CONVENCIENDO A DEREK

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Leonard fue conducido hasta el hangar privado de Derek, en Zaldja. El horizonte frente a ellos comenzaba a teñirse de rosa. Tuvo la oportunidad de ver mejor a su enemigo, ahora que era prisionero y el pelotón le hacía pasar al cobertizo. Lo halló más avejentado. Pero, no por el transcurrir de los años; parecía más algo prematuro, causado tal vez por la presión de gobernar un país en guerra. Estaba pálido, tenía bolsas bajo los ojos entornados y ojeras casi negras. Incluso sus primeras canas brillaban entre el cabello. El jefe del pelotón cerró las puertas. Después entró a una pequeña oficina en el costado del edificio, bajo el ala izquierda de la nave insignia, y salió de ahí con dos sillas plegables bajo el brazo.

—Pónganlo cómodo —exigió Derek.

Enseguida, el capitán ordenó que le trajeran una cuerda. En cuanto se la dieron, ató a Leonard a una de las sillas tan rápido que al prisionero no le dio tiempo de pensar en huir. Derek cogió la otra y se sentó a horcajadas frente al Maestre Alkef.

—Hay que ser valiente para llegar hasta aquí —dijo apoyando los brazos en el respaldo—. Hacía mucho que nadie lo lograba, ¿cierto, muchachos? —Los soldados le dieron la razón en coro—. Pero, dime algo, ¿no te parece decepcionante que te venzan con un simple calambrazo después de haber tomado a Rera, y derrotar a un comando de reconocimiento arriano en el mundo adánico? —alguien dejó escapar una risita burlona—. Aun así, creo que puedo hacerte una oferta...

—Ahórrate el cliché —respondió Leonard—. Cada uno tiene algo que al otro le interesa. Dime, ¿qué quieres tú?

—Directo al punto, ¿eh? Bien. Muy bien. Me gusta cómo piensas. Este es mi trato: tu familia a cambio de Sofía.

Leonard estaba consciente de que Olam le pidió dejarse conducir hasta Nayara. Sin embargo, la oferta que acababa de recibir de algún modo no parecía adecuada, aunque le diera lo que necesitaba. No se trataba de cumplir con el Código de Honor de los Maestres. Tampoco de corresponder al apoyo otorgado por la reina Sofía. No entendía el porqué, pero, le daba la sensación de que al aceptarla evitaría el descubrimiento de un acontecimiento oculto y trascendental para Eruwa y para sí mismo.

—¿Aceptas o no? —exigió Derek.

—No.

—Vamos. No finjas conmigo. ¿Crees que me faltan medios para saber qué fue de ti por diez años?

—¿Y a quién le importa eso?

—A tí. —Derek dio un pequeño brinco con la silla entre las piernas para acercarse a Leonard—. O al menos debería. Yo sé que no colaboras con Sofía por cumplir con el Código de Honor. Simplemente descubriste que Bernard Kurn y Joab se enriquecieron robado los fondos de Peña Hueca, ellos te acusaron de evasión fiscal para eliminarte, huiste al mundo adánico y ahora luchas por Soteria no solo por salvar a tu esposa y a tu hija, sino también a cambio de un miserable indulto. ¿O te atreves a negarlo?

Leonard intentó disimular su sorpresa lo mejor que pudo. Pero, quizá Derek ya la había notado y no tardaría en restregárselo. Aun así, él no se pasaría al ejército de Elpis, sin importar qué le ofrecieran. Pero, ¿cómo sabían todo eso de él?

—Mis motivos no te incumben. No haré lo que quieres. Es mi última palabra.

—¿Qué si Nayara y yo te damos el indulto? Piénsalo. Tendrás de una vez todo lo que buscas, hasta te daríamos una casa de playa en Sales, o donde prefieras si decides quedarte después de la guerra. Sólo debes eliminar a Sofía.

—No voy a chaquetear aunque me ofrezcas tu corona.

—Espérennos afuera —ordenó Derek a los soldados— ¡Ahora!

El pelotón obedeció de inmediato, como si sólo aguardasen esa orden.

—Traté de ser cortés —El rey de Elpis se puso en pie—. Pero ahora despídete del señor amable y escucha. Te daré hasta diez para unírtenos o haré que tu familia conozca a Olam en persona —hizo el ademán de pasarse el pulgar por la garganta.

—¡No te atrevas a tocarlas! —Leonard trató de levantarse aunque estaba atado a la silla.

—¿O qué? —Derek lo volvió a sentar empujándolo hacia abajo por los hombros— Olam te abandonó, igual que a Soteria desde que te fuiste. O dime, ¿cómo supe tanto de ti? ¿eh? ¡Anda, dilo!

—Le vendiste el alma a Helyel o yo que sé. No me interesa.

—Te interesa porque fue un Ministro quien me dijo todo. Sí, un Ministro. Se hacía invisible para espiarlos y escuchó hasta la última palabra que tu reina te dijo esta mañana. Estas por tu cuenta. Así que ahora te daré diez segundos para decidir o tu amada familia se las cargará.

Leonard se sorprendió aún más al enterarse de que un Ministro espiaba para Elpis. "Uno..." En cuanto Derek inició la cuenta, fue hasta la pared del fondo, frente a ellos, y cogió el bocal de un tubo acústico; parecía decidido a cumplir sus amenazas. "Dos..." Eli aseguró que Olam deseaba terminar la guerra entre Nayara y Sofía, pero ¿por qué parecía apoyar a ambos bandos? "Tres..." De algún modo, todo indicaba que tanto el rescate de su familia como el fin del conflicto dependían de que él llegara hasta Nayara sin mentir, la venciera y la llevara como prisionera a Soteria. "Cuatro..." ¿Cómo iba a cumplir tal proeza? Yibril no pudo darle todos los detalles. "Cinco..." Entonces, se le ocurrió que podía recitar el conjuro Mideh para que Semesh, su espada sagrada, viniese a él, aunque no iba a servir de mucho estando atado. "Seis..." Si quería salvar a Miriam, era hora de actuar; bastaba con soltarse, sólo que no se le ocurría el modo. "Siete..." Lo ataron tan bien que apenas podría librarse con un encantamiento. "Ocho..." Si era la única forma de lograrlo, tendría que intentarla. "Nueve..." Por otro lado, había más de una manera de vencer a un reino enemigo.

—¡Esta bien! —dijo Leonard— Me uniré a ustedes.

—Bien pensado —Derek regresó el bocal a su lugar—. Ahora te desato.

Luego, se acercó a la silla de Leonard y dio un tajo preciso a las cuerdas, que cayeron de su lugar sin ofrecer resistencia, como en un truco de ilusionismo.

—Sígueme— exigió Derek—. Tenemos mucho qué hacer, empezando por parar el ataque a la ciudad.

Leonard obedeció, caminando detrás de él mientras iban hacia la entrada del hangar.

—¿Y después?

—Volverás a Soteria. Ya te explicaré qué harás allá, y...

A Leonard no le gustó esa pausa repentina.

—¡Qué estúpido! —Derek negó con la cabeza— Nayara debe verte primero.

—¿Para qué? ¿Voy a jurarles lealtad?

—Algo así. Recibirás el Corazón de Acero... ¿o prefieres que yo te mate ahora mismo?

—No —dijo Leonard en un tono grave, fingiendo temor—. Prefiero ir ante Nayara.

—Aprisa entonces.

Derek se apartó a una orilla, junto a la puerta del pequeño despacho junto al aerodino, y cogió el bocal de un tubo acústico para ordenar que le preparasen un barco, una escolta y trajeran las pertenencias de Leonard Alkef. Partían a Elpis en el acto. Sin embargo, un ruido imprevisto le hizo parar la conversación en seco y fruncir el ceño. Leonard no estaba muy seguro, pero creyó reconocer ese sonido. Parecía que un edificio alto había caído más o menos lejos de ahí. Seguramente fue una torre costera.

—Date prisa con mi encargo —avisó Derek a la persona en el otro lado del tubo; luego, devolvió el bocal a su lugar y se abalanzó sobre Leonard— ¿Qué carajo fue eso?

—Es Erik. Tiene órdenes de destruir las torres costeras.

—Conque ese inútil sobrevivió...

—Creo que sí. Aunque también puede ser Bastian.

—No me interesa quien sea. Iremos ahora mismo a Elpis y detendrás esta payasada.

Derek salió del hangar, y volvió un momento después acompañado del pelotón que había escoltado a Leonard un rato antes.

—En marcha —dijo mientras enfundaba de nuevo su arma—. Tienes una cita.

El sueño de los reyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora