Bastian sacó a Erik del campo de batalla. Se alejaron demasiado rápido del campamento de Elpis como para ser vistos. Quizá usaron el encantamiento para acelerar sus movimientos y volver a Soteria. Tal vez estarían mejor tras las murallas; eso si encontraban un médico allá. No sería inaudito que, a estas alturas, la mayoría de ellos hubiese abandonado la ciudad.
—Venga, pues —respondió Leonard Alkef a las amenazas de Joab—. Hace tiempo que...
No pudo decir más. Apenas logró bloquear con Semesh, su espada, el primer ataque de su oponente y contraatacar. Estaba demasiado cerca para usar conjuros. Necesitaba separarse de él cuando menos dos metros; de otra manera, el estallido que se produciría los haría saltar en pedazos a los dos.
Joab dio estocadas veloces que Leonard bloqueó con mucha dificultad. Una y otra vez. Arremetía con rabia y fuerza, sin retroceder, al mismo tiempo que obligaba a su contrincante a luchar con la misma rapidez. De algún modo intuyó que lo cansaría, si no es que lo supo gracias a que probablemente también tenía un vínculo con su arma. De hecho, la jugada parecía funcionar. El Maestre Alkef comenzaba a sentirse agitado; el sudor perlaba su frente, la camisa se le había empapado. Percibía un pitido y las detonaciones de cientos de balas como una peculiar música de fondo. Los demás combatientes enemigos no parecían interesados en él, gracias a Olam.
—¿Tan pronto te cansaste? —se burló Joab—. ¡Si apenas estoy calentando!
Leonard giró el cuerpo a la derecha para esquivar un tajo que iba destinado al pecho, pero lo recibió en antebrazo izquierdo. El ardor de una nueva herida le quemaba la carne.
—Todavía no ves nada de mí —respondió serio.
A menos de cien metros de ellos, cayó lo que parecía un fragmento de fuselaje en llamas, con las portillas aún en su sitio. Los dos miraron a donde cayó la pieza, pero ninguno dejó su posición.
Leonard Arremetió con varios mandobles que Joab apenas pudo bloquear. Lo hizo retroceder un poco a cada golpe hasta que, al final, consiguió lanzarlo hacia atrás de una patada en el abdomen, y apartarlo de sí lo suficiente para utilizar un conjuro contra él. Dirigió la punta de su arma sagrada al corazón de su rival. Se concentró en el blanco, deseó que un diminuto sol brotara del extremo de la hoja, visualizó cómo atravesaría por el aire, imaginó las costillas quebrándose con el impacto como si fuesen de vidrio.
Todo comenzó a ocurrir del modo en que lo había concebido.
La bola de energía salió disparada de la punta de la espada a la velocidad del vértigo. Cortó el viento con brillos furiosos. Arrancó del suelo varias tiendas a su paso. Pero, se desintegró al tocar la hoja del arma de Joab cuando éste la interpuso. El golpe lo empujó de tal forma que, aunque no lo derribó, sus pies marcaron surcos de al menos cuatro metros. A Leonard no le sorprendió. Había visto al Ministro Rashiel bloquear conjuros de igual forma. Pero, solamente Olam sabía cuantos golpes de esa clase aguantaba el metal forjado en el Reino sin Fin.
Se preparó para lanzar el encantamiento de nuevo.
—¡Es mi turno! —Joab se apresuró a poner las manos en garra de modo amenazante.
Leonard no terminó el lanzamiento como esperaba.
De pronto, sintió que millares de alfileres al rojo blanco le entraban por los poros. Los músculos de todo su cuerpo parecieron agarrotarse al mismo tiempo, de tal suerte que le costaba Olam y más respirar o siquiera moverse un poco. Cayó de espaldas. Abrió mucho los ojos al notar que hilillos rojos, tan finos que apenas podían verse a la luz de los reflectores, le salían por la piel y empezaban a formar caminos a través del aire. Boqueó como pez que se asfixiaba. El dolor era tal que sólo esperaba el momento en que su conciencia se apagara y todo terminase.
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El sueño de los reyes
AdventureLeonard Alkef debe ganar una guerra y salvar a su familia en 24 horas. ¿Podrá con todo?