El carruaje real aparcó cerca de Fifth Corner, como dos cuadras más allá de la Casa Pastoral de Soteria.
Sofía llevó con ella a dos guardias del palacio, pero los hizo vestirse de civiles antes de salir a efectuar el arresto. No quería que la pobre infeliz a la cual buscaban tuviera el susto de su vida. Todavía no.
—Ahora escúchenme —dijo ella—. No quiero que llamen la atención. ¿Quedó claro?
—Sí, Majestad, entendido —respondió el guardia más joven que acompañó a la reina—. La arrestaremos tan discretamente como se pueda.
Él estaba sentado en el asiento frente a la reina. Pasó los dedos entre el fleco que le cubría el ojo izquierdo, lo apartó hacia atrás y se asomó por la ventanilla. Tenía una larga nariz y llevaba puesta cazadora de cuero con remaches en hombros y solapas; le quedaba tan bien que casi se parecía a Derek, aunque no era tan guapo.
—Aun falta para las cinco —dijo el otro con una voz profunda. Éste era un hombre moreno de facciones toscas y ojos almendrados—. Nadie saldrá de la Casa Pastoral hasta que suenen las campanas del Templo Principal.
—Preferiría que bajaran de una vez —dijo Sofía con impaciencia—, y se encargaran de ella ahora.
Los dos hombres descendieron del carruaje y caminaron por diferentes lados de la calle. Las pocas personas que iban o regresaban por las aceras no parecían hacer mucho caso de ellos. El moreno se sentó en los escalones frente al porche de una casa y el joven de cazadora se recargó en la esquina de un edificio de ladrillos rojos que alguna vez fue tienda de comestibles.
Sofía tomó una lima para las uñas de su bolso, aunque no deseaba matar el tiempo así. Pensaría qué preguntar entre tanto que sus guardias llevaban a cabo el arresto. De hecho, ya se le había ocurrido parte del interrogatorio de camino para allá, después de encontrar un inventor que conectara el cable submarino del zeppografo. Ahora sólo necesitaba precisar quién dispondría de qué información. Lo más importante sería descubrir si Eli espiaba en Soteria para Nayara, cuál era el propósito real del libro que escribía, y —si era posible— obtener una traducción del conjuro en rúnico especialmente poderoso que ella encontró diez años antes en ese mismo texto: sería muy útil en caso de que la guerra no terminara con la captura de su querida hermana. Como ignoraba si el sumo sacerdote aún vivía, no le quedaba más remedio que entrevistar al siguiente candidato que quizá poseería tal conocimiento. Ese candidato era Heidi Braun, la diaconisa había ido al palacio en varias ocasiones como asistente del anciano clérigo.
Al sonar las cinco de la tarde, varios religiosos de hábito amarillo comenzaron a salir por la puerta principal de la Casa. Según lo que Sofía recordaba, a esas horas ellos iban a elevar plegarias en la abadía de su isla mucho antes de que iniciara la guerra; sólo que ahora lo hacían en el Templo Principal.
El guardia de la cazadora dejó la esquina donde estaba parado cuando pasó frente a él una diaconisa joven, pequeña, que luchaba por ocultar un mechón de cabello blanco bajo la cofia y el velo. La siguió a una distancia prudente. Luego, el hombre moreno le cerró el paso por el frente. La chica intentó cruzar la calle para escabullirse, pero los dos se situaron a cada lado de ella para evitarlo. Ambos la tomaron por los brazos y la llevaron hasta el carruaje de la reina.
La portezuela se abrió desde adentro cuando se acercaron.
—¡Heidi! —Saludó Sofía con una sonrisa— ¡Cuánto tiempo! Sube, por favor. Quisiera platicar contigo un rato, si no es mucha molestia.
—No puedo, Majestad —respondió una pálida Heidi—. Es la hora de la plegaria.
—No me interesa, querida. Si digo que platiquemos, tú olvidarás al resto del mundo. ¿Entendiste o te explico con manzanas?
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El sueño de los reyes
AdventureLeonard Alkef debe ganar una guerra y salvar a su familia en 24 horas. ¿Podrá con todo?