Capítulo:28

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Muy verdes.

El sol se estaba ocultando, otro día más estaba llegando a su fin, y a Dafne se le ocurrió que ver como el sol se escondía en el mar era una buena cosa que ver. Asique aquel lunes tras horas bailando ballet condujo hacia la playa.

Abrió la puerta de su escarabajo azul, cogió su móvil para escribirle a su padre diciéndole que llevaría la cena. No esperó a que le contestara, sabía que no lo haría. Salió de su coche y dejó que sus viejas converse caminaran por la arena.

Llevaba las mallas negras con las que había bailado y esa camiseta blanca agujereada que dejaba uno de sus hombros al aire. Su pelo estaba recogido en un intento de moño y sus converse mal atadas.

Harry corría por la playa, con su corazón latiendo con fuerza en su pecho, daba repetitivamente con sus costillas. Sus piernas se movían rítmicas hacia ningún lado, solo corriendo por correr.

Llevaba el pelo recogido en una mini coleta de la que salían pequeños mechones que bailaban con el aire que daba en su rostro.

Sus piernas pararon en seco cuando sus ojos chocaron con la figura femenina. Sonrió mientras aflojaba el agarre de la camiseta enrollada que sujetaba con su mano derecha. Comenzó a caminar hasta Dafne, lo hizo despacio, dándole al sol tiempo para esconderse. Pero no le dio el tiempo suficiente, llegó junto a Dafne y el sol aún seguía escondiéndose.

Dafne le dio una mirada rápida, no quería perderse los lentos movimientos del sol en el cielo anaranjado. El sonido que hacia el mar en su vaivén la relajaba, mientras a Harry lo relajaba mirar a Dafne concentrada en lo que sucedía frente a ella.

Cuando el sol desapareció Dafne se giró hacia Harry con una enorme sonrisa en sus labios, Harry sin poder evitarlo le sonrió.

— ¿Has venido en coche?— la muchacha asintió. — ¿recuerdas todas las veces que te he llevado a casa?— ella volvió a asentir. — ¿Qué tal si hoy me llevas a casa tu a mi?

—No sé, le he dicho a mi padre que le llevaría la cena y aún no se que le llevaré.

—Cerca de mi casa hay un restaurante que prepara comida para llevar y cocinan bástate bien, solo que tendrás que esperar un poco, lo suficiente para tomarte algo conmigo.

—Está bien. — Dijo Dafne dándose la vuelta. — pero no te acostumbre, no voy a ser tu chofer. — Harry la siguió mientras cubría su torso con la camiseta blanca que antes llevaba en la mano.

Dafne condujo hasta el restaurante que Harry le indicó, pidió la cena de su padre y la suya. Mientras le preparaban el pedido se sentó junto a Harry en una mesa, ella pidió un té helado y él una cerveza.

Hablaban de cosas sin importancia, por hablar de algo, cuando el móvil de Harry vibró ruidosamente y este lo miró para después teclear algo y dejarlo sobre la mesa. Miró a la chica frente a él, una diminuta sonrisa adornaba su cara.

—Era Louis, dice que ha pedido pizza y que viene para mi casa, que page la pizza si el pichero llega antes que él. — Sonrió mostrando todos sus dientes. —La pagaré aunque él llegue antes que el pichero. — Dafne rio.

— ¿Louis es muy amigo tuyo?

—Louis es un idiota al que alimento y al que de vez en cuando le pago el alquiler.

— ¿Él es el idiota?— preguntó antes de beber de su vaso. — consigue que le alimentes y que le pagues el alquiler.

— ¡Mierda el idiota soy yo!

Dafne comenzó a reír, su risa, la melodía preferida de Harry lo hizo sonreír mostrando sus dientes. La miraba, le encantaba verla así, parecía tan feliz, era feliz, en aquel momento era feliz.

Cuando la muchacha llegó a casa, dejó la bolsa con la comida en la cocina, se dio una ducha y fue a buscar a su padre. Lo encontró donde esperaba encontrarlo, en su despacho, le dijo que calentaría la cena que fuera bajando y se fue dejándolo solo.

Cenaron en el más agradable de los silencios, y cuando la hora en la que Minerva llegaba a casa se acercó, Brap, huyó de la cocina tras dejar un beso en la cabeza de su hija.

La mujer severa no tardó mucho en llegar, cuando lo hizo Dafne aún estaba en la cocina, se estaba preparando un té que tomaría en su habitación. Minerva entró y se directamente a la cocina. Su maquillaje estaba impecable como si no hubiera pasado horas y horas en su rostro. Su moño era tan perfecto como cuando lo creó en la mañana.

Miró a su hija, llevaba el pelo suelto, lo tenía largo, demasiado para el gusto de Minerva. Llevaba unas bragas negras tapadas por una camiseta gris que le quedaba muy grande.

Quería criticar el atuendo de su hija, regañarla por ir descalza pero no lo hizo, se mordió la lengua y no lo hizo. La muchacha se giró con una taza entre sus manos y la miró.

— ¿Ya has cenado?— Dafne asintió. — Hace mucho que no cenamos juntas. —demasiado tiempo como para recordar cuándo fue la última vez. —Mañana podríamos cenar juntas. — La mujer severa sonrió. — en el restaurante que esta frente al hospital.— la muchacha frunció el ceño.—cuando termine mi jornada.

—Tengo que prepararme un examen de biología.

Acababa de recordar el examen que no recordaba que tenía. Si su madre quería que cenaran juntas era por algo, y ella no tenía ningún interés en conocer ese algo.

—Así paras un poco de estudiar y te despejas. —Caminó hasta la nevera. — Te esperaré allí, se puntual.

Dafne quería decirle que no iría, pero no tenía fuerzas para hacerlo y se fue a su habitación sin hacerlo.

Miró el lienzo mientras que se bebía de su té, esos ojos verdes necesitaban más verde, y la boca que aún no había pintado, debía sonreír, tal y como lo hacía cuando los ojos verdes la miraban reír a ella, mostrando sus dientes.

Su pelo debía estar suelto y revuelto, despeinado porque a ella le gustaba su pelo despeinado. Más feliz, lo dibujaría más feliz, le gustaba verlo feliz.

Terminó de beberse su té y dejó la taza en el suelo. Más verde, le puso más verde en los ojos. Luego trazos sus labios y los coloreó ni muy rosado ni muy rojizos, del tono perfecto, del tono de sus labios. Los dientes se tenían que ver en medio de esa sonrisa de sus labios, así que los dibujó donde debían estar.

Su pelo, faltaba su pelo pero tenía sueño y la cama le llamaba en silenció, asique dejó los pinceles y las pinturas para tumbarse, con sus rodillas muy cerca de su pecho, en el lado derecho de su cama.

Estaba cansada, tan casada que no se molestó en cubrir su cuerpo con el edredón que había echado hacia atrás cuando se tumbó en la cama. Sus ojos se cerraron, Dafne se durmió y poco después su padre entró en la habitación.

Arropó a su hija y miró el lienzo con un dibujo a medio pintar. Unos ojos muy verdes en un retrato sin terminar. Él ya había visto esos ojos antes, o tal vez solo los echaba de menos, como a los de Valeria, se acababa de dar cuenta que también echaba de menos los ojos de Valeria.



Ella {EDITANDO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora