Leonard Alkef, líder del Cuerpo de Maestres, abrió la cripta de los reyes de Soteria.
Eli Safán, el anciano sumo sacerdote de la Iglesia Olamita, entró primero, despacio y apoyado en su bastón con puño de platino. Enseguida ingresó Bastian Gütermann, quien portaba dos espadas sagradas aparte de la suya, y tras él, Erik Bellido acarreaba un incensario. Era la tercera vez que visitaban la tumba desde el asesinato de sus majestades; y Leonard esperaba que fuera la última.
Eli se situó ante los dos sarcófagos de mármol, pasó una mano por la barba, y pidió a los guerreros acercarse. Ellos obedecieron. El siseo de sus gabardinas de cuero, el apagado "clic" de las vainas al menearse, y los tacones de sus botas de campaña producían un eco lúgubre.
-Hijitos -dijo el sacerdote mientras repartía pedazos de papel con un conjuro escrito-, ya casi vienen Yibril y Mikail. Recuerden que esta ceremonia será probablemente la más formal en la que jamás hayan estado. Así que, por favor, no los miren pase lo que pase.
-Erik -dijo Leonard con autoridad-, busca al enterrador y pídele la elevadora.
El joven salió apresurado. Y mientras Bastian encendía los candelabros en las paredes, el sacerdote incensaba las efigies durmientes del rey y la reina esculpidas en las lápidas. Después, lo hizo en todo el recinto murmurando oraciones en rúnico, el idioma del Reino Sin Fin.
Al terminar los preparativos, Erik volvió con un fulano de chaleco, y pantalones recosidos, y cabello grasiento. Traían una carretilla elevadora a vapor. Los demás dejaron la cripta para evitar las molestias del humo. El enterrador acercó el vehículo al sepulcro del monarca. Movió una palanca para subir las horquillas frontales hasta que pudo deslizarlas bajo la tapa, que luego fue depositada en el suelo. Después, repitió la operación con el de la reina. Cuando acabó, Bastian le ordenó irse mientras los demás entraban. Había un ataúd de cedro en cada sarcófago. Leonard preguntó si necesitaban abrirlos. Pero Eli dijo que no.
El anciano sacerdote se dirigió al fondo de la cripta. Frente a él, había un mosaico circular en la pared, confeccionado con plaquillas de aguamarina. Tenía inscrita una figura estrellada, de siete puntas, forjada en oro macizo. Era una miniatura de la Estrella de la Mañana. La original estaba en el suelo de la Plaza Mayor, y era como veinte veces más grande.
-Y ahora esperemos que Olam abra las barreras -anunció.
Pero más tardó en decirlo que en suceder. Una corriente venida de ningún lado apagó las velas. Casi de inmediato, apareció un vórtice luminoso flotando bajo la cúpula de la cripta. Era un portal. Dos figuras con tres pares de alas cada una, ataviadas con cogullas negras recamadas en hilo de plata, descendieron lentamente desde ahí antes de que se desvaneciera el paso entre el Reino sin Fin y las islas de Eruwa.
Eli se arrodilló. Bastian y Leonard siguieron su ejemplo aunque tenían los ojos abiertos tan grandes como platos. Erik se quedó como pasmado unos segundos. Pero, al final, también agachó la cabeza -rapada, de rostro picado gracias a su aún profuso acné-, y dobló la rodilla.
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El sueño de los reyes
AdventureLeonard Alkef debe ganar una guerra y salvar a su familia en 24 horas. ¿Podrá con todo?