Capitulo 2

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Federico, veinte. Martín, veintidós. Gonzalo, veintidós. Sebastián, veintiuno. Eran amigos desde que tenían memoria. Vivían en la misma ciudad y habían pasado por cosas similares en sus vidas. Los cuatro con los mismos ideales. A pesar de la edad de cada uno, su especialidad siempre había sido robar. Robar de manera limpia y sin que nadie sospeche sobre ellos. Más que un talento, una habilidad grandísima. Los cuatro, pertenecientes a la mafia más grande del país. La mafia Tentation.

Martin sacudió las bolsas de dinero. Los billetes cayeron agrupados en grandes paquetes sobre la madera maciza del tablero. Una sonrisa grande se instaló en la cara Martin. El robo había sido un completo éxito, justo como los cuatro lo habían planeado desde hace muchísimo tiempo.

- Esta... - Gonzalo sacó una lata de cerveza de la nevera. – es porque pudimos contra esos imbéciles. Se los dije, no sería difícil. – tomó de su cerveza, dejándola por la mitad. Al terminar, se limpió con su propia piel.

- En tiempo record lo hicimos. – le codeó Sebastian, que apareció detrás de los tres. – insuperables.

- El robo del siglo. – le siguió Martin. – insuperables. – repitió susurrando, concentrado en ese montículo de billetes que figuraba en el tablero de su viejo departamento.

- ¿Vieron las noticias? - preguntó Federico.

- No...seguramente todas las encabezamos nosotros. – se burló Martin, a gusto. Los tres rieron, menos Federico
.

- Sí, imbécil. La encabezamos nosotros y la cajera que me vio en el banco. – se quejó Federico. Aquello le afectaba sobre manera, pues era la primera vez que había aceptado dejar ver su rostro por sus víctimas.

- Oh mierda... no me digas... ¿está hablando?

- Más que eso, me está describiendo. – le explicó Federico.
Enseguida, agarro las llaves de su viejo Mustang que adornaban su pantalón.

- Si no la quito del camino, va a joderme. – refunfuñó él. Gonzalo se rio en su sitio. Su amigo era capaz de cualquier cosa y eso le enorgullecía de alguna forma. Los tres lo vieron salir del añoso departamento de Martin.

Explicar lo que era Federico, era un completo misterio. Ni siquiera él mismo se conocía. Hace dos años había entrado a rehabilitación por voluntad propia. Era un tipo malo. Perdía el control muchas veces, sin necesidad de que alguien lo haya hecho enojar. Era enérgico. Totalmente impulsivo. Frío. Calculador. Egocéntrico. A pesar de ser el menor de los tres, conocía perfectamente lo que era la vida y lo mal que esta jugaba a veces. Por eso y por muchísimas cosas más, era quién era. Y nadie... nadie podía con él.

Encendió su auto. Empire State of my mind sonó de inmediato en los amplificadores. Pensó en muchas cosas. El auto avanzó. Mierda, pobre Irene. Ni siquiera se imaginaba lo que le esperaba por haber conocido a aquel tipo en la mañana. Pero se lo merecía. De esa forma lo veía él. Si se metían con él, se hundían. Qué lástima. Pensó de nuevo. Pero no se arrepentía, al contrario, se iba a divertir mucho esa noche. Tal vez ni siquiera matarla haría falta, tal vez Irene
podía darle algo mejor a cambio. Ya lo vería. Seguramente no se negaría si metía su gran masculinidad entre sus piernas. Era solo cuestión de pensarlo un par de veces. Por suerte, había estudiado muy bien la vida de cada uno de los trabajadores de ese banco. Conocía sus nombres, sus casas, sus vidas, las personas que los rodeaban... todo... absolutamente. Lo único que no conocía... era a ella.

Y la recordó. Y no se detuvo. Al contrario. Siguió manejando al compás de lluvia que empezaba a caer de pronto. Un recuerdo más. Un ligero recuerdo de ella, ¿Por qué no la conocía? ¿Acaso no los había estudiado perfectamente a todos? ¿Por qué ella no? se le había escapado de una manera increíble. Otra vez, mojó sus labios con delicadeza. Estaba buena... no podía negarlo, ni lo haría, no lo haría nunca... le había llamado mucho la atención. De tan solo recordar ese precioso cu.lo que adornaba su cuerpo. Le excitaba muchísimo. Cerró los ojos y los volvió a abrir, tratando de no tensarse demasiado. Si lo hacía, tendría que parar a medio camino para hacer ciertas cosas... pensando en ella... y detuvo el auto. El primer semáforo de la calle se lo ordenaba. El parabrisas se llenó de varias gotas de aguas continuas. Federico bajó su ventanilla un poco, necesitaba sentir el aire fresco que la lluvia le ofrecía. Y así lo hizo. Topándose de pronto, con la silueta de una mujer que estaba a punto de cruzar la pista. Encendió los faros de su auto. Y puedo divisarla... era ella... 




TENTATION | TOSCALIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora