Capítulo 4, Volviendo a la realidad.

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Me desperté somnolienta y desorientada al ver a mi alrededor y no reconocer mi entorno, no sabía en dónde me encontraba y estaba sola, desnuda, en una cama gigante, en una habitación tan lujosa y grande que inquietaba.

Rememore toda la noche como si fuese un flash que se apoderó de mi mente, un dolor fuerte y palpitante me invadía la cabeza. Era la resaca, el karma por haber sido tan alocada y descontrolada anoche. Aunque estaba bastante ebria recordaba todo de aquella noche o debería decir madrugada. Al recordar podía sentir sus tersas y suaves manos recorrerme, primero superficialmente, luego fueron despejando todas aquellas prendas que se estaban entrometiendo entre nuestro contacto y más tarde se fue apoderando de mi cuerpo, besó, tocó, saboreó cada centímetro de mi piel, sin olvidarse de algún remoto rincón, me había explorado por completo. Experimenté algo que jamás había sentido, fue una sensación muy fuerte, que me invadía por completo y aunque quemaba daba placer. Recorría mis venas y hacía que cada poro de mi piel se erizara, quería más, fue algo tan placentero y me logró llenar tanto que es algo que añoraría por el resto de mis días, volver a sentir ese inmenso bienestar, como si estuvieses sedada y drogada a la vez, llegas al cielo e incluso sales de el, exploras el universo y tras un excitante y maravilloso recorrido vuelves a la tierra, queriendo no regresar, quedarte explorando para siempre pero la realidad se apodera de ti y te trae de nuevo a lo que es tu vida... monótona y aburrida.

Al despejar todos los pensamientos que aturdían mi mente, me levante alarmada y comencé a buscar con impaciencia mis prendas y todas mis pertenencias, tenía que salir de allí cuanto antes. Me dolían increíblemente las piernas, nunca tenía noches similares, no estaba acostumbrada a tener este tipo de noches tan agitadas y agotadoras aunque debía admitir que daban un bienestar satisfactorio.

Aunque todo eso había sido una gran locura que preferiría olvidar y enterrar en el pasado, no quería acordarme de aquel bochornoso encuentro donde me deje llevar por el deseo y la lujuria y actúe irracionalmente. No quería enfrentar esto, prefería huir y hacer como que nada había pasado. Tras encontrar mi ropa esparcida por todo el suelo, me vestí en un santiamén y salí sigilosa hacia la gran sala, baje las escaleras con los tacones en la mano para evitar llamar la atención; observe e inspeccione con cautela la primera planta y no vi a nadie hasta que sentí unos pasos detrás mío y me sobresalté asustada.

—Perdón, no quería asustarla. Espero tenga un buen día ¿se le ofrece algo? ¿Quiere algo de desayuno? —dijo una señora de edad, con un rostro desgastado por los años, con una sonrisa amable y un carácter que emanaba tranquilidad. Traía un uniforme y un delantal de cocina.

—No, muchas gracias. Eh... Me tengo que ir. —sonreí cordialmente.

—Muy bien, el chofer la está esperando afuera para llevarla a su casa o al lugar que se dirija, está a su disposición, tal y como lo dejo el Sr. Hans —sentí un escalofrío al escuchar su nombre, su rostro con facciones perfectas y varoniles y su físico de infarto completamente envidiable se entremetieron en mi cabeza.

—¿Él no está? —pregunté en un impulso, en parte estaba completamente aliviada al no tener que verlo después de nuestro placentero encuentro pero una parte de mi quería deleitarse con su presencia un poco más.

—No, señorita. Tuvo que irse apresurado a una reunión muy importante —asentí. Él era un hombre muy ocupado, ya recordaba. —¿Quiere dejarle algún mensaje o un número al que pueda comunicarse con usted? —negué de inmediato, un tanto nerviosa. —Aquí está su bolso —me lo entregó y yo sonreí agradecida.

—Gracias, que tenga un buen día. Hasta luego. —Caminé con rapidez hacia la puerta sin esperar respuesta de su parte, abrí el gran portón y salí. Había un hombre muy elegante charlando por teléfono recargado en una espectacular camioneta blindada. Al percatarse de mi presencia, colgó y me abrió la puerta de atrás. Subí y le regale una sonrisa educada. Sin decir nada cerró y se subió al volante.

—¿A dónde nos dirigimos señorita? —soltó mientras aceleraba. Su voz demasiado gruesa, tanto que inquietaba, en otro contexto me intimidaría demasiado.

—A Schöneberg, por favor —respondí. —¿En dónde estamos?

—En Charlottenburg, señorita —asentí asombrada. Estábamos en la zona más famosa y prestigiosa de todo Berlín y sin duda una muy conocida en toda Alemania. Solo vivía gente sumamente adinerada, aunque no me sorprendía, acababa de salir de aquella mansión lujosa y hermosa que es prácticamente indescriptible de lo majestuosa que es.

El recorrido fue rápido y sin paradas, directo y conciso. Le di un par de indicaciones para que me dejara a unas cuadras de mi casa, no quería que algún conocido me viera bajarme de tan lujosa camioneta. Empezarían a hacer preguntas y la verdad prefería evadir ese tema por siempre. Me bajé, recibiendo la ayuda del chofer que no cruzó palabra conmigo lo cual le agradecía, no era muy buena dialogando con extraños.

Nos dimos una breve despedida cordial y seguí mi camino mientras el auto arrancó velozmente. Trate de no llamar mucho la atención y agradecí que aún fuese temprano y el flujo de personas no fuera tan grande. Entre a la recepción y salude al vigilante, sin prestar atención al gran interrogante en su frente. Subí por el ascensor y en el recorrido saque mi celular para revisar los mensajes nuevos que tenía, habían demasiados y al ver que la mayoría eran de mi mamá, lo guarde de nuevo. Ya no podía ignorarla más, tenía que enfrentarla y ver qué pasaba con todo, esperaba no encontrarla y dejar toda esa conversación para después. Algo que tenía claro, era que todo lo que había pasado se quedaría conmigo hasta el día de mi muerte, aquella locura no se la podría contar a nadie.

Saque mis llaves y abrí la cerradura, entre intentando no hacer mucho ruido por si había alguien en casa, camine por la sala y me quite los tacones, las plantas de los pies me dolían increíblemente. Iba distraída caminando hacia mi habitación cuando vi a mi papá y a mi mamá salir desde la cocina con cara de preocupación, me quedé estupefacta al ver a mi padre aquí, hacía meses que hablaban lo estrictamente necesario por teléfono acerca de mi y verlos juntos se me hizo muy extraño.

—Hija ¿en dónde estabas? —corrió hacia mi, mi madre angustiada. Mi padre se me acercó también y sentí un inmenso fastidio al ver su falso e hipócrita amor. Nunca se interesaban por mi últimamente, no veía por qué lo hacían ahora.

—Salí ayer con Camile, tú ya sabías ¿por qué preguntas? —usé un tono cortante mezclado con sinceridad y algo de molestia hacía ella. Mi papá se sorprendió por mi respuesta y observó la escena entre las dos.

—Pero no llamaste... Estaba angustiada. Tuve que llamar a tu papá porque no respondías, tenía miedo de que te hubiese pasado algo —rodé los ojos y asentí con amargura.

—Ya ven, nada me ha pasado. Pueden seguir felices con sus vidas mientras yo sigo con la mía. Hacemos como que nada pasó y ya. De por sí ustedes ya andaban bastante ocupados, no quiero molestar o interrumpir sus vidas. —Los dos quedaron perplejos por mis sinceras palabras.

—No tienes que hablarnos así Bárbara. Nosotros nos preocupamos por ti, somos tus padres, es normal —expresó mi padre con voz suave siendo sutil.

—Ya no tienen que hacerlo, ya estoy bastante grande. No hay de qué preocuparse, créanme —reí con ironía y seguí sin prestarles atención.

Me encerré en mi cuarto y me desvestí, estaba tan acalorada que decidí dormir desnuda, sin nada que se interpusiera entre mi adorada cama y yo. Me metí bajo las sábanas y sentí un gran placer al sentir la tela fría sobre mi piel caliente, cerré los ojos y me relaje, deje de lado todo el drama familiar, me olvide de esas dos personas que estaban rondando por mi habitación mientras dialogaban en el pasillo, mi cuerpo seguía allí pero mi alma voló.

Recordé de nuevo la calidez de sus manos, su barba rozando mis partes íntimas, sus gemidos roncos en mi oído, su lengua jugueteando en mi interior, descubriéndome, sus labios apoderándose de mi, lentamente... Su vigoroso miembro que me invadió de placer, deseo, lujuria, que me entretenía y me satisfacía con su deleitosa y escultural forma, quería tenerlo dentro de mí de nuevo, sentirlo, tocarlo. Su pecho contra mis senos mientras sudábamos recostado uno sobre el otro.

Ese hombre había sido todo eso que me había imaginado cuando lo vi por primera vez; decente, elegante, educado, delicado pero salvaje a la vez, demandante y posesivo. Parecía tener poder, ser importante, una persona prestigiosa y eso también lo demostraba bajo las sábanas. Era él que mandaba, dominaba y controlaba todo a su alrededor.

Me fui rindiendo ante el poder del sueño mientras no paraba de sonreír al rememorar lo que fue, por ahora, la mejor noche de mi vida.

Pasiones ProhibidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora