MIRIAM EN SOTERIA

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Se dio cuenta de que su esposo tenía razón con lo de los aerodinos. El HMIA Revenge era un inmenso avión a vapor que a ella le pareció más grande que un 747... porque no conocía otro. Llevaba mucho tiempo sin volar hasta esa noche. Abordó con su esposo, hija y mamá por una compuerta en la parte de atrás y subieron de la bodega por una serie de rampas hasta el área de pasajeros. Cada una escogió un asiento cerca de las ventanillas, aunque no verían nada porque la noche cayó un buen rato antes.

-Ay, hija -dijo su madre-. Esto sí está bien cómodo. Mira nomás cuánto espacio hay entre los asientos.

-No es un avión de pasajeros, mamá -aclaró Míriam. No hallaba dónde poner su bolso, así que se lo llevó sobre las piernas. No alcanzaba la butaca de al lado, aun estirando el brazo tanto como podía.

Leonard (o Carlos, daba igual) llegó un momento después. Un muchacho rapado, con una gabardina de cuero hecha girones, lo entretuvo en el corredor afuera de la cabina donde ellas se acomodaron y se quedaron ahí, hablando de quién sabe qué cosas como por cinco o diez minutos. Laura se levantó rápido de su lugar y lo abrazó de una pierna para que la arrastrara mientras caminaba. Le encantaba jugar así con su papá. Pero, eso no significaba que Míriam fuese a olvidar tan fácil que le mintieran, por muy noble que pareciera la causa por la cual su marido lo hizo. Apenas comenzaba a entenderla. Y aún le faltaba estar segura de no haberse casado con un criminal, pues en tal caso -muy a su pesar- prefería que se largara. Tuvo bastante con que la secuestraran como para también soportar un interrogatorio, sin importar cuándo ocurriera.

-Ven acá -dijo él mientras se agachaba para cargar a Laura-. Será un vuelo largo, así que mejor aprovéchalo para dormir un rato. -La sentó en la primera butaca que tuvo enfrente.

-¡No tengo sueño! -protestó la niña en lo que su papá le abrochaba los cinturones de seguridad.

-Quédate despierta entonces. Pero, irás sentada de todas maneras. Este no es un avión como los que ya conoces.

De pronto, el capitán anunció el despegue por una especie de altavoz en forma de trompeta sobre la puerta de la cabina. El aviso se oía como salido de una lata.

Leonard se acomodó en el asiento detrás de Miriam. Ella le ignoró. Seguía molesta por sus mentiras. Además, todavía no estaba segura de confiar en su palabra o la de las personas que le presentaran en Soteria. Gente que jamás había visto. ¿Qué tal si ellos también mentían? De cualquier modo, no iba a decir nada si él no hablaba primero.

-Llegamos a media madrugada -avisó Leonard-. A lo mejor la reina Sofía nos invita a dormir en el palacio.

-Pues no sé. No quisiera causarle molestias.

-Yo tampoco. Pero, espero que sólo sea esta noche. La ciudad está en ruinas, así que no hay dónde hospedarnos. Mañana tal vez podría pedirle posada a otros amigos hasta que regresemos a San Antonio.

-Lo dices como si nos fuéramos a quedar mucho tiempo aquí

-Es posible. Todo depende de qué planee hacer Su Majestad con su hermana, ahora que la llevamos prisionera.

Despegaron a una velocidad con la cual Miriam sintió que el alma se le quedó en tierra pero, al ganar altura, esa sensación fue reemplazada por un mareo cuando desapareció el hueco en su estómago y, más tarde, la náusea tomó su lugar al darse cuenta de que Laura vomitó. Según parecía, aún les quedaban efectos del gas somnífero que les rociaron justo antes de que se las llevaran a Elpis porque el año pasado volaron a Orlando, Florida para las vacaciones y no sufrieron tanto como ahora.

El cansancio venció a Doña Martina en pocos minutos. Curiosamente, se veía en mejores condiciones que su hija, o su nieta, a pesar de que corrieron el mismo peligro. Hasta, convirtió su propio bolso en almohada. Momentos después, sus ronquidos sonaban como una olla hirviendo. El capitán anunció por el altavoz trompeta que el HMIA Revenge había alcanzado altura de crucero y que era seguro levantarse. De pronto, el muchacho de la gabardina rota entró por puerta del fondo, dejó la prenda rasgada en una butaca y se dirigió hacia Leonard. Míriam prestó poca atención a lo que decían. Pero, el rapado vestido de harapos se quejaba de las burlas de la reina Nayara. "No seas niño, Erik", le respondió Leonard mientras le palmeaba el hombro. Luego, hizo un ademán con la cabeza para pedirle que lo siguiera. Se detuvieron junto a ella.

El sueño de los reyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora