He vivido toda mi vida en la oscuridad. Alimentandome de las tinieblas, reptando a través de ellas. He estado escondida en una maraña negra, densa y profunda, que me engulle y me escupe a su antojo. He también pasado una eternidad con los ojos vendados, siendo tocada por manos sucias y besada con labios impregnados de mentiras.
Claro que al verte iba a tener miedo. Tanta luz, tanto esplendor condensado en un solo cuerpo, era algo imposible de creer.
Todos los seres le temen a algo. Algunos a la oscuridad, otros a la opresión, los más patéticos al qué diran. Yo le temía a la muerte. Una dama vestida de negro, que daba besos con los ojos cerrados para que uno jamás los volviese a abrir. Tenía veintidos años y estaba aterrada y fascinada con la muerte. En el fondo de mi alma la anhelaba, imploraba su presencia y el roce consiliador que solo ella podía darme. Y aún más profundo deseaba que nunca me llegase, que yo fuese inmune a su beso y pudiese vivir para siempre.
La primera vez que te toque supe que, el día que no pudiese hacerlo más, ese mismo día bien haría la muerte en reclamarme. Mientras tanto mi vida ya no pendía de un hilo que, al ser cortado por unas tijeras, desaparecería; ahora estaba en tus manos y tu hacías con ella lo que te saliera de las narices. Primer gran error que cometí.
También ese día supe que me abandonarías y que, como todas las relaciones, estabamos destinados a fallar. El cómo, el cuando y el por qué escapaban de mis manos y de mi conocimiento.
Estudiaba durante el día, trabajaba por las noches en un local nocturno y en los intervalos de tiempo pensaba en ti. Imaginaba tu cuerpo debajo de las sabanas, las ventanas mojandose de un solo lado por la lluvia, tu semblante serio perdido en el mundo de los sueños. A veces, mientras te contemplaba, escribía.
Escribía sobre ti, tu voz, aquellos ojos tristes y rebozantes de amor por mi; un cuento de amor que parecía nunca tener final y que yo misma, más puesta en mis cabales, calificaría de alta peligrosidad a los diabéticos por semejante cantidad de cursilerías. Cuando sentía que te despertarías me hacía la dormida. Y tu también me contemplabas a mi. Nuestros ojos se encontraban finalmente.
- ¿Me espías siempre mientras duermo?
- Espiar no sería la palabra correcta creo yo, mas bien contemplar, que suena un poco más bonito.
Sonreías. Y cada vez que lo hacías saltaban estrellas y una tensa calma, cómo cuando uno tira una piedra al agua y ve las ondas formarse, afloraba en mi alma.
Sabía que siempre me mentías. Cuando me mirabas y me decías que no habías estado con mas nadie, que habías salido con un primo, que estabas trabajando hasta tarde. Yo sabía la verdad. No hacía falta tenerte vigilado ni andar preguntando por ahí; eras pésimo mintiendo y se te notaban a tres metros de distancia las mentiras.
- ¿Qué tal te fue anoche?
- Bien, salí con Esteban a xxxx, tomamos un poco. Llegamos temprano.
- Pero me escribiste mas tarde que eso.
- ¿Ah sí? No me di cuenta de la hora entonces.
- ¿No me estas mintiendo verdad?
- Jamás te mentiría. Te amo.
- Yo también te amo.
Me las tragaba completas porque no quería perderte. En aquel entonces hubiese dado cualquier cosa por no perderte. Aún todavía lo daría.
La muerte seguía rondando mis pensamientos como una especie de parásito que te come lentamente por dentro pero con el cual apenas sientes un pequeño hormigueo cada vez que te muerde. Cuando tus mentiras eran demasiado obvias yo desaparecía un rato. Pero tu siempre me buscabas y terminabamos juntos de nuevo.
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Relatos Sin Nombre
KurzgeschichtenRelatos Sin Nombre son una serie de relatos sin conexión entre si... ¿O si la tendran? Todos tratan sobre diversos temas como el amor, las relaciones, la muerte, el sexo, la lluvia, la violencia, entre otros. Si comentan significaría el mundo para...