Capítulo 5

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Londres había amanecido caluroso esta mañana de domingo, algo extraño ya que nos encontrábamos a mediados de Noviembre. Una de las cosas que más amaba de esta ciudad era que en un mismo día podía llover, como unos minutos después hacer sol; aunque a la hora de vestir era todo un caos.

Me encontraba recostada en la tumbona con un bañador negro intentando aprovechar al máximo los rayos provenientes del sol para conseguir que mi piel blanquecina tuviera algo de color. Recordaba que en las vacaciones familiares cuando nos íbamos a la playa por unas semanas, no importaba la cantidad de crema que extendiera sobre mi cuerpo, al final siempre acaba quemada. Para mi alivio ese quemado siempre terminaba en moreno, y la piel pelada como una gamba.

Este fin de semana estaba siendo espléndido, estar rodeada por la familia me había relajado como nunca. El sábado por la mañana Mark se había presentado en mi casa por sorpresa para llevarme a casa de nuestros padres, ya que no quería que condujera sola hasta allí.

En el trayecto en coche las risas flotaban en el ambiente gracias a mi sobrina Alba, ella intentaba enseñarnos canciones que había aprendido en la escuela y nosotros las coreábamos con ella al ritmo de las palmadas.

El pequeño Alexander se había despertado cuando faltaban apenas diez minutos para llegar a nuestro destino. Me maravillaba cada vez que sus ojitos azules cristal me miraban, era el bebé más hermoso del planeta, y no lo decía porque fuera mi sobrino. Se me caía la baba cada vez que reía, y no resultaba muy difícil conseguir que riera, esto era algo que nos venía de familia.

La risa era una de las mejores sensaciones, reír hasta que lloraras era uno de nuestros lemas en la familia. Siempre que nos juntábamos todos, la risa estaba asegurada.

El paisaje por el que pasábamos era uno de mis favoritos, desde pequeña recuerdo la emoción de ir con la cara pegada a la ventanilla para no perderme ningún detalle de la naturaleza que nos rodeaba. Era un paisaje sacado de cuento, con esos árboles verdes que en navidad estaban cubiertos de nieve.

Lo peor de vivir en la ciudad es que no podía levantarme todas las mañanas y observarlo. Cada vez que tenía la oportunidad de venir aprovechaba al máximo respirar el fresco olor de la naturaleza, ya que en las ciudades lo único que se respiraba era la contaminación.

Con la ventanilla bajada, el aire revuelve mi pelo de manera que a los pocos segundos vuela sin control por mi rostro. Agarro un coletero de mi muñeca derecha y me hago una coleta para que no me moleste el pelo. Muy pocas cosas me ponían de mal humor, pero sin duda cuando el viento me despeinaba me ponía de un humor de perros.

Cuando al fin llegamos a casa de nuestros padres, nos bajamos del coche y veo de lejos a mi madre hablando con el jardinero, seguramente indicándole que flores quería en su inmenso jardín.

Los chillidos de Alba reclamando la atención de su abuela, hacen que Beatrice mire hacía la entrada de la casa, y por su expresión de completa sorpresa, ella no tenía constancia de nuestra visita.

Se acerca caminando hacia nosotros y yo sonrío al ver que lleva un vestido blanco largo y unos zapatos de tacón demasiado altos. Siempre me había resultado gracioso que caminara por el jardín con esos zapatos, pero en su defensa, para ella los zapatos planos eran realmente incómodos. En mis veintitrés años de vida las únicas veces que la había visto con algún zapato plano era con las chanclas de la piscina, y hasta esas le parecían incómodas. Mark y yo siempre nos reíamos cuando ponía cara de sufrimiento al llevarlas. Para mí era un misterio saber cómo aguantaba tanto tiempo con esos zapatos.

—¡Qué agradable sorpresa! — exclama eufórica cogiendo a su nieta Alba en volandas.

Los demás sonreímos por el bailecito que hacen abuela y nieta, y sé que este será un fin de semana inolvidable.

Se acerca hasta Mark y Olivia y les da un gran abrazo, mientras disimuladamente toca la barriga de mi cuñada.

—¿Cómo va la búsqueda del bebé número tres? —dice sonriente.

—Mamá por si no te has dado cuenta tenemos un bebé de cuatro meses en el coche. —dice Mark suspirando teatralmente.

—Bobadas, eso no es impedimento para tener otro. — dice dándole un suave golpe en el brazo.

—Espera un poco, abuela. — proclama Olivia besando la mejilla de Mark. —Puede que dentro de un año tengamos un nuevo miembro esta familia.

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