ADIÓS, HERMANA

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-Esta vez, querida hermana -Sofía desenvainó a Melej-, me aseguraré de que entiendas por qué mi plan de conquista siempre fue superior.

-¡No sabes lo que haces! -replicó Nayara- ¡Para!

-Sé lo suficiente. Aprendí los conjuros que ese Legionario planeaba usar y ahora los aprovecharé.

Por los gestos que Leonard hacía, resultaba fácil deducir que intentaba levantarse para detenerla. Pero, estaba anclado al suelo, como los demás. Erik no podía despegar la frente del adoquinado. Los soldados de la guardia que llegaron con él se quejaban, o eso creía ella, pues sonaban como si estuviesen amordazados. Quizá sus mandíbulas quedaron trabadas a causa del encantamiento.

Sofía se dirigió al centro de la plaza, donde reposaba la Estrella de la Mañana y recitó el primer conjuro, con el cual volvería visibles los otros dos que necesitaba: "Serum misig". Los caracteres cursivos e invisibles con los cuales estaba grabado el metal aparecieron enseguida. Brillaban como si fiesen de vidrio fundido. Después, puso su espada delante de sí para liberar a La Nada de su encierro con el próximo encantamiento: "Anej reise fuse hawa".

No sucedió nada.

-¡¿Qué?! -Tiró su espada con fuerza- ¡¿Sufrí tanto para nada?!

Se dio media vuelta e iba directo a Nayara. Pero, se detuvo en seco. Las farolas alrededor de la plaza se apagaron, al igual que las luces del palacio. Fue como un velo oscuro que se extendió por las calles de Soteria y entró en las casas y edificios hasta dejar a las cuatro lunas como la única iluminación. El viento silbó arrastrando las hojas secas en su camino. De pronto, se oyó muy cerca de ahí lo que parecía el latir de un inmenso corazón. Ella se giró con rapidez. Luego, corrió hacia donde reposaba el gigantesco mosaico que aprisionaba a la Nada. El primer encantamiento había surtido efecto.

-Es tan hermoso -dijo con tono de ensoñación...

Esa distracción debilitó el conjuro lo suficiente para que Nayara lograra ponerse de pie, a pesar del dolor muscular producto del esfuerzo.

Las teselas de aguamarina que formaban el mosaico resplandecían. La estrella de siete puntas encima de ellas emitía un brillo dorado tan intenso que el oro del cual estaba hecha se veía como recién fundido, aún dentro de la hornaza. Enseguida, la piedra y el metal se derritieron. Aquella pasta candente se arrastró por su cuenta hasta formar una esfera, primero del tamaño de un balón, luego cada vez más grande. De pronto, se elevó al mismo tiempo que crecía. Debió alcanzar dos o tres metros por encima del piso. Enseguida, se expandió de forma abrupta. Era como tener enfrente un sol azul en miniatura.

Sofía entonces puso frente a sí a Melej.

-Zared wo anat ahemi awa -recitó.

La Nada, ahora libre de su encierro, se infló aún más y empezó a rotar. Relámpagos parecían surcar su superficie de cuando en cuando. Faltaba que Sofía le diese su única orden, orden que no podría repetir hasta que realizara de nuevo todo el ritual.

-¡Y ahora -Sofía extendió ambos brazos con aire triunfal- el gran final!

Nayara consiguió avanzar unos cuantos pasos y adelantar una mano.

-No... detente...

-Mei anaku soar abaka Ibawa -recitó Sofía grandilocuente.

De pronto, La Nada cambió su brillo por un azul más oscuro y el sentido de su rotación. Los relámpagos que surcaban la superficie se volvieron más intensos; de vez en cuando golpeaban el suelo.

El sueño de los reyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora