Capítulo 1 (Parte 3)

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Aún eran las diez, así que me pongo algo cómodo para andar por casa y me encamino a la cocina.

Con una taza de café recién echo, me quedo mirando fijamente la pantalla de mi MacBook, esperando que la imaginación llegue de una vez a mí y pueda seguir escribiendo. En agosto había empezado una historia y después de escribir cinco páginas, la inspiración se había ido de mí, y aún tenía la esperanza de que algún día de estos volviera a aparecer por arte de magia. En mi mente miles de líneas de mierda aparecían pero ninguna quería conectar con otra. Esto era realmente frustrante.

Desde pequeña siempre me había encantado leer, pero no fue hasta hace unos años, cuando descubrí un libro, que empecé a amar la lectura de verdad. Todos los meses escribía una lista con los libros que tenía que leer ese mes; había veces que eran más de doce. Pero con mucho esfuerzo y paciencia lograba leerlos todos. Emily me había dicho que probara a escribir algo, ya que creía que era capaz de escribir algo realmente asombroso. Tenía demasiada fe en mí.

«Quiero escribir. Lo que más quiero en este mundo es ser escritora y poner mi nombre en la portada de una historia creada por mí. » — Este era mi mantra diario y esperaba que algún día ocurriera, pero estaba perdiendo la esperanza.

Al final, como siempre, fulmino con la mire a mi portátil y voy hasta el salón a ver un poco la tele. Me acurruco en mi sofá favorito con mi manta azul y me dispongo a ponerme al día con Crónicas Vampíricas. Damon Salvatore era como un paraíso exótico.

Me despierto debido al ruido del timbre. ¿En serio me había quedad dormida otra vez? Corro como alma que lleva el diablo hasta la puerta del recibidor y al abrirla me encuentro con mi tío Mark.

—Estoy pensando seriamente que deberías darme una llave de tu apartamento. Llevo más de diez minutos intentando que me abras la puerta. — sonríe ampliamente y me da un abrazo de oso, de los que sabía que tanto me gustaban.



—Lo siento, Mark. Me he quedado dormida y no tengo ni idea de que hora es.

—Es la una y media pasada. He traído algo para comer. —anuncia.

Me quedo mirando la bolsa tratando de averiguar que ers y un rugido por parte de mi estómago hace acto de presencia.

—Vamos a comer. Ya has oído al impaciente de tu estómago. — dice riéndose mientras se dirige a la cocina.

Como cada vez que venía mi tío Mark a comer, pasábamos un rato agradable. Él sabía que odiaba sentirme sola por lo que algunas veces por semana venía a comer conmigo. Siempre trataba de convencerme de que fuera a comer siempre que quisiera a su casa. Pero la verdad es que no quería molestar. Estaba felizmente casado con su mujer Olivia, y tenía a una niña de 5 años que se llamaba Alba, y a Alexander, un bebé de cinco meses; eran la luz de mis días.

—Alba, necesito pedirte un favor. — Se queda mirando la mesa fijamente. —Últimamente Olivia se encuentra muy estresada y.... — lo corto antes de que termine.


—¿Y quieres que cuide de los niños verdad? —no puedo evitar sonreír.

Adoraba a mis sobrinos con toda mi alma. En mi apartamento tenía una habitación para cuando ellos venían a pasar unos días conmigo. Aunque, a decir verdad, acababan siempre durmiendo en mi habitación.

—¿Sabes que eres un amor, cierto? —acerca su mano hasta la mía y me acaricia los dedos con ternura. —Sólo necesito que cuides de Alexander. Mamá le prometió a Alba que la llevaría este fin de semana a su casa. —alza las manos al aire —Y estoy más que seguro de que va a volver con un gatito. El otro día estaban murmurando entre ellas algo de un gato y cuando entré en la cocina se quedaron calladas. —dice con un brillo especial en los ojos y no puedo contener la carcajada que estaba conteniendo en mi interior.


A pesar de tener cuarenta y seis años, Mark se conservaba bastante bien. Nadie pensaría que en unos años cumpliría cincuenta. Su pelo era negro como el carbón y esos ojos verdes enigmáticos, en los días que se reía, hacían que volviera a aparentar treinta. Lydia siempre que lo veía no perdía la oportunidad de ligar descaradamente con él, cosa que a mi tío le hacía muchísima gracia, y más de una vez eso le costó una colleja por parte de su mujer Olivia.

—No trates de ocultarlo. Siempre quisiste tener un gato pero mamá no te dejaba. Y estoy cien por cien segura, de que le metiste en la cabeza a la niña la idea del gato, porque sabías que mamá no te lo habría dado a ti. —sonríe triunfalmente sacándole la lengua como una niña pequeña.


—Vale, tú ganas. Pero no le digas nada a mamá, por favor. —mira su reloj y suspira. —Lo siento, cariño, pero tengo una reunión en quince minutos y no puedo llegar tarde. A las ocho te traeré a Alexander. — Se levanta de la silla y me da un beso en la frente. —Te quiero, enana. — Y sin más sale por la puerta corriendo.

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