Capítulo: 45

2.6K 188 43
                                    


Egoísmo generoso.

Harry detuvo el coche frente la casa de Dafne. No paró el motor del vehículo, en cuanto Dafne saliera y la viera entrar en la casa, volvería a poner en movimiento el coche. Pero la cosa se alargaba, Dafne estaba allí sentada con una mano en la manilla y la mirada clavada en la casa de luces encendidas.

Por su cabeza pasaban las razones que le podía dar a su madre. Pensaba en cómo explicarle su desobediencia y salir ilesa, pero todo lo que encontraba tenía en algún momento la palabra papá, y Dafne sabía que nombrarlo frente a la mujer severa, no era buena idea.

Brap ya estaba metido en su propia guerra contra sí mismo, una en la que siempre perdía. Y a Dafne no le pareció justo hacerlo participe de una guerra que no era suya, en una guerra cruel en la cual él sería la diana perfecta para la ira de la mujer severa.

Harry, ajeno a las razones por las que la muchacha no salía de su coche, decidió decir su nombre de una manera dulce y calmada. Dafne lo miró al escucharlo y al ver sus ojos verdes, muy verdes, se percató de que el tiempo no se había parado.

Y es que el mundo tiene esa mala costumbre de no pararse nunca, sigue girando cuando tú necesitas parar, no da un solo respiro. El mundo no paró aunque Dafne sintió, por segundos, que lo hizo.

— ¿Puedo dormir en tu casa?

— ¿Por qué?— preguntó poniendo en marcha el vehículo.

—No quiero escuchar a mi madre. —Le dijo a él. — No hoy. — se dijo a sí misma.

No era ningún secreto para Harry que la madre de Dafne no era la mejor de las madres, pero no sabía lo lejos que estaba de serlo. Hubiera preguntado más a la que ahora podría decirse su novia, pero la mirada de ella clavada en el juego nervioso de sus manos lo hizo callar.

Fue ese sentimiento en el que el miedo se mezcla con el dolor, la ira con la rabia y la desesperanza los envuelve, que hacía a Dafne jugar nerviosa con sus dedos y a Harry odiar a alguien a quien no conocía. Ninguno habló en el trayecto, no por miedo a hablarle al otro, ni tampoco por vergüenza. Dafne no habló porque no tenía nada que decir y Harry, porque no encontró la manera de decir lo que sabía que debía callar en aquel preciso momento.

Dafne entró ausente al interior de la vivienda cuando Harry abrió la puerta y le dio paso. Se quedó parada en medio del salón, estaba demasiado ocupada dándole vueltas a las palabras de su cabeza, que no logró darse cuenta de la realidad en la que estaba. Harry se acercó a ella la metió entre sus brazos y su calor le dio a Dafne la protección que necesitaba, y el consuelo necesario para volver a la realidad.

Alguien golpeó la puerta, lo hizo de forma suave, Harry supo que no era Louis. Soltó a Dafne y se dirigió a abrir la puerta. Tras ella esta aquella pelirroja a la que numerosas veces había metido en su cama. Natalia sonría, le gustó que la puerta le fuera abierta, y más le gustó aún ver a quien se la abrió.

— ¿Natalia?— dijo Harry frunciendo el ceño.

—Hola, llevo mucho sin follar asique ¿nos divertimos un ratito?

—No. — dijo seco.

Fue tras la respuesta de Harry que se dio cuenta de la figura femenina en el interior de la casa. La muchacha miraba la situación sin expresión alguna en su rostro, Natalia no puedo descifrar si su presencia le molestaba tanto como parecía molestarle a Harry, si le agradaba o si simplemente le era indiferente.

—Hola. — se dirigió a Dafne.— Soy Natalia.

—Dafne, yo soy Dafne.

—Lárgate. — gruñó Harry agarrando con fuerza el brazo de Natalia.

Dafne se acercó a ellos y colocó con cuidado una de sus manos sobre la mano de Harry que dañaba el brazo de la chica pelirroja. Todo el cuerpo de Harry se relajó un poco, solo un poco, y dejó libre el brazo de Natalia. Fue entonces cuando la pelirroja se dio cuenta del efecto de Dafne en Harry, cuando supo que no era una más, que muy probablemente ya era la única para él.

—Yo voy a ducharme. Os dejo solos, para que habléis. — Dijo Dafne. —Te cojo ropa Harry. — añadió mientras se alejaba.

Cuando salió de la ducha y volvió al salón, la pelirroja ya no estaba allí, Harry se había encargado de echarla de la mala manera, pero no de la peor que encontró, pues tenía a Dafne en su ducha y no quería estar enfurecido cuando ella saliera.

Estaba sentado en el sofá, sus pies descansaban sobre la pequeña mesa y sus dedos acariciaban sin descanso la pantalla de su móvil. Dafne se dedicó a mirarlo unos segundos, antes de dejarle ver a Harry que estaba allí. En esos segundos vio como Harry pasaba, con frustración, una de sus manos por su desordenado pelo.

Se acercó a Harry muy despacio, hasta que acabó sentada junto a él. Entonces el muchacho, despreocupado y sin dedicarle una mirada, rodeó a Dafne con su brazo izquierdo y la atrajo hasta su pecho.

Dafne recostó la cabeza en el duro pecho de Harry, y este le besó el cabello sin despegar la mirada de su móvil. Con su cabeza sobre ese pecho podía ver con claridad aquello que hacía a Harry no despegar su mirada de la pantalla del móvil.

Era una conversación de apariencia seria lo que había allí. La seriedad se perdió cuando Louis escribió que iba de camino a casa de Harry, quien le exigió que trajera la cena. Cuando Louis accedió a la exigencia de Harry, fue cuando este se digno a mirar a Dafne.

Sabía que había leído su conversación con Louis y no le importo. No le importó que leyera la parte que leyó, le hubiera importado, y mucho, que leyera la parte seria.

—Tailandesa. — dijo Dafne mirando el móvil en la mano de Harry.

Esa palabra, la que dijo Dafne, fue la que escribió Harry.

Harry lo había aceptado, después de mentirse a sí mismo, y de ocultar la verdad que no podía ser ocultada. Cuando perdió todas las batallas que luchó contra sus sentimientos, lo aceptó y dejó de luchar. Ahora le daba todo lo que ella pedía y lo que no pedía también. No lo hacía en acto generoso y desinteresado, lo hacía de manera egoísta e interesada. Lo hacía porque él era feliz cuando lo hacía, lo hacía por él mismo.

Y es que en eso consiste el amor, en un egoísmo generoso, en el que quieres que los besos de alguien, un alguien en concreto, sean solo tuyos. En el que buscas su felicidad para encontrar la tuya. Un egoísmo lo suficiente generoso como para estar dispuesto a caer de rodillas por la satisfacción de ver a quien amas de pie.

Ellos se amaban tanto que estaban siendo lo suficientemente egoístas como para ser generoso el uno con el otro.


Ella {EDITANDO}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora