Bastian Gütterman accionó la palanquilla cromada junto a la compuerta posterior del Colossus. Acababan de aterrizar en la isla Weismann. Las hélices no habían parado aún, lo cual provocó que una nube de arena mezclada con humo entrara al compartimento de carga del aerodino ni bien el aire se coló por abajo de la compuerta.
Jayn y nueve de los voluntarios reclutados por Gunter bajaron apresuradamente de las cubiertas de pasajeros por rampas que desembocaban en la misma bodega. Todavía llevaban encima sus gafas protectoras y delantales de soldador. Su aspecto no se correspondía con la misión que iban a realizar. No eran militares. Pero, al Cuerpo de Maestres (o mejor dicho, lo que quedaba de él) no le quedó más remedio que emplearlos de todas maneras. Cuando la compuerta terminó de abrirse, quedaron a la vista varios kilómetros de playa lo bastante amplios como para permitir el descenso de un tercer aerodino, pues el HMIA Defender ya había aterrizado a casi mil metros de ellos. El Blackstorm descendió en otro extremo de la costa. Gracias a Olam, el arenal también alcanzaba para el desembarco de las tropas y de la maquinaria.
—Vamos a estar bien —Jayn le dio una palmada en el hombro a Bastian—. Los topos aguantan más de lo que parece.
—Pienso que deberían llevar fusiles —respondió él haciendo visera sobre los ojos con la mano—. Por si acaso.
Después, ella trepó por las orugas de la primera excavadora que tuvo enfrente hasta alcanzar la portezuela corrediza y deslizarla. Se metió a la cabina con agilidad gatuna y, enseguida, arrancó el motor. En cambio, Ravi, el esposo de Jayn, subió a la última del compartimento. Las diez máquinas abordo salieron en reversa. Después, hicieron una fila, recta como flecha, en el borde que separaba el arenal donde aterrizaron de un bosque de cipreses del que salía una bruma irritante. Instantes más tarde, las compuertas del Defender dejaron salir a los demás topos de su compartimento de carga, y tras ellos, las tropas que los abordarían descendieron sin hacer formación.
Bastian recordó por un momento cuando vio a Jayn subir a la excavadora. Hasta ese preciso instante no había reparado en que, a pesar de ser tan delgada, era bastante curvilínea. "Concéntrate", se dijo a sí mismo. Fue al pie de la rampa y cogió el bocal del tubo acústico que comunicaba a la cabina. Ordenó al capitán que hiciera señales a los otros aerodinos para que las tropas descendieran. Luego bajó para buscar a Gunter. De hecho, no tardó en hallarlo. Él acababa de bajar del Defender; con un fusil terciado al hombro. No quiso viajar con su hermana y su cuñado, pues alegaba que sus arrumacos le parecían muy empalagosos.
—Hay que subir a la gente a los topos —aconsejó Gunter—. Y rápido, porque esto que se ve no es niebla: es humo. Tenemos toneladas de carbón quemándose bajo nuestros pies ahora mismo.
—Está bien —Bastian se talló el ojo; sentía un leve ardor y comezón—. Pero, antes necesito saber qué topos van a emerger en el palacio de Elpis.
—Pues todos. Pero, cada uno va a salir donde pueda.
—¡¿Qué?! ¡No puedo creer que seas tan desorganizado!
—No se trata de desorganización. Es cuestión de cálculo. Tienen que emerger en la explanada del palacio de Elpis y en las calles de alrededor sin que se estorben o pasen por las cloacas. Pero, puedes venir conmigo. Ya veré cómo hacer para que salgamos donde quieras.
—Bueno, supongo que eso es mejor —Bastian volvió a tallarse el ojo—. Vámonos. Pero, antes quiero que le des fusiles a Jayn y a los otros inventores. No sabemos qué nos espera en Elpis.
—No te preocupes por ella —dijo Gunter—. Trajo armas desde antes de sacar los topos del taller.
Caminaron juntos hasta llegar al topo en el que viajarían. Detrás de ellos, cuatrocientos hombres bajaban a paso veloz por la compuerta de carga del Defender.
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El sueño de los reyes
AventuraLeonard Alkef debe ganar una guerra y salvar a su familia en 24 horas. ¿Podrá con todo?