CARLOS VISALLI

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Leonard durmió un sueño profundo, apacible, hasta que tuvo un despertar ingrato

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Leonard durmió un sueño profundo, apacible, hasta que tuvo un despertar ingrato.

La luz del mediodía se colaba por la ventana y le caía de lleno en la cara. Su cabeza estaba a punto de estallar por el dolor. Tenía nausea. Incluso, le costó recordar cómo llego a esa recámara donde sólo había una cama y por qué sólo vestía calzoncillos. El colchón desnudo se había calentado de tal manera que le molestaba. Los universos ahora se cobraban el favor de haber desaparecido por... ¿Por cuánto tiempo?

Se levantó. Pero el mareo hizo que las piernas apenas pudieran sostenerlo y tuvo que apoyarse en la pared con una mano. El primer dato en acudir al rescate fue su ubicación: una casa alquilada en San Antonio, Texas; una ciudad del mundo adánico.

Sin querer se vio en el espejo pegado al otro extremo del cuarto. Batalló para reconocer su propio reflejo. Era él, sin duda. Los mismos ojos grises, la misma nariz recta, el mismo bigote rubio, y el mismo cuerpo esbelto y musculoso. Pero algo había cambiado, como si el reflejo fuera de alguien más. Las cicatrices de su combate con Rashiel desaparecieron. Tampoco tenía las del ataque con lanzallamas en el que ardió su gabardina, durante la batalla de Rera.

Su mente bulló enseguida con imágenes desordenadas. Se vio a si mismo abriendo regalos bajo un árbol navideño, malherido a bordo de una ambulancia, en un camión de mudanzas saliendo de Dallas rumbo a San Antonio, acostado mientras lo cubrían con una sabana blanca, estudiando de noche para un examen que daría por la mañana en la Universidad Estatal de Texas, terminando con una novia un día y declarándosele a otra el siguiente, trabajando en una fábrica, peleando a puños con un niño regordete de camisa a rayas, un grupo de bomberos intentaba rescatarlo de un coche despedazado en la autopista interestatal treinta y siete.

No pudo resistir más y vomitó.

—Acababa de limpiar este chiquero —se quejó una voz desde la puerta. Era Rashiel. Sus cejas tenían pelo de nuevo, al igual que su cabeza.

—¿Cuánto dormí? —preguntó Leonard sin retirar la mano de la pared.

Rashiel echó una mirada al reloj en su muñeca.

—Tres días, nueve horas, cuarenta minutos y veintiún segundos —informó, y luego, encogió los hombros mientras Leonard le miraba extrañado—. ¿Qué?, tú preguntaste.

El Maestre se sentó en la orilla de la cama. No estaba de ánimos para excentricidades.

—¿Qué rayos me pasó? —quiso saber.

—¿No es obvio? Te transformaron en otra persona.

—Sí, pero, ¿en quién?

—Eso no importa, bestia —dijo Rashiel—. Ni siquiera lo conocías.

—Ya te habías tardado en decirme así —Leonard se volvió a recostar.

—Si, lo sé. No tenía con quien hablar. Pero escúchame. A partir de ahora, tu nombre será José Carlos Visalli Ojeda. Irás recordando poco a poco todo lo relevante de tu nueva identidad. Por ahora, tómate un descanso. Iré a traerte algo para ese malestar.

El sueño de los reyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora