Capítulo 42, Desafiante insolencia.

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Después de entrar por esa puerta, desgarramos cada prenda que se interponía entre nosotros, nos desnudamos en todo el trayecto hacia la que sería nuestra habitación, no logre percatarme en qué momento anocheció y el cielo se oscureció, después de horas pasando entre tantas caricias, besos, mordiscos, lametazos, saboreando cada parte del cuerpo del otro, empañados en sudor, gimiendo, jadeando exhaustos pero jamás cansados, no creo que algún día podría decir que me aburriría de su cuerpo y como este me daba placer. Nuestros celulares no pararon de sonar pero eso no nos impidió seguir disfrutando del otro, tras cambios de posiciones, gritos, mis uñas dejando marcas por su espalda y sus dientes marcando un camino por mi cuello y mis senos, quedamos rendidos sobre la cama, abrazados y envueltos por una inquebrantable plenitud. Me relaje con las palpitaciones de su corazón, su pecho subiendo y bajando mientras regulaba su respiración, acariciaba mi cabello con ternura, estábamos en medio de un silencio profundo pero muy cómodo.

Salimos de nuestra jaula de ensueño, fui organizando un poco nuestra ropa que estaba esparcida por todo el piso, Tom quiso ir por una botella de champán para brindar como aquella primer noche en la que nos conocimos y me fui a su casa sin saber que desde allí mi vida tomaría un cambio extremo.

Rebusque en mi bolso y quise tomar mi celular para apagarlo y que así no fuera motivo de interrupción más tarde, mensajes, llamadas perdidas y más mensajes... De Toby.

«Bárbara ¿cómo estás?» «¿En dónde estás?» «Dime que estás bien, por favor» «¡Contesta!» «Necesito saber que estás bien» «Me estoy desesperando, no sé qué hacer ¿a quién llamó? ¿A la policía? ¿A tu mamá?» «Solo necesito que me respondas que te encuentras a salvo, estoy preocupado» ....

Eran una cantidad de mensajes insistentes buscando una respuesta reconfortante por mi parte, notaba su angustia y me carcomía la conciencia, en esos momentos mientras estaba al borde de la locura, preocupado, yo lo engañaba y de la peor manera. Por eso, quise contestarle, aliviarle esas dudas y que eso lo tranquilizara un poco.

«No llames a nadie. Estoy bien. Después te llamo cuando pueda y hablamos mejor. No te preocupes. Ve a casa.»

Respondí lo más sutil que pude, sin darle pistas pero resolviéndole dudas.

Lo apague, no quería entrar en un interrogatorio, seguí organizando y cuando entre nuevamente a la habitación me encontré con una bandeja de madera sobre la inmensa cama con dos copas de vidrio y una botella de champán acompañados de una hermosa rosa blanca depositada sobre la esquina. Mire encantada la imagen pero no era necesariamente por las cosas sino por la persona que se encontraba allí junto a ellas observándome y detallándome con atención.

—¿Por qué te pusiste ropa? —me pregunto mirando mi bata.

—No iba a andar desnuda por toda la casa, alguien podría entrar.

—Solo estamos los dos y a mí me fascina verte completamente desnuda —confesó con un tono cargado de sensualidad que logró intimidarme por completo. —Ven —me tomo de la mano y me hizo caer sobre sus piernas. Sonreí divertida y me deje llevar, sus brazos me envolvieron cubriendo mi espalda y mis caderas, yo pasé los míos por su cuello, nos fundimos en un efusivo y cariñoso abrazo que se vio interrumpido por el sonido de su celular anunciando una llamada entrante.

Suspiré pesadamente y me sumergí en su cuello para saborearlo y consentirlo con mi lengua y mis labios deseosos de probar su piel, sacó su celular y atendió la llamada, note como se tensó y respondió cortante, colgó y se quedó en silencio. Lo mire fijamente y tome su rostro entre mis manos.

—¿Quién era?

—Saul, uno de mis hombres —respondió y yo asentí desinteresada.

—¿Pasó algo? —pregunte mientras acariciaba su pecho cálido.

Pasiones ProhibidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora