Capítulo 11

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Abro la puerta del baño y no hay rastro de ninguno de ellos en la habitación. Mis pies sienten el suave tacto del pelo de la alfombra y dejo que esta me acaricie con suavidad. Paseo mi mirada por cada rincón de la habitación, recordando cada detalle. No puedo seguir con esto. No puedo fingir que aquí no está pasando nada extraño. Necesito volver a mi vida tranquila de Londres. Una vida en la que ellos no estarán más. Reprimo las ganas de llorar, no puedo seguir viviendo de esta manera. Son demasiadas emociones para las que aún no estoy preparada. Ni creo que nunca lo esté. Suspiro frustrada.

Me acerco a la cómoda y después de intentar buscar un conjunto de ropa interior normal solo encuentro encaje. No se les ha ocurrido que para dormir querría algo más cómodo. Bueno, seguramente pensarían que estaría cada noche desnuda sobre su cama y no necesitaría nada más que sus cuerpos dándome calor para dormir.

Cojo un conjunto gris de encaje y me enfundo los vaqueros de tiro alto que me puse esta mañana. Entre las pocas camisetas que me dejaron las chicas escojo un top gris que deja al aire una mínima fracción de mi barriga. Rezo porque los pantalones sean de tiro alto, pero aún así no puedo evitar sentirme rara. Yo no suelo ponerme esta clase de prendas. No suelo ponerme ropa tan ajustada.

Al girarme mi estomago ruge como nunca.

Encima de la mesita de cristal se encuentra un suculento bocadillo de bacon esperando a que le hinque el diente. Un delicioso olor se adentra en mis fosas nasales. Mis tripas rugen con fuerza y un hambre se empieza a hacer notoria en mi cuerpo. En todo el día no he comido nada. Desde que vi lo ocurrido todo se ha venido abajo. Decido apartar esa imagen de mi mente y todo lo ocurrido. Por lo menos por ahora. Ya tendré tiempo de comerme la cabeza cuando me vaya a dormir.

Enciendo la televisión y busco mi serie favorita, esa serie que haría que me olvide por todo lo que estamos pasando durante un buen rato.

—Sí.— exclamo eufórica al encontrar The Vampire Diaries en la televisión.

La mirada azulada de Damon atraviesa mi pecho. Esos ojos me recuerdan a alguien de quien no quiero acordarme ahora.

Sigo atenta a la serie sin perder de vista mi principal objetivo: comerme ese apetitoso bocadillo de bacon. Este cruje en mi boca y no puedo evitar suspirar. Adoro como bacon. Mis caderas ya se pueden ir acostumbrando a la grasa que les voy a proporcionar.

Río, lloro. Eso es lo que me provoca esta serie. Una montaña rusa de emociones. Cuando el capítulo termina refunfuño.

Me levanto del sillón y camino hacia el baño. Sus cosas siguen ahí. ¿Debería volver a coger su móvil y revisar más a fondo? ¿Puede que se me halla pasado algún detalle? Reprimo la tentación de volver a hacerlo y en su lugar me lavo los dientes a conciencia, tratando de olvidarme de que su móvil está ahí, al igual que el resto de su ropa. Pero si hasta ahora no se ha molestado en venir a recoger sus pertenencias, ¿será por qué no tiene nada que ocultar? Hago una mueca. Debería dejar de pensar en ellos de una maldita vez. Antes de que sea demasiado tarde.

Cuando termino observo mi rostro en el espejo. Estoy algo pálida a pesar de todo el maquillaje que llevo. Rebusco entre los productos de belleza y por fin encuentro unas toallitas. Me retiro el maquillaje del rostro y una sensación de limpieza inunda cada poro de mi cara. Sólo me dejo los labios pintados. Me encanta ese color.

Cierro la puerta del baño y observo con recelo la cama. Ya no puedo evitarlo más. Ha llegado la hora de enfrentarme a mis demonios.

Abro la colcha de la cama y me meto dentro. Un agradable calorcito inunda mi cuerpo. No me molesto en ponerme algo más cómodo para dormir. Sé perfectamente lo que me encontraría en esa cómoda.

Alargo la mano y cojo mi teléfono móvil. Enciendo la pantalla pero me informa que no hay ninguna notificación. Nada. Ningún mensaje. Ninguna llamada. Ni siquiera de Emily. ¿No le extrañó que le cortara la videollamada de aquella manera?

Agarro los auriculares de la mesilla y pongo el reproductor de música en orden aleatorio. Cierro los ojos y Words de Skylar Grey empieza a inundar mis oídos. Esta canción siempre me transportaba a un lugar triste, gris. Un lugar en el que no necesitaba entrar ahora.

Mis pensamientos vagan en busca de una solución a todo esto. Pero en el fondo sé que no hay ninguna solución para todo esto. Ni si quiera sé que somos. Ellos... ellos matan a personas. Mi mente se transporta a la conversación con James en la bañera. Su manera de hablar tan tranquilamente del tema me perturba de sobremanera. Yo solo quería una semana ardiente en París. Por una vez en mi vida quería hacer algo aunque estuviera muy lejos de todo lo que yo pensaba que era correcto. Había decidido dejar de darle vueltas a si esto estaba bien o mal. No quería preocuparme por nada. Y me maldigo mil veces por estar en aquel oportuno lugar esta mañana y verlo todo con mis propios ojos.

Una horrible sensación se asoma en mi pecho. Cada segundo que sigo aquí estoy en peligro. James me ha dicho que nunca me harían daño. Puede que se refirieran fisicamente, porque emocionalmente ya me lo están haciendo.

Abro los ojos y observo las luces de París. No me he ido y ya echo de menos sus luces.

Una pequeña sonrisa se asoma entre mis labios al mismo tiempo que la sensual voz de Nykee Heaton atraviesa mi cuerpo. Esta canción me recuerda a ellos. Ellos hicieron que de alguna manera la chica buena que había en mi se muriera y diera paso a una mujer que quiere dar rienda suelta a todo eso que se pensaba que eran tan solo meras fantasías suyas. Fantasías perversas. Fantasías que nunca le he contado nadie por miedo a lo que pudieran penar de mí. Ni siquiera a ellos dos.

Intento dormir pero no puedo. Les siento cerca y mi cuerpo les echa de menos. Esto que siento está mal. No debería sentirme atraída por dos hombres tan potencialmente peligrosos.

La lluvia sigue cubriendo a París, acompañándome en mi día de soledad. Observo la hora en el móvil y este indica las 12:16. Vaya. El tiempo se ha pasado volando escuchando música. Apago el móvil y decido ir hasta la cocina a buscar un vaso de agua. Cojo el plato del bocadillo y el vaso vacío. Bajo las escaleras sin hacer ruido y cuando estoy a punto de entrar al salón vislumbro por las sombras que se proyectan en la pared que la chimenea está encendida. Retrocedo unos pasos y camino por el largo pasillo contiguo hasta dar con la otra puerta de la cocina. Dejo el plato en el fregadero y lleno el vaso de agua. Me lo bebo rápidamente y lo dejo al lado del plato.

Me agarro con ambas manos fuerte a la encimera. Echo la cabeza hacia atrás y un suspiro se escapa entre mis labios. Quiero irme, eso lo tengo muy claro. Pero antes necesito saberlo todo. Sé que cada palabra que pronuncien me destrozara más por dentro, pero necesito arriesgarme. Aunque sea por una vez tengo que ser valiente. Es hora de sacar las garras ocultas.

Mis pies se mueven inertes hasta que sin advertirlo me encuentro en el enorme salón. Es como si mi cuerpo se sintiera atraído por ellos. Cómo si los necesitara cerca mío. Sólo una vez más.

Ambos están sentados en el sofá enfrente de la chimenea. En ese lugar en el cual mi mundo se desmoronó hace unas horas. De fondo se escucha Silhoutte de Aquilo

y los pelos se me ponen de punta al instante. Reconocería esa canción en cualquier lugar. Es inevitable. Es una melodía triste, melancólica. Acorde a como nos sentimos los tres en estos instantes. Ninguno de las dos se ha percatado de mi presencia por lo que me recreo mirando su perfiles tan ilegalmente perfectos. Una parte de mi ya se está despidiendo de ellos. La otra parte se sigue aferrando a dientes y uñas a ellos. Aprieto las uñas contra las palmas de mis manos. Tengo que enfrentarme a ellos, antes de que pierda este valor que se ha infundado en mi cuerpo.

—Tenemos que hablar.— pronuncio segura. Ambos se miran entre ellos y por sus expresiones sé que estaban esperando a que yo hablara. ¿Cómo son conscientes de mi presencia? ¿Acaso son de otro planeta?

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