Capítulo 33, Castigo y perdón.

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Una vez más y como ya era costumbre me jaloneo de nuevo y de un movimiento rápido me hizo quedar recostada sobre la mesa boca abajo, sentí como una sensación electrizante se apoderó de mi espalda cuando sentí su miembro rozándome despacio, era una agonía lenta que quería terminar con su erección metida en mi interior; respiraba y a pesar de todos los llamados de alerta que le hacia mi cerebro a mis sentidos estos hacían caso omiso y se limitaban a agudizarse más, para mí mala suerte.

Tomó mis dos brazos y los llevó hacia atrás, recargándolos en mi espalda, no intente zafarme por una simple razón: en el fondo no quería que me soltara. Estaba a la expectativa de lo que haría con el silencio inundando mis oídos pero fue hasta que sentí una fina tela rozando mis muñecas que salí de mi excitación y me gire para ver qué sucedía. Me quede boquiabierta y asustada por lo que sus manos estaban haciendo, con su corbata hacia un nudo juntando y amarrando mis dos manos, quería moverme y expresarle mi confusión con lo que hacía pero la imagen que estaba viendo de reojo era simplemente irresistible, sería un pecado privarse de semejante belleza; tenía los puños de su camisa arremangados, los primeros botones de esta estaban sueltos, su cabello estaba algo desordenado, sus carnosos labios estaban ligeramente separados y su rostro demostraba tanta concentración que lo hacían ver mil veces más lindo. Me mordí el labio intentando contener tantos deseos prohibidos que cruzaban por mi sucia mente, salí de mi hipnotismo cuando sus ojos se encontraron con los míos, me lanzo una mirada divertida acompañada de una sonrisa traviesa.

—Te dije que pagarías por tenderme trampas —explicó ante mi rostro descompuesto por la inquietud.

—¿Y qué me vas a hacer? —pregunté con los nervios a flor de piel.

—Ya verás... —finalizó entretenido antes de pegarse de nuevo hacia mi haciendo que nuestros cuerpos chocarán. Me revolví no porque quisiera que saliera de encima sino porque las sensaciones que me estaba causando su cuerpo tan aproximado al mío me hacían estremecer de placer y deseo. —Será mejor que no me hagas enojar más o esto se pondrá peor... —advirtió. —Se obediente por una vez en tu vida.

—Lo soy, solo que no contigo —confesé y al girarme pude ver su expresión, tenía una de esas auténticas y maravillosas sonrisas espontáneas que le salían.

Los siguientes segundos se me hicieron eternos y si no hubiese sido por el ruido que ocasionó algo metálico hubiese creído que me encontraba sola. Trague saliva a pesar del inmenso nudo que tenía en la garganta de la excitación latente que no cesaba en ningún rincón de mi cuerpo. Sus manos se posaron firmes en mis caderas y con un solo movimiento hizo que retrocediera un poco haciendo que mi trasero quedará aun más pegado a su incontrolable erección. Suspire ahogando esos gemidos que quería soltar por lo alto, sus manos pasaron de mi cintura al broche de mis jeans, me quede quieta esperando si haría lo que yo sospechaba y lo hizo, con sus hábiles dedos desabrocho el botón y bajo el cierre, me moví intentando zafarme de sus manos antes de que hiciera alguna locura que nos metiera en serios problemas provocando de paso que toda mi cordura desapareciera, al sentir mis movimientos se detuvo y con su cuerpo hizo presión sobre el mío para que me detuviera, sabía que sin mis manos no lograría salir jamás de su agarre.

Sus manos siguieron explorando, rozaban delicadamente el borde de mis bragas haciéndome mojar aún más cada que sentía su piel contra la mía. Su respiración también se hacía cada vez más pesada y ruidosa, su mano se hundió aún más en la abertura de mis pantalones por encima de la delicada tela de mis bragas, cerré los ojos porque mi cuerpo no resistía a su tacto y cuando creí que iba a meter sus dedos para acariciarme más íntimamente la sacó dejándome completamente caliente.

Intente regular mi respiración y calmar mi sangre que hervía del deseo, de repente de un solo tirón bajo mi pantalón hasta mis rodillas dejándome solo en bragas, no pude evitar ruborizarme mientras él se tomaba su tiempo para acariciar mi trasero, arrancó mis bragas salvajemente y me dio una palmada contundente que dejó ardiendo la zona afectada por su golpe y que probablemente se estaba tornando roja. Lo siguiente fueron segundos de silencio hasta que sentí sus dientes clavados en una de mis nalgas, ese mordisco había sido jodidamente excitante y no pude contener el jadeo que se me escapó.

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