Capítulo 3, Inesperada propuesta.

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La intriga de que fuese un sensual hombre amable y coqueto se fue desvaneciendo conforme iban aumentando mis miedos, no estaba siendo racional y me podría meter en serios problemas, él podría ser un maleante o un asesino en serie, me podía hacer lo que quisiera, al fin y al cabo este es su bar, me sentí aterrada y quise huir, salir corriendo hacia arriba o devolver el tiempo para jamás haber seguido al mesero.

Pero ya era muy tarde y caminaba por el pasillo sin poder dar vuelta atrás.

El hombre se detuvo frente a una puerta grande de madera fina, me hizo un ademán para que siguiera, me quedé inmóvil y no pude reaccionar, al ver que no me movía, se adelantó y abrió la puerta. Trate de pasar saliva pero me fue imposible, tenía un nudo inmenso en medio de la garganta.

—Siga señorita. —Tome aire y entre con valentía y decisión, no podía demostrarme frágil y vulnerable.

Era una inmensa oficina bastante sofisticada, mis ojos se centraron rápidamente en el amplio escritorio, había alguien, se escuchaba que estaba teniendo una conversación por teléfono pero no podía ver bien, la silla estaba girada en otra dirección y el espaldar de esta era lo único que mis ojos miraban. Di dos pasos haciendo que mis tacones resonarán de forma contundente lo que hizo que él con agilidad colgará la llamada y se girará para verme.

Me quede sin habla, sin razón, sin sentido pero sobretodo, sin oxígeno.

Se puso de pie.

Empezó a caminar hacia mi y sentí como si mis rodillas se fuesen a quebrar, no sé si era el efecto del alcohol o la imponente presencia de aquel majestuoso hombre que tenía frente a mi. Mis labios se resecaron y mis ojos no podían despegarse de su físico digno de admirar, se veía un hombre mayor pero muy bien conservado, aparentaba unos cuarenta y tantos, se veía fresco a pesar de los años, impecable en su traje, su cabello era sedoso y negro, un poco despeinado hacia atrás que quedaba perfecto con su barba definida que enmarcaba su cuadrada mandíbula. Sus dientes eran perfectamente blancos, podía verlos detrás de esos labios gruesos que resultaban tan provocativos, por alguna razón ansiaba por ver una sonrisa formada en ellos, era bastante alto y su perfume atacaba mis sentidos de forma poderosa, lo podía sentir a pesar de lo lejos que se encontraba y con certeza podía afirmar que aquel aroma podría volver loca a cualquier mujer.

Me evaluó por completo y sentí fuertes corrientazos apoderándose de mi cuerpo, escalofríos invadiendo mi espalda mientras los latidos de mi corazón aumentaban por segundo. Nuestros ojos se volvieron a encontrar y esta vez percibí un brillo salvaje en su mirada, le hizo señas al mesero para que se marchara, este lo obedeció de inmediato y se fue cerrando la puerta a su paso. Los nervios me estaban asfixiando, ahora solo estábamos él y yo.

Mi mente estaba un poco descontrolada, los pensamientos que se me estaban cruzando por la cabeza no eran correctos, los deseos que su presencia estaba despertando en mi no me llevarían a nada bueno, esta situación no la podía manejar, ni controlar y menos estando ebria, me lamentaba de haber bebido de forma tan descontrolada.

Yo no era así...

—Hermosa, por favor siéntate —sugirió amablemente y su voz gruesa provocó que mi piel se erizara, lo obedecí sin siquiera pensarlo, el peso que estaba ejerciendo mi cuerpo era demasiado agotador para mi alma indefensa; tomé asiento en uno de los muebles de cuero negro que tenía frente a su escritorio. —¿Qué hace una mujer como tú en un bar como este? —Se recargo en la esquina de su escritorio frente a mi.

—¿Cómo yo? —le cuestioné confundida.

—Joven, educada y sobretodo hermosa.

—Vine a divertirme con una amiga —traté de parecer lo menos tonta e infantil posible.

Pasiones ProhibidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora