Morí sin saber de ti

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Morí sin saber de ti, con la eterna incertidumbre de saber si tú también estarías pensando en mi.

En este momento quisiera poder mirarte a los ojos y descubrir que me veo en ellos, existir en el fondo de tu alma para así poder vivir para siempre.

Te quedabas dormido de espaldas a mi y yo podía contemplarte todo lo que quisiera, hasta que te volteabas, me mirabas y yo, la mujer que jamás bajaba la mirada, agachaba la cabeza porque ante ti cualquier voluntad se doblegaba. La primera vez que descubrí que no solamente estabas conmigo apenas sentí una ira sorda dentro de mi cabeza y un ligero temblor atravesó mi cuerpo. Ya cuando las señales siguieron siendo claras simplemente sentía que las entrañas se me hundían un poco más cada vez.

Siempre me preguntaré cómo podías hacer eso... ¿Cómo podías decir que me amabas, sin vacilación, mirándome a los ojos y aún así besar y tocar un cuerpo que no era el mío? Dios sabe que yo no podía y jamás pude. Y quería hacerte sufrir tanto como tú me hacías sufrir a mi pero nunca podía.... Al final te quería demasiado.

Me fui un martes en la mañana cuando llovía y la ciudad estaba en penumbras, bajo una densa capa de neblina. Lo único que sabía es que tenía el corazón partido, los dedos rotos y el alma en pedazos... Y que era solamente culpa mía. En un pequeño papel escribí la única palabra que definía todo aquel acto... "Insuficiente".

Llovía y el piso de la azotea estaba mojado y un poco resbaloso, la mañana estaba nublada, blanca y fría. Subí al borde de ella y me lancé.

Y morí sin saber de ti, esperando que te doliese más de lo que a mi me estaba doliendo, deseando escuchar tus gritos de desesperación y esperando que la culpa te corroiera el alma hasta que tú también eligieses irte la mañana lluviosa de un martes.

M. Figuera

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