Sofía pasó enfadada casi toda la tarde. Luego de haber salido de su alcoba, reunió un pelotón de la guardia del palacio y les ordenó escoltarla. Tomaron un carruaje y partieron aprisa. "Tenemos un arresto que hacer", les informó en un tono gélido.
La traición de Eli Safán, a quien ella estimaba como al abuelo que nunca tuvo, le enfureció al grado de querer ajusticiarlo en el acto junto con los clérigos que aún vivían en la ciudad. Y eso haría. Primero llevó sus soldados a donde vivía el anciano sacerdote. Pero, sólo malgastaron tiempo. No estaba ahí. El siguiente blanco fue la Casa Pastoral de Soteria, en el distrito de Lestershire. Tuvieron que derribar la puerta porque nadie respondió al llamado de la campanilla atornillada al marco. Fue en ese preciso momento cuando descubrieron que los ocupantes se habían marchado y dejaron todas las reliquias y muebles.
—Aquí hay un buen botín —observó alguien del pelotón—. Tal vez deberíamos ir por varias carretas y...
El guardia moreno de ojos almendrados que acompañó más temprano a la reina Sofía en el arresto de Heidi Braun le dio un codazo entre las costillas al otro que quería meterse a robar.
—Nadie irá por nada —dijo ella con brusquedad—. Yo decidiré qué hacer.
Pero, antes de actuar, debía preguntarse qué convenía más: conseguir algún cuaderno o libro que tuviera nombres y domicilios de otros clérigos con los que Eli pudo haberse refugiado, o tomar como botín todas las antigüedades y exvotos que hallaran. Desde luego, la respuesta no tardó en llegar. En el piso de mármol, casi oculta bajo un sofá tapizado en terciopelo, estaba una agenda de bolsillo con tapas de cuero. Fue a donde la vio para recogerla. Se puso en cuclillas, la tomó y la hojeó un poco.
—Debí imaginarlo —susurró al notar que sólo había páginas en blanco—. Le arrancaron todas las hojas. —Se puso en pie de nuevo y se volvió a sus soldados, que aún aguardaban en la entrada—. Señores, la casa es suya —les dijo—. Aprovechen mientras busco lo que quiero.
Los guardias casi entraron en tropel ni bien les dijo que tenían permiso de coger lo que quisieran. Uno agarró una lámpara de bronce, otro sacó una mesa a la calle, y dos más cargaron con el sofá y el resto se adentró a las demás salas en busca de más tesoros. Sofía, por su parte, no tenía idea de qué iba a encontrar. No pensaba rebajarse a saquear; dejaría eso a la tropa. Ella quería información, no antigüedades.
—Estaré arriba —informó—. Avísenme si hallan más agendas u otra cosa que tenga domicilios apuntados.
Subió la escalera de mármol mientras echaba un vistazo al candelabro colgado encima del vestíbulo. Si la vista no la engañaba, era de platino y el cristal cortado que lo adornaba tenía un motivo de flores y piñones exquisito y muy detallado. Una obra de arte que debería estar en su palacio. En ese instante oyó que Shibbaron, su espada sagrada, la llamaba. Como siempre, nadie más lo notó.
—Te advertí que perderíamos tiempo aquí —dijo el arma—. Todos se han ido de la ciudad.
Sofía abrió la primera puerta que halló en la segunda planta, y se metió a una alcoba de huéspedes. Luego, cerró tras sí y se recargó en la entrada para bloquearla. No quería que la vieran hablándole a su espada.
—Tenías razón —respondió—. Me lo advertiste antes de venir. Si Liwatan salvó a Eli, ¿por qué no llevarse a los demás sacerdotes también?
—Descuida. Te dejé seguir porque no vinimos solo a encarcelar religiosos. Quiero que me ayudes a encontrar un conjuro que Leonard Alkef trajo del Mundo Adánico y entregó a Eli Safán.
—Pero, ¿por qué dejar aquí algo así? ¿No sería mejor llevárselo?
—En realidad no estoy seguro. Siento su energía, pero no puedo saber dónde está.
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El sueño de los reyes
AdventureLeonard Alkef debe ganar una guerra y salvar a su familia en 24 horas. ¿Podrá con todo?