El carruaje de Derek paró varias cuadras antes del Jamelgo Rampante. Aún era temprano.
La dichosa posada estaba cerca del puerto de King's Cross, al sur de Elpis, en el distrito de Saltport. Se supone que era una de las zonas más pobres de la ciudad. Sin embargo, a él le importaba poco. Solía usar boina, pantalones de denim y una cazadora de gamuza para andar por ahí. No le gustaba que la gente lo reconociese y le hiciera la consabida reverencia en la que acostumbraban decirle "larga vida al rey". Él prefería verse como cualquier civil. Después de todo, no siempre había la oportunidad de ser como ellos.
Le desagradaba recordar lo que tenía la bolsa de terciopelo en su mano. Pero, tuvo que aguantarse. A fin de cuentas, ya no faltaba mucho para deshacerse de ella. La metió en el bolsillo de la chaqueta y bajó del carruaje. "Sigo a pie desde aquí", dijo al cochero; un muchacho de cabello blanco y ojos verdes que vestía una camisa de linalgodón. Luego, éste bajó del asiento delantero para limpiar las ventanillas.
Derek cruzó varias calles adoquinadas, como las del resto de la ciudad. Las farolas aún estaban encendidas a pesar de que había ya luz natural. Tomó la avenida Shipwreck hasta topar con una hilera de viviendas casi idénticas: Todas tenían tejados de laja, cascadas de helechos o enredaderas que caían desde macetas en las rejas de los balcones y ventanas ojivales, cerradas con postigos como si fuesen párpados de madera. Lo que las diferenciaba entre sí, aparte de la ubicación, eran los tonos anaranjados, beige, celestes, amarillos y salmón con que sus dueños las pintaron. Siguió recto desde ahí, sin responder a quienes le daban los buenos días. Al fondo de la calle, casi pegado a las murallas de la ciudad, estaba un edificio de cinco plantas, recubierto de estuco blanco, sin otra gracia además del letrero de lámina que colgaba sobre la puerta de roble. Desde ahí ya podían verse los muelles y el malecón.
La poca brisa marina que podía cruzar el muro hizo rechinar las cadenas del anuncio de la posada. "El Jamelgo Rampante de Bernardo Mantecón", se leía en letras rojas, bajo el dibujo de un caballo encabritado que parecía hecho por un niño de parvulario.
Derek empujó la puerta. Los goznes emitieron un gemido que le erizó el vello de los brazos.
La taberna del negocio ya estaba abierta. Se suponía que era para los huéspedes, aunque los dueños permitían que cualquiera comprase comida sin importar lo temprano que fuera. Pero no había clientes aún. El posadero, un señor de canas erizadas y cara de engreído, entró por una cortina tras la barra en cuanto sonó la campanilla colgada en la entrada; venía poniéndose un chaleco negro.
Derek se acercó a pedir dos desayunos completos con cerveza de la casa. Buscó el privado de más al fondo del local. Se sentó en el banco a esperar. Yibril o Aron seguramente aparecerían pronto.
No pasaron cinco minutos cuando Aron Heker entró. Llevaba las trencillas recogidas en una coleta, y vestía pantalones de denim negros con camisa blanca. Miró de un lado al otro. Un instante después, se dirigió a donde ya lo esperaban. Tomó asiento en el banco frente al rey.
—¿Qué trajiste ahora? —preguntó con ironía.
—La mano de Karl "El manco" —respondió Derek al tiempo que sacaba la bolsa de terciopelo de su cazadora y la ponía sobre la mesa—. ¿Por qué? ¿La quieres?
—No, hombre, gracias. Paso.
—Si fuera por mí, yo también. Lo bueno es que hoy la veremos por última vez.
El posadero llevó a la mesa dos platos con salchichas, tocino, costillas de ternera, huevos fritos, puré de papas, espárragos. Puso un canastillo de pan en el centro junto con dos jarras de cerveza.
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El sueño de los reyes
AventuraLeonard Alkef debe ganar una guerra y salvar a su familia en 24 horas. ¿Podrá con todo?