Capítulo: 1

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La figura femenina

Su pelo castaño se mantenía en una pequeña coleta. Aquellos mechones que no llegaban a ser sujetado por la goma eran alejados de su rostro por el pañuelo que se aferraba a su cabeza. Sus piernas se movían sin posibilidad de parar, a un ritmo constante. La arena fina y clara se colaba en sus zapatillas. Sus piernas le pedían que parara, el corazón en su pecho se lo gritaba y sus pulmones se inflaban y desinflaban apresurados. Pero él tenía intención de parar de correr.

Y de repente paró, sin previo aviso, sin un solo indicio de que sucedería. Sus ojos dieron con una figura femenina de espalda él y sus piernas pararon sin saber el porqué. Sus ojos miraban aquel cuerpo de apariencia frágil sin poder dejar de hacerlo. Observó su piel lisa y suave al tacto, bronceada tras los meses de verano. Dos pedacitos de tela negra escondían las partes prohibidas de su pequeño cuerpo bien definido. Su pelo largo y oscuro danzaba tras ella ligeramente desplazado hacia la derecha, allí donde el aire lo llevaba, danzaba.

El olor a mar entraba en su cuerpo. El océano en su constante vaivén mojaba los pies de la figura femenina, decorados estos por el color morado que lucían sus uñas, el mismo morado que pitaban las uñas de sus manos. Sus ojos del color de la miel no se despegaban de la línea en la que el cielo y el océano se tocaban desvergonzados. El sol ya se escondía detrás del océano enrojeciendo el cielo a su alrededor.

Aquellos ojos miel no se perdían detalle de los lentos movimientos del reluciente astro. Y aquel muchacho con torso desnudo, camiseta en mano y pantalones cortos en sus piernas, no se perdían detalle de aquella figura femenina. Y unos ojos verdes tintados de una capa oscura recorrieron con detenimiento cada una de las partes de la muchacha que les era posible mirar. Toda les pareció perfecta, tan hipnotizantes. Cuando el sol se perdió bajo el océano aquel cuerpo parado en la orilla se movió. Él seguía sin poder dejar de mirar a la que sostenía un par de sandalias en su mano derecha. Al girarse para emprender su camino, su pelo en su constante danza tapó su rostro. Y Harry desde su lugar metros tras ella, deseó apartarlo para poder ver lo aquel cabello oscuro se empeñaba en esconderle.

No fue Harry quien despegó el cabello del rostro de Dafne, fue ella misma quien elevó la mano que tenía libre y lo apartó en un movimiento lento y delicado, un movimiento que hizo a Harry pensar estar viendo un ser digno de adorar. El rostro que el pelo le escondió ahora le era posible verlo, y eso hizo Harry hasta que la espalda de Dafne se puso en medio. Cuando la figura femenina estaba lo suficiente lejos como para parecerle pequeña, apretó la camiseta blanca que llevaba en la mano derecha y comenzó a correr tal y como había hecho antes de toparse con aquella muchacha.

Un viejo escarabajo azul se detuvo frente a la casa de ventanas iluminadas. Dafne salió del coche vistiendo un vestido playero color blanco, un bolso grande colgando de unos de sus hombros y las puntas del otro. Pisó la madera del porche al subir el primer de escalón de los tres que había y esta se quejó. No le importó, siguió pisándola hasta que sus pasos la dejaron frete a la puerta cerrada. Con la llave en la mano dudó entre abrir o sentarse en la butaca que la esperaba unos pasos alejada de la puerta. Optó por entrar y dejar caer el bolso y las zapatillas que usaba para dejar que la música se enredara en su cuerpo para apoyarse en el marco de la puerta del salón. Desde allí podía ver a su padre, estaba sentado en el sillón beige mirando la tele apagada y con un café frío en la mesita de cristal frente a él.

Dafne no se sorprendió ante la imagen, sabía muy bien que era eso lo que encontraría. Lo había hecho durante todo el verano, día tras día a llegar a casa su padre estaba allí sentado con un café frio frente a él y la tele apagada. También sabía que su padre seguiría torturándose en silencio, allí sentado, hasta que ella lo parase. Así que, tras unos segundos apoyada en el marco de la puerta, fue a parar la autotortura de su padre. Lentamente caminó hasta colocarse delante de la tele apagada y el hombre de mirada triste que era su padre dejó de mirar la tele apagada para mirar el rostro joven de su hija.

—Hola papá.

—Hola cariño.

Dafne se sentó junto a su padre y sostuvo la taza de café frío. No quería asegurarse de que estaba frio, eso ella ya lo sabía. Lo que quería era que su padre se enterase y pudiera dejar de seguir allí sentado.

—Se te ha quedado frío. — Su padre cogió la taza de entre sus dedos.

—Sí, iré a por otro.

Dafne asintió y su padre se levantó. Besó la cima del pelo ondulado de su hija y con la taza de café frío entre sus manos, dejó aquella habitación. Dafne miró a su alrededor, fue una mirada rápida casi fugaz, y acto seguido salió del lugar tal y como su padre acababa de hacer. Cogió el bolso y colocó las puntas de vuelta a sus hombros para subir las escaleras con el propósito de llegar a su refugio, sana y salva. Pero las cosas no le salieron del todo bien. Arriba la esperaba aquella mujer severa y fría. Aquella que se empeñaba en hacer de Dafne alguien que no era. Ya no había vuelta atrás esos dos pares de ojos se miraron por unos segundos y entonces Dafne lo supo, tendría que escuchar a aquella mujer antes de llegar a su refugio.

—Te espero en la sala. — Aquellas palabras fueron contundentes y distantes, seguras y letales.

Dafne caminó hasta su cuarto, pero no entró en este, solamente abrió la puerta y dejó caer dentro lo que colgaba de sus hombros.

Llamó antes de abrir la puerta con cuidado, insegura. Su madre miraba por la ventana de aquella sala que había hecho suya. Dafne se quedó quieta, esperando delante de la puerta de nuevo cerrada tras su espalda, hasta que su madre se giró y con un gesto de cabeza le indicó que se sentara. Lo hizo con lentitud, manteniéndose alerta.

—Mañana comienzan las clases. — Dijo mientras se colocaba frente a Dafne.

Minerva, la mujer severa, no se sentaría junto a su hija. Permanecería de pie, viendo a su hija sentada, haciéndola parecer pequeña, frágil y débil. Mientras que ella, allí de pie, parecía grandiosa, poderosa y fuerte.

—Es tu último curso y no pienso permitir distracciones en el. — Dafne sabía cuáles eran esas distracciones. — Tienes que centrarte en subir tus calificaciones, solo así conseguirás entrar en la universidad y conseguiremos que estudies medicina.

El problema estaba en el conseguiremos de su madre, pero Dafne no diría palabra alguna al respecto. Ella solamente miraría su regazo escuchando todo lo que tenía que escuchar para poder ir a su refugio y una vez allí haría como si nunca hubiera escuchado nada de lo que esa mujer le decía con seguridad y autoridad reinando en su voz. Dafne dejaría que aquellas distracciones la siguieran distrayendo.

—Dafne, dejarás el ballet y la pintura a un lado ¿entendido?

—Entendido mamá. —Dijo mirando directamente los ojos de Minerva.

—Y vístete bien hija ¿Qué clase de ropas son esas que llevas? — No le contestó, ella ya había dicho todo lo que tenía que decir en aquella conversación. —Vete anda.

El peso que desde que entró en aquella sala se instaló en sus hombros, desapareció al escuchar esas dos palabras. Se podría decir que huyó de allí en una carrera corta que la dejó en su refugio. Allí metida miró cada una de las pinturas que decoraban la pared frente a ella, la que estaba, justo, tras su cama. Lo hozo durante unos minutos antes de dirigirse al baño.

Ambos dejaron que el agua cálida cayera por sus pieles desnudas. En diferentes lugares, diferentes aguas acariciaban con delicadeza los cuerpos de Dafne y Harry, para que sus músculos se relajarse, para que la suciedad se fuera. Los dos miraron las mismas estrellas antes de irse a dormir. Aquella noche se metieron en sus camas frías, rodaron en ellas hasta calentarlas, sus parpados pesaron y se cerraron. Soñaron con sus deseos más ocultos y no los recordaron en la mañana. Aquella noche eran desconocidos, Dafne no sabía de la existencia de Harry y para Harry, Dafne solo era una figura femenina mirando al horizonte. Aquella noche todo fue igual que la noche anterior.

Ella {EDITANDO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora