SORPRESA

27 7 6
                                    

Nayara despertó y vio el reloj en la repisa de la chimenea frente a su cama. Faltaban quince para las tres de la tarde. ¡No podía creerlo! Se quedó dormida desde la mañana, cuando el doctor Flaug le extrajo las muestras de sangre para los estudios que le prometió.

A ella nada le provocaba más ansiedad que las agujas, lo cual resultaba irónico debido a que su propia espada tenía un conjuro que hacía brotar puntas filosas de la carne de quien recibiera el ataque. Si aceptó que le punzaran dos veces la vena del brazo, fue porque quiso saber si podía quedar encinta por tercera vez. Nada más. Pero, ni bien vio que el cilindro de la jeringa comenzaba a llenarse, tuvo nausea y casi se desmayó. Hubiera caído de la silla de no ser porque Rui Heker la sostuvo. Así que el doctor Flaug le recetó algunas píldoras y reposo después de que él mismo y la capitana la llevaron hasta la recámara.

Tenía poco más de diez años sin pasar por experiencia semejante. De hecho, le sucedió cuando aún vivía en Soteria, en una de las tantas ocasiones en que el doctor Rosenrot le hizo lo mismo a Mamá.

Se puso de pie, abrió la ventana para asomarse un momento y recibir un poco de brisa; pero, aún hacía mucho calor. Prefirió quedarse en la sombra. Eso bastó para que notase las filas de infantería que venían sobre la calle Grinsglow hacia el palacio. Si ella recordaba bien, la vía iba a desembocar en el puerto de Split Rock al recorrerla en la dirección opuesta, y eso significaba que todos esos hombres vinieron de la base militar de Zaldja.

—¿Qué hacen aquí? —se preguntó.

—Si Derek fue a Zaldja hoy —dijo Melej, su espada sagrada— probablemente les ordenó venir.

El hecho de ver soldados en el centro de Elpis no le preocupaba tanto como los cañones antiaéreos, ametralladoras y sacos de arena para construir parapetos que traían con ellos.

En ese momento, recordó que Johan Shmirkov se reuniría con la guardia del palacio. Entonces, tomó a Melej y se ató la vaina a la cintura. Fue a la puerta deprisa y salió de la alcoba en busca de Rui Heker o del propio general. Después de todo, iban a celebrar una asamblea y quizá mencionarían ahí la razón por la cual las tropas recién desembarcadas marchaban por la ciudad. Uno de los dos tendría que explicárselo.

Bajó a la segunda planta. Cuando estuvo frente a la puerta del estudio, miró a un lado y al otro del corredor; pero, no vio a nadie y decidió ir a la sala del vestíbulo. Al llegar, halló los ventanales abiertos, y tenían las cortinas descorridas y atadas a la pared con cordones de terciopelo. Desde ahí pudo ver que Rui discutía con uno de los porteros, en medio de la explanada. Los primeros soldados de Zaldja en arribar al palacio comenzaban a colocarse en formaciones en cuadro del otro lado del portón. Seguramente ninguno de los dos sabía qué hacer.

De pronto, Rui giró la cabeza y, un instante después, dijo algo al guardia y cada uno se fue en dirección opuesta al otro. Ella volvía al palacio y él a la entrada principal.

Nayara supuso entonces que la llegada de tropas también sorprendió a la capitana. Pensó que debían preguntar a Johan Shmirkov por qué vinieron. Pero, en ese instante, cayó en cuenta de que tal vez las órdenes que Derek envió por zeppografo en la mañana tenían algo que ver. Se le ocurrió que su esposo no fue a Soteria sólo para cazar a Leonard Alkef; algo más había pasado y ahora trataba de protegerla.

De pronto, el ruido del pomo al abrirse la puerta llamó su atención. Esperaba que fuera Rui.

—Majestad —Ésta se cuadró en un saludo militar apenas se encontraron—. El general Shmirkov está afuera. Dice que viene a reforzar las defensas del palacio por mandato del rey.

El sueño de los reyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora