REGRESO A SOTERIA

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La escala en Zaldja demoró apenas quince minutos. Leonard Alkef sólo hizo transbordar a Nayara, Derek y Aron de una fragata al área de carga de un aerodino, el HMIA Revenge, y puso a Erik Bellido a cargo del pelotón que los vigilaría. Después, este volvería de Soteria para encargarse de la base militar. Los motores de la nave ya estaban encendidos al llegar todos a la pista. La corriente de aire que provocaban hizo volar la arena acumulada en el pavimento de tal forma que apenas se podía mantener los ojos abiertos. En cuanto los prisioneros abordaron por una plataforma en la parte trasera de la nave, la compuerta se cerró antes del despegue.

—Yo vigilaré a Derek —dijo Erik—. Encadenen al resto a aquel pasamano—. Señaló una escalera que conducía a las cubiertas de pasajeros.

—¡Sí, señor! —respondieron a coro los diez soldados que escoltaban a los prisioneros.

Nayara fue la primera que ataron.

—Aquí vamos —dijo Aron entre dientes.

—No te quejes —respondió ella—. Seguramente no verás a mi hermana.

—¡Silencio! —rugió Erik— ¡Los prisioneros tienen prohibido hablar durante el traslado!

—Esa orden suena ridícula —se burló Nayara—, sobre todo viniendo de alguien tan pueril como tú.

—Tú eres la prisionera. No tienes más derecho que a permanecer callada.

—Está bien. Me callo. Pero, no por eso dejarás de ser un niñato jugando a los soldaditos.

Erik apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Luego, dio media vuelta y fue al otro lado del compartimento, donde pusieron la camilla de Derek. Se quedó mirándolos, con aire indignado. Pero, a pesar de su enojo, tardó sólo unos minutos en cabecear y pedir a señas a otro soldado que lo cubriese un rato para poder subir a las cubiertas de pasajeros. El Revenge se sacudió de pronto. "Odio las turbulencias", murmuró Nayara. Aron no le contestó. Entonces, ella lo miró, con cuidado de que nadie la notara. Él sólo movía los labios, como si elevara una plegaria silenciosa.

—¿Qué haces? —preguntó en voz tan baja como pudo.

—Quiero que mi espada venga aquí —respondió Aron de igual modo—. Pero, no responde.

Ella recordó que Bastian Gütermann mencionó, cuando todavía estaban en el estudio del palacio, un contraconjuro para evitar que recuperaran sus armas. Al principio sonaba como a receta de salchichas. No obstante, parecía bastante efectivo.

—Aron, eso no va a funcionar.

—Bastian no conoce tantos conjuros como dice —respondió él—. Jamás entrenó tanto como yo.

De pronto, un soldado se volvió a mirarlos. "¡Callados!", exigió después de apuntarles con el fusil.

A decir verdad, Nayara presintió desde su llegada a Orr que el retorno a Soteria ocurriría tarde o temprano. Hubo noches en que se soñó en el trono de esa ciudad en vez del suyo; en otras, se veía encerrada en el Calabozo sin Fondo de Peña Hueca. Y si no eran sueños, al nombre de su lugar de nacimiento le daba por aparecer con tal frecuencia en periódicos, letreros y hasta conversaciones, que parecía más un llamado que sólo coincidencia. En todo caso, uno de sus presentimientos se cumplió del peor modo imaginable. Derek tal vez moriría durante el viaje.

—¿Para qué nos quiere vivos Sofía? —insistió Aron en murmurar; ahora más bajo.

—Ojalá lo supiera —respondió Nayara—. Dudo mucho que quiera una reconciliación.

El sueño de los reyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora