Leonard sacó el teléfono móvil de su bolsillo por enésima vez desde que llegó al jardín del palacio.
—Cuarto para las once —masculló—. ¿A qué hora llegará?
Estaba cansado de esperar. Así que se sentó en una banca de granito en una orilla, junto a un rosal.
Era comprensible que Sofía tardara en atenderlo. Ella se involucró en la liberación de la ciudad desde la noche anterior, y a lo mejor andaba todavía en la calle. Les ayudó a conseguir armamento, quién pilotara las máquinas con las cuales iban a excavar desde la Isla Weismann hasta Elpis, e incluso reclutó tropas. Precisamente la parte que a él más le preocupaba. Si lo que Erik Bellido dijo en casa de Bastian era cierto, llevar con él a los soldados que capturaron durante la liberación de la ciudad era un riesgo. Por eso decidió ir al palacio antes de partir. Debía convencerla de hacer algo diferente con ellos; cualquier cosa menos subirlos a los aerodinos en los que pensaban atacar. Antes de que terminase la reunión con Gunter, Jayn y Erk en casa de Bastian, prometió a todos deshacerse de la compañía zombi. Sólo esperaba que la reina aceptara que los dejen.
Leonard hubiera jurado que estaba en una película muda, de no ser por el trino de los jilgueros que bebían en la fuente en medio de aquel patio interior sembrado de césped y rosas rojas, las flores preferidas de Su Majestad.
Vio de nuevo la hora. Faltaban diez para las once. Y, en ese instante, creyó percibir un taconeo casi rítmico que se aproximaba desde el interior del palacio. Se oía como zapatos de mujer. Un segundo más tarde, apareció Sofía por el pasillo que rodeaba la parte frontal del jardín. Él se levantó enseguida de la banca para recibirla, y ella fue hacia la fuente. Ambos se encontraron ahí.
—Felicitaciones —dijo Sofía—. Soteria es libre gracias a Olam y a ti.
Se sentó en el brocal. Y, después de hacerlo, estiró un poco la falda del entallado vestido púrpura que llevaba esa mañana. Leonard permaneció de pie frente a la reina. Hizo un saludo militar.
—No es nada, Majestad —respondió—. Pero, no hice esto yo solo. Le debo mucho a Eli Safán; lo mismo que a Bastian y a Erik. Ellos también fueron muy valientes anoche.
—¡Qué bien! ¡Excelente! Siendo así, les daré una recompensa tan grande como a ti.
—Majestad, aunque agradezco su generosidad, he venido por otra razón.
—Pues, ¿qué esperas? Dime qué más puedo hacer por ti.
—Quisiera rogarle que no envíe conmigo a los soldados que capturamos anoche. Los considero demasiado peligrosos para nuestras tropas.
—¿Los consideras peligrosos? Me temo que no entiendo.
—Lo son, y pienso que debería entender el por qué. No se trata de civiles reclutados por leva; son soldados enemigos. No importa que les haya practicado el conjuro del Corazón de Acero. Ellos querrán volverse contra nosotros en la primera oportunidad, aunque mueran.
Sofía se mordió un labio, y después negó con la cabeza.
—No te preocupes. —Posó una mano perfumada con fragancia de rosas en el brazo de Leonard—. Te obedecerán, créeme. No usé ese conjuro con ellos, sino uno nuevo que Eli y yo descubrimos hace tiempo.
Leonard no quiso creer al principio que Erik tenía razón. Pero, acababa de confirmarlo. La reina utilizó un conjuro contrario a las enseñanzas de Blitzstrahl, y lo peor de todo fue que involucró en ese "descubrimiento" al Sumo Sacerdote. ¿De dónde lo habría sacado realmente? Dudaba mucho que un encantamiento así figurara en el libro escrito hacía diez años por el anciano clérigo. Sin embargo, ahora no podía ocuparse de esa Revelación; en especial si consideraba que no tenía más tiempo y que ella le facilitó su propio ejército y algunas tropas enemigas prestadas para rescatar a Miriam.
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El sueño de los reyes
AdventureLeonard Alkef debe ganar una guerra y salvar a su familia en 24 horas. ¿Podrá con todo?