Hogar

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La encuentro recostada contra la baranda del balcón del local. Tiene un cigarro entre los dedos índice y medio. Cuando sus ojos se encuentran con los míos veo que ha estado llorando. Cerca de ella hay una botella y una cubeta con hielo. De la botella solamente queda el fondo. Me acerco a la baranda y le quito el cigarro. Le doy una calada mientras nos observamos, las palabras sin ser pronunciadas todavía.

- ¿Cómo me encontraste? — Lo dice mientras busca en su chaqueta otro cigarro arrugado y lo mantiene entre los dedos.

- Te lo dije una vez. Yo siempre te voy a encontrar.

- Pero no aquí. Dijiste que más nunca volverías a entrar aquí.

Me encojo de hombros. Uno molesto puede decir demasiadas cosas.

- Te encontré. ¿Cuál es la diferencia?

- Ninguna. Pero desearía que no me hubieses visto así.

- ¿Cómo?

- Borracha y prendiéndome el cigarro número veintitrés. — Enciende el cigarro y da una calada. Siempre me ha gustado esa manía suya de contarlo todo.

La miro. Sigue siendo la misma. Borracha o no, triste o contenta, sigue siendo ella.

- Vuelve.

- Vuelve, vuelve, vuelve. Siempre la misma tontería. ¿Es que acaso no ves cómo estoy?

- Preciosa.

- Que idiota. ¿Crees que eso va a resolver todo? ¿Crees que porque me digas que estoy hermosa todo va estar bien otra vez?

- No.

- ¿Entonces que pretendes?

- Decirte lo que eres. Preciosa.

Me fulmina con la mirada. Puedo observar la rabia en su interior y muy lejos, tal vez demasiado lejos para yo jamás poder alcanzarlo otra vez, esta el amor que todavía palpita dentro de ella hacia mi.

- Vuelve. — Repito.

- No puedo... Jamás lo perdonaré. Me destruiste. Ya no conozco el camino.

- Construiré otro camino. Haré otro edén para ti.

Me vuelve a mirar. Tiene los ojos vidriosos... no va a poder retener las lágrimas por mucho más tiempo.

- Dime lo que necesito escuchar. Dime lo que quiero escuchar. — Se escucha desesperada.

- Eres mi hogar. No importa en que estado estés, es verte y sentir que acabo de entrar por la puerta de mi casa. Eres el sofá blanco, el piano y la tetera. Y yo también soy el tuyo.

Veo como las lágrimas corren a través de sus mejillas y como su cuerpo se convulsiona suavemente debido a las sacudidas. Desaparezco la distancia que existe entre los dos y la sostengo entre mis brazos.

- No creo que pueda... No sé como hacerlo otra vez. — Me lo dice pegándose a mi cuello, en el punto exacto donde ella encaja conmigo.

- No importa. Te voy a esperar hasta el fin. Pero solo por hoy... Vuelve.

Salimos del local agarrados de la mano y nos montamos en su carro.

- ¿Quieres que vayamos a la casa? — Me pregunta mientras enciende el carro.

Volteo a mirarla y la consigo. Ahí dentro de sus ojos esta ella. Es ahí donde se encuentra el inicio del camino. La beso mientras respondo.

- Ya he llegado a ella.

M. Figuera

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