del director y este comenzó a agitar despacio su cabeza hacia los lados. Puso el capuchón al bolígrafo azul entre sus manos y comenzó a prestarle toda su atención al que estaba frente a él.
— ¿Qué has hecho?
—Un poco de lo de siempre, mandar a uno a la enfermería.
El director no se sorprendió. Mostró una actitud despreocupada, al escuchar las palabras de Harry se dejó caer en el respaldo de su silla. Había perdido la batalla tantas veces con aquel chico que ya no se enfrentaba a él. Harry siempre gana y alguien siempre perdía. No quería ser él quien perdiera frente a Harry.
—Está bien. — Suspiró. — Trata de no meterte en líos Harry, la próxima vez será algo más que un "está bien"— Harry asintió. — Vete.
Harry no recordaba que fuera así de fácil. Normalmente la charla duraba algo más, a veces lo amenazaba con llamar a sus padres y otras lo castigaba, a pesar de que él nunca se presentaba al castigo impuesto. Decidió pasarse el resto de la hora en el campo de football americano. Se dedicó a mirar el campo desde las gradas, podría haberse quedado horas así pero el timbre sonó, era la hora del almuerzo y él tenía hambre. Fue hacia la cafetería, allí ya había algún que otro alumno recogiendo su almuerzo. Otros ya estaban sentados con sus almuerzos delante. Su mirada verde fue directa a su mesa, estaba vacía, la figura femenina no estaba.
Aquel dios expulsado del Olimpo no hacía cola, asique se colocó el primero para recoger su comida. Ninguno de los que estaban allí respectado el turno hizo objeción alguna, era Harry si él no quería hacer cola era mejor dejar que no la hiciera. Una vez que consiguió su comida fue a su mesa y comenzó a comer. Pronto dejó de hacerlo cuando minutos después una bandeja se posó frente a la suya. Levantó la mirada sin ganas de hacer amigos y se encontró con la figura femenina sentándose frente a él. Todos los allí presentes miraban como Dafne se sentaba frente a Harry, ninguno seguro de como actuaría aquel dios malhumorado, ninguno seguro de que Dafne hubiera tenido una buena idea. Harry recorrió la sala con la mirada y todo los que los miraban dejaron de hacerlo para centrarse en su almuerzo y tímidamente mantener una conversación con el de al lado.
—Esta es mi mesa. — Le dijo Harry serio.
—No le he visto tu nombre por ningún lado.
—Eso es porque no lo tiene.
—Entonces me quedo. — Le dijo poniendo una sonrisa. —El curso pasado no reclamaste la mesa.
—Porque no estaba para poder hacerlo. — Su mirada era dura sobre Dafne. — Pero ya he vuelto y quiero mi mesa.
Dafne comenzó a jugar con los guisantes en su plato mientras habría el libro que había dejado en la mesa junto a su bandeja. Harry se dedicaba a mirarla, a analizar su angelical rostro, sus labios rosados y sus brillantes ojos marrones. Seguía siendo tan perfecta como lo era en el taller.
—Podemos compartirla. — Dijo antes de ponerse a leer.
Cuando se dio cuenta de que la muchacha no se iría y de que por mucho que lo intentara, que lo estaba intentando, no podía echarla cogió el tenedor de mala gana y se puso a comer. No entendía como podía serle tan complicado pegarle cuatro voces y tenerla temblando ante él como hacía con el resto de mortales. No entendía porque la figura femenina era tan especial.
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Ella {EDITANDO}
FanfictionSu cuerpo se mueve ágil rodeado de la melodía desprendida de un piano, su corazón late en su pecho, sus recuerdos la queman y su dolor no la deja ser ella. Sus pies pisan la arena de la playa, en su pecho un corazón fío y seco, sus recuerdos abando...