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Un mes después.
Los días han pasado para mí y para mi familia de forma tortuosamente dolorosa y lenta. Me duele pensar que, en todos aquellos días que mi padre estuvo en el hospital, yo casi nunca estaba. Mi abuela me intentaba convencer de lo contrario, dice que mi padre se marcho sabiendo que era un ser querido, pero aún así, duele saber que se fue y que yo no estuve con él todo el tiempo que tendría que haber estado.
No, yo estaba demasiada entretenida enamorando de Jimin, reconciliándomecon las chicas o peleándome con Nikki. Esas semanas en las que tendría que haber estado en el hospital día y noche las pasaba... soñando con Jimin. Y nadie es culpable de eso, solo yo.
Quizás sea dura conmigo, quiero decir, ¿quién se iba a imaginar que mi padre moriría? ¿Quién iba a pensar que mi familia tendría un castigo tan fuerte? Haber rezado como lo he llegado a hacer, que mi madre y abuela se hayan pasado horas pidiendo por él no sirvieron de nada. Son en estos momentos cuando me cuestionó si de verdad existe Dios. Y si existe... es un ser injusto, alguien que no sabe a quién hacerle daño y a quién no.
Me miro en el espejo, mi aspecto ha ido mejorando durante los últimos días en los que he decidido volver a comer un poco más y salir de mi encierro, porque en el fondo sé que quedarme todo el día llorando no es la solución, no porque lo haga y ruegue porque él vuelva o esto sea una pesadilla él lo hará. Seco mis últimas lagrimas. Digo últimas, porque estoy decidida a no llorar más, es algo que tengo que hacer no solo por mí, sino por mi madre y por mi padre también. A él no le gustaría verme así.
Este es el momento de volver a la vida.
Intento sonreír pero me sale una mueca extraña, debo ir despacio, no puedo pretender ser feliz de nuevo de golpe, al menos es lo que me ha dicho el abuelo antes de irse.
Hace una semana se marcharon, mi abuela quería volver a casa, sé que en la fondo no aguantaba estar aquí con nosotras, porque le recordábamos la razón por la que ellos estaban aquí, el abuelo parecía ser el más frío en esto, pero sé que en las noches, mientras nadie le escuchará y le viese rompía en llanto. A fin de cuentas era su hijo.
Salgo al salón, la casa da algo de asco, encima de pequeña en estos días no se han abierto las ventanas y ni mi madre ni yo nos hemos dignado a fregar ni un plato o al menos barrer en casa, me siento en el sofá con la cabeza entre las manos. Sé que todo esto será muy duro, pero es algo que tengo que hacer, no tengo ni dieciocho, no puedo vivir encerrada llorando, aunque sea lo que más apetezca.
Toco la puerta de la habitación de mi madre, ella no responde, debo reconocer que en este último mes apenas y nos hemos visto. Y me duele. Lo que más me hubiese gustado es que ella estuviera conmigo en todo esto, que en las noches se metiera en mi habitación y se acurrucara a mi lado, haber llorado junto a ella y consolarnos. Pero nada de eso paso. Ella simplemente se ha encerrado en su mundo. Unos segundo después abre la puerta, parece haber olvidado incluso que tiene hija, porque me mira como si no me conociese.- ¿Qué quieres?- me pregunta seca
- Es que... pensaba limpiar un poco en casa y quería saber si me ayudarías, ya sabes, un poco de distracción- susurro incómoda por primera vez con mi madre
- No... de hecho estaba pensando en irme a dar una vuelta- dice, yo la miro de arriba a bajo, no me había dado cuenta que estaba vestida
- Ah, bueno... si quieres voy contigo
- No- se limita a decir y pasa por mi lado- quiero ir sola- parece dudar un momento pero se termina acercando a mí y me da un beso en la mejilla - nos vemos luego.Suelto una lagrima. Incluso el lazo con mi madre parece haber muerto.