Hacía poco más de un mes que Soteria y Orr firmaron la paz.
Eli acababa de salir de una reunión con el gobernador Boise y la reina Sofía. Planeaban construir nuevas armerías en Orr tan pronto fuera posible.
Cuando el anciano llegó a las rejas del palacio, creyó que alguien le llamaba. Se volvió para ver quién era, solo para asegurarse de que sus oídos no le jugaban bromas de nuevo. No le gustaba admitirlo, pero, sucedía bastante seguido a pesar de tener tan envidiable salud.
Entonces, vio a Bastian correr desde la escalinata de la entrada con un libro bajo el brazo. Y llegó un poco después, sin parecer agitado.
—¿Dónde hallaste ese libro? —preguntó Eli a quemarropa.
—En la biblioteca —dijo Bastian—. Venía a dárselo. Pero, también quiero hablar con usted.
—Voy a una reunión —respondió Eli—. Tengo tiempo de escucharte camino allá. ¿Vienes?
—Claro... Si no le molesta.
El mismo guardia achaparrado que anunció a los embajadores de Orr deslizó el portón a duras penas. El sacerdote y el Maestre dejaron atrás la explanada mientras el enrejado se cerraba a sus espaldas. Cruzaron la avenida frente al palacio, rumbo a una parada del trolecoche al otro lado de la Plaza Mayor. Los estudiantes de los colegios cercanos —el preuniversitario San Gleb para señoritas, la Universidad Real de Soteria, y el Colegio Técnico Abierto— volvían a sus casas por las calles aledañas; algunos iban en grupos, otros marchaban solitarios.
—Bien, ahora te escucho. —El sacerdote subió con dificultad el pie al bordillo de la rotonda.
—Sabe, ayer estaba en la biblioteca documentándome para un caso y...
—Ve al grano, hijo. Todo mundo sabe en qué caso trabajas.
Bastian representaba a un infeliz del distrito de Lestershire que demandó a la ciudad porque su excusado estalló mientras lo usaba. Era en verdad un juicio sin precedentes.
—Ni me lo recuerde. En fin, hallé su libro... y... quería hablarle de algo que leí en él.
—¿Exactamente qué leíste?
—La parte en rúnico —Bastian tragó grueso—. Algo sobre una invasi...
—¡Cállate, tonto! —El anciano le tapó la boca con rapidez alarmante.
Rodearon la Fuente del Profeta. Pero el concierto acuoso de los trompetistas de cantera en otra fue llevado hasta ellos por la brisa, y salpicó sus ropas.
—¿Le has enseñado el libro a alguien? —quiso saber Eli.
—No señor. A nadie.
—Bueno, hijito —El reverendo suspiró y movió la cabeza de un lado a otro, como si no creyese lo que iba a decir—, no voy a mentirte. Todo cuanto has visto es cierto. Olam mismo me ordenó escribir ese libro, y lo perdí en la biblioteca. Me alegra que lo encontraras.
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El sueño de los reyes
AbenteuerLeonard Alkef debe ganar una guerra y salvar a su familia en 24 horas. ¿Podrá con todo?