Ayer y Mañana

22 1 1
                                    

Gotas de agua que no dejan de caer. El techo suena y el cielo retumba. Los niños escapados del agarre de sus madres saltan sobre los charcos en la calle. Los perros callejeros corren a refugiarse.

El melancólico mira a través de las ventanas y suspira. Los enamorados se revuelcan en sus camas mientras el frio de afuera y el calor de sus cuerpos se juntan provocando mil sensaciones. Los suicidas se balancean en los bordes de algún puente y sienten miles de pequeños cuchillos clavándose en su cuerpo mientras deciden si lanzarse o no.

¿Qué cosas maravillosas esconde el día de ayer? ¿Qué recuerdos y memorias esconde el pasado más cercano? Aquel que aunque parece que casi podemos tocar ya jamás llegaremos a alcanzarlo. Era el cuarto mes de lluvia sin parar. Hacia cuatro meses que te habías marchado para siempre.

Cuando ví esta mañana las nubes grises en el cielo, lo primero que pensé fue en ti. Y luego en mí. Y un rato después en nosotros. La culpa me desgarraba por dentro y yo no entendía porqué. Me repetía a mi misma que tú me habías dejado, que yo también te había dejado, que era lo mejor.. ¿Cómo habíamos llegado a ese punto? Y también... ¿Cuándo habíamos llegado?

Mientras seguía la rutina de la mañana recordé tus gritos a esa hora. Siempre era lo mismo. Las mismas quejas de que el sonido del agua del grifo te despertaba, que la tetera sonando te molestaba, que cuando abría las ventanas te daba frío.

Sonreí. Dios mío no te extrañaba ni un poco a esa hora. Salí por la puerta a las siete menos cuarto, derecho al trabajo. En el metro le sonreí amablemente a un joven que, a mi lado, me preguntaba la hora y me explicaba que había dejado su reloj en la casa porque había salido con prisas. Él también me sonrió de vuelta. Al principio me sentí mal porque temí tu reacción cuando te lo contara al llegar a la casa, cuando te contaba sobre mi día. Y de la nada volví a sonreír. Ya no tenía que contarte nada al llegar a la casa. Ya no tenía que darte explicaciones de porqué le había sonreído amablemente a un joven en el metro. Creo que el joven pensó que le sonreía a él y me miró de nuevo sonriéndome.

Al llegar al trabajo todo fue mecánico. Las clases empezaron y yo desplegué mi conocimiento para mis alumnos. Caminé con las tropas de Cesar y discutí acerca de medicina y astronomía con Imhotep. Avance a través de las áridas tierras mongólicas en el pueblo del Genghis Khan y presencie como las bombas nucleares caían sobre Hiroshima y Nagasaki durante el final de la segunda guerra mundial.

A la hora del almuerzo volvía a pensar en ti. Pero apenas fue un segundo porque en la siguiente hora daría un examen sobre el renacentismo y un grupo de estudiantes fueron a preguntarme sus dudas.

Salí agotada y feliz de haber dado mis clases. Era lo que más me gustaba en el mundo. Me monté en el metro de regreso. Sentí unos ojos mirándome fijamente. Tuve miedo de que fueses tú. Era el joven de esta mañana. Me saludó y me preguntó por mi día. Hablamos de trivialidades hasta que se anunció la parada antes de la suya y me pidió mi número de teléfono. Se lo negué. No por tí, por supuesto, sino porque yo no me sentía en capacidad para estar con más nadie, ni siquiera una noche. Sin embargo me pareció tan simpático que le dije que si nos volvíamos a encontrar en los próximos días se lo daría. Recuerdo que entré en la casa y aspiré fuertemente.

Paz. Eso era lo que sentía.

Esa era la culpa que me desgarraba por dentro. La paz que sentía de que ya no estuvieses cerca, de sentirme tan bien sin ti. Al haber reconocido el origen de mis problemas pude apartarlos de mi mente y empezar a cocinar. Recordé mientras me reía que siempre odiaste mi comida. Siempre decías que jamás cocinaba como tu madre o que a esto y a aquello le faltaba sal. Me reprochabas cuando iba a la iglesia o cuando ponía música muy alta. Volví a reír. Ahora yo era dueña y señora de mis acciones y de mi vida. Pensé en todas tus cosas malas y también en tus buenas porque tampoco soy una persona injusta. Pensé en todas las promesas que habíamos hecho en el ayer para el mañana.

El mañana que soñábamos nos deparara tantas cosas. Tantas ilusiones y sueños. Y tanta.. tanta amargura. Pero el mañana ya es hoy y resultó ser, que el hoy, no nos dio ni un mísero segundo de su tiempo. Y yo, no podría estar mas contenta con eso.

PD: No ha dejado de llover. Espero que los melancólicos nunca dejen de suspirar, ni los enamorados dejen de hacer el amor. Si espero que los suicidas se dejen de tirar de los puentes. Pero bueno... No se puede tener todo lo que se quiere en esta vida.

PD2: Me encontré al muchacho del metro en un restaurante al cual fui con una amiga. Trabaja de mesero medio tiempo en las noches. Me invitó a una copa.

PD3: La acepté. 


Relatos Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora