Capitulo 35

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  'Subo a unirme con vos, pedirte perdón, no sabes lo preciosa que sos. Tenía que encontrarte, decirte que te necesito, decirte que te separaste de mí [...] Nadie dijo que sería fácil, es una gran lastima el separarnos así. Nadie dijo que sería fácil, nadie dijo jamás que sería así de duro. Oh... llévame de vuelta al principio.' – The Scientist/Coldplay.

Ahora no sabe cómo es que tuvo fuerzas para llegar a casa de nuevo. No le apetece irse a ninguna fiesta. Luego le explicará a Adriana porque es que no pudo ir a su reunión. Eso ya no tiene importancia. No ahora, que parece que todo se puso de cabeza. Que todo parece ponerse en su contra.

Cerró la puerta de su departamento, pegándose a ella. Lentamente intentó darse fuerzas a sí misma. ¿Pero cómo? ¿Cómo es que pasaron estas cosas? ¿Por qué le mintio de esa manera? ¿Por qué? No lo va a perdonar. Esto no se lo va a perdonar nunca. Ya muchas veces se burlaron de ella. Muchas veces le mintieron. Cerró los ojos y dejó escapar muchas lágrimas reprimidas. Sintió que le faltaba el aire. Qué no podía más. Qué no puede... le duele el corazón, el alma, le duele él...

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Federico levantó la mirada. Encontrándose con muchísimas fotos pegadas en su pared. El robo había sido un éxito más. Nunca fallaba. Siempre infalible. Tragó saliva y endureció los pómulos. Ya nada de eso le importaba. Todo eso podía irse al mismísimo infierno y estaría bien. Apretó los puños y pensó en ella. En Gabriela. Su Gabriela. Lo único que necesitaba y había perdido. Así que se abalanzó hacia aquella pared y arrancó todas y cada una de las fotos y datos que tenía pegados. Los rompió cada uno. Mientras lloraba y recordaba cada segundo que había pasado con ella. Desesperado corrió hasta el escritorio. Tomo aquel mapa y los despedazó sin importarle absolutamente nada. Subió la mirada. Su vida era un desastre. Él lo era. Su mundo estaba en el suelo, no había nada que lo sostuviera ahora.

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Y recordó... cuantas veces había besado sus labios. Cuantas veces había sentido su aliento pegado al suyo. Su piel, en contacto con la suya. Las veces en las que habían hecho el amor...
Su cuerpo cayó poco a poco pegado a esa puerta. Lentamente hundida en muchos recuerdos. Sus lágrimas eran lo único que podía acompañarla en ese momento. Sus lágrimas y muchas palabras que rondaban en su cabeza justo en ese momento. Cubrió su rostro. Y lloró. Lloró más. Mucho más. Más de lo que uno podría llorar por una simple persona o por una simple relación concluida. Lloró más de lo que una simple chica lloraría por un noviazgo de una semana. Lloró mucho. Lloró por lo que Federico significa ahora en su vida. Lloró por el hecho de que lo sentía en el alma, justo pegado a su corazón, doliéndole muchísimo, hiriéndola, quebrándola, haciéndola débil, porque estaba enamorada de él y nada... nada haría que eso cambiara...

- ¿Gabriela? – un par de golpes se escucharon en la puerta. Ella apretó los ojos con fuerza y se abrazó las rodillas con los brazos.

- ¡Andate! – gritó ella, a la defensiva. – andate, por favor... - rogó a quién quiera que estuviera tras su puerta.

- Soy Max, por favor abri. – le pidió él desde el otro lado.

- No puedo ahora... por favor Max, por favor te lo pido solo andate... - le pidió entre sollozos. No podía controlarse. No podía detener todo lo que estaba sintiendo en ese momento.

- Quiero ayudarte... - le dijo él, pegando su oído a la puerta de ella. - Gabriela, no voy a hacerte daño... solo déjame ayudarte.

Ella tragó saliva. Juntó esas pequeñas fuerzas que tenía y logró colocarse de pie. Respiró hondo y se limpió las lágrimas. Pero ni siquiera así pudo fingir su estado.

- ¿Qué? – le preguntó y abrió ligeramente la puerta de su departamento. La luz del pasillo hizo notar sus lágrimas. Pudo divisar el rostro de Max, adornado por un gran moretón que le cubría los pómulos y algunas cicatrices en la nariz y en las mejillas. Obra de Federico.

- ¿Estás bien?

- Estoy cansada, solo déjame.

- Yo... Gabriela, sobre lo que pasó con nosotros...

- Max. – le interrumpió ella. La verdad, es que con todo esto, hasta se había olvidado de aquello. – ya pasó. Olvídalo y por favor... andate ¿dale?

- Te escuché llorar desde el pasillo Gabriela...

Ella negó la cabeza. Mordió su labio inferior e intentó no llorar frente a él.

- Estoy bien. – susurró. Y sentía que si seguía hablando su voz terminaría por quebrarse. Bajó la mirada y la sostuvo por varios segundos. Pensando en muchas cosas. Pensando en ese imbécil que le había hecho sufrir. Pensando en Federico. En él y solo en él. Cuando levantó la mirada, sus lágrimas habían cubierto sus mejillas de nuevo.

- ¿Puedo pasar? – le preguntó Max amablemente. Le dedicó una bonita sonrisa al notar que ella había estirado su mano, haciéndolo pasar.

Una vez adentro los dos, Gabriela cerró la puerta.

- ¿Por qué no estás en la fies...

- ¿Qué te hizo? – inquirió Max, directamente. Gabriela abrió un poco más los ojos, cayendo en cuenta de que Max sabía perfectamente porque lloraba.

- ¿Quién?

- Federico. Tu lindo y nada salvaje... novio.

Ella respiró dificultosamente. Quiso mirar a Max y decirle que se equivocaba. Quiso con todas sus fuerzas decírselo, pero en aquella ocasión, no sería la verdad. Bajó la mirada y jugó con sus manos un largo tiempo...

- Terminamos. – le dijo sin subir la mirada.

- ¿Por qué?

Otro sollozo. Mierda. Le dolía. Le dolía muchísimo cada palabra. Levantó la mirada y se abalanzó ante Max. Muchas lágrimas. Y él, que acariciaba su cabello lentamente pidiéndole que no llorase por un tipo como Federico. Que no valía la pena. Que ella era mucho mejor y que él no tenía ni una puta idea de lo que se estaba perdiendo. Y de lo que había perdido. Y más palabras. Pero Gabriela no escuchaba nada. No lo hacía... porque de alguna manera necesitaba desahogarse. Contar todo. Hablar. Decir. Ser ella quién le contara a alguien más lo que le estaba pasando. Pero jamás pensó, que sería Max la persona equivocado.

- Federico me engañó... - le dijo ella, aun abrazándolo. Las palabras salieron solas. Viajaron desde su atormentada mente hasta sus finos labios. – Max, Federico... Federico fue quién robó el banco hace unas semanas... - un silencio muy grande. Gabriela soltó otro sollozo. Su inocencia era grandísima. No sabía que pecado estaba cometiendo esa noche por solo tratar de desahogarse. – Federico es un ladrón.  



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