Abrí los ojos tomando una gran bocanada de aire en medio del rápido palpitar de mi corazón. Estaba en casa, definitivamente conocía el techo que se empeñaba en recordarme que no tenía ni idea de cómo había llegado allí ni de cómo había terminado la noche anterior.
En seguida mi mente intento repasar cada detalle en mi cabeza, pero a pesar de que recordaba las cosas más banales, lo que realmente me importaba no se encontraba por ningún lado. Todo llegaba hasta el punto donde mi puño derecho había acariciado con gracia y estilo la mandíbula de Ryan...
¿Buena manera de describirlo, eh?
Y a partir de ahí, nada.
El pánico comenzó a recorrerme en menos de lo que creí y de una manera involuntaria traté de sentarme recibiendo un fuerte dolor de cabeza que resonó en todo mi cuerpo. Tomé mi frente con ambas manos y fue allí donde noté que estaba vendada con algo extremadamente frío que retiré para ponerme en pie.
Las picadas en mi cabeza fueron intensas con los primeros pasos tratando de llegar al espejo, e incluso un ataque de tos me invadió provocando que casi desertara dándome por muerta a la mitad del pasillo, pero al fin de cuentas alcanzando mi reflejo.
Mis ojos se abrieron de inmediato ante mi horroroso aspecto, quizá rogando para que los sacaran antes de que continuaran observando la manera en que lucía como si hubiese sobrevivido a un tornado, un tsunami y medio, tres terremotos y la caída del muro de Berlín.
En ese instante la sangre aun resaltaba sobre mi inflamado labio inferior, y mi cabello, que acostumbraba a ser perfectamente liso y ordenado, estaba hecho un esponjoso enredo capaz de soportar toda una docena de pichones. Aunque eso no era lo único, pues para completar el increíble aspecto estaban unos ojos rojos resaltados por marcadas ojeras.
No sabía qué había pasado, pero debía buscar respuestas y la única persona que me las podía dar era aquella con quien había estado la última vez: Evans.
Tomé mi celular y pude ver claramente ocho llamadas de Mell, otras cuatro de Mike y tres de Dave, ¡oh, pero claro! Eso sin contar los dos pequeños detalles que opacaron la insistencia; el primero, radicaba en el vidrio roto que se extendía a manera de telaraña desde el centro hasta alcanzar los lados, y el segundo, en las grandes letras blancas que mostraban perfectamente la fecha y hora del momento: lunes, 02 de septiembre, 7:15am.
¿Qué rayos había ocurrido para despertar dos días después sin recuerdo absoluto y con el celular destruido?
* * * *
Entré aún más rápido que flash por la puerta principal del instituto, eran las siete y veinticinco. ¿Cómo había hecho todo tan rápido? No lo sabía, pero ahí estaba: con unas gafas oscuras para cubrir mi horrible aspecto y la capucha de mi sudadera en la cabeza ocultando la mayor parte de mi rostro y haciendo que todo el mundo se preguntara si era el número cuatro.
Bien no, nadie me confundía como protagonista de un libro, tan sólo me miraban como bicho raro, pero esos son solo detalles.
Tan pronto como estuve en el pasillo me empiné en mi lugar tratando de ver por encima de todas las cabezas que disfrutaban de sus últimos diez minutos de libertad, sin embargo, no veía a Ryan por ningún lado. Es más, podía enlistar a todos los que allí se encontraban y el único que de alguna manera había desaparecido era él, ya que, en primera instancia, el muy ingrato había salido temprano de casa sin siquiera llamarme.
Es decir, no digo que sea su obligación, pero por lo menos hubiese podido recompensar el hecho de mi sobrevivencia a la segunda guerra mundial.
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Sin reglas ni principios
Action¿Qué harías si tu madre adoptara un pandillero de primera, arrogante hasta la médula, condenadamente sexy y con un pequeño secreto? Prepárate para vivir en un mundo sin reglas ni principios... * * * * -¿Que no me odias?- Pregunté con autosufici...