DOCE HORAS Y CONTANDO

38 6 14
                                    

Leonard Alkef despertó recostado en un catre. Le habían quitado a Semesh, los zapatos, y la camisa y lo dejaron reposando en medio de la calle junto a otros muchos heridos; tan graves como él o más.

Bastian estaba sentado junto al lecho, en una silla de madera, dormido con el codo apoyado en el muslo y el mentón en el puño derecho. Entre ellos había una pequeña mesa, donde un mechero de alcohol aguardaba que viniesen a prenderlo para calentar el agua del matraz que tenia encima. El cristal del recipiente era tan claro que los rosas y malvas del cielo, iluminado por los primeros rayos de la mañana, casi se veían mejor a través de él que a simple vista. El frasco alargado de bolitas de linalgodón impedía que la gaveta central cerrara.

Leonard vio cuántos esparadrapos le pegaron al pecho y los brazos. Recordaba cómo se hizo algunas heridas, pero otras no. Cuando notó a los soldados que ayudaban a traer heridos en brazos o camillas, dedujo que la batalla terminó rato antes. Ya daría gracias al que se molestó en llevarlo a la calle Gardner, en el centro de Soteria. De momento, él necesitaba recuperarse tan pronto fuera posible. Parecía que ganaron. Sin embargo, esa victoria podía revestirse de no actuar pronto. Conociendo a Derek, quizá para esas horas ya trató de comunicarse con Joab. Y, si no le respondían, de seguro iba a contraatacar.

Ahora, con un poco de luz matutina, Leonard notó muchos más negocios abandonados de los que había visto en la noche. Por todas partes había ventanas rotas. Las paredes de edificios y casas tenían un aspecto cacarañado por los hoyos de bala de luchas anteriores. Al pavimento le faltaban adoquines. El polvo y las hojas marchitas se acumulaban junto a los bordillos de las aceras. Muchas farolas de gas y eléktricas tenían las pantallas quebradas.

Aún le ardía la oreja. Pero eso no le impidió que oyese quejarse a unos, llorar a otros, gritar a un desafortunado al que el médico le amputaba una pierna. Un hombre mayor, de boina gris y chaleco negro, sujetaba por el torso al paciente mientras la operación continuaba.

—Al fin despiertas —dijo Bastian mientras se desperezaba sin levantarse de la silla—. Perdón por eso; apenas acababa de dormirme.

—Ganamos, ¿verdad?

—Pues, por poco no... Pero sí. De no ser porque mataste a Joab, ahora estaríamos acabados.

—¿Qué? ¿No me digas que hubo muchas bajas?

—Mira por ti mismo y saca tus conclusiones.

Leonard notó que las hileras de camas donde los heridos descansaban cubrían, cuando menos, cinco manzanas. Fue hasta pudo ver. Eran menos de las que esperaba, sobre todo porque falló el conjuro escudo durante la batalla y quedaron desprotegidos. No sabía en qué lugar dejaron a los muertos; tampoco quería enterarse. Imaginó entonces que la de la noche anterior debió ser una victoria pírrica.

Hombres y mujeres de bata blanca se movían entre las filas de pacientes. De vez en cuando algún pobre expiraba y mandaban cubrirlo con sábanas.

El Maestre Alkef recordó no haber visto a Erik desde que lo salvó. Le preguntó a Bastian por él.

—Lo mandé a la aeropista —respondió Bastian—. Está con mi compañía, inventariando los pertrechos que encontramos anoche.

—¿Tan rápido se recuperó? —Leonard frunció el entrecejo con extrañeza. Le sorprendió la noticia.

—Sí —confirmó Bastian—. Ni yo me lo creí. Pero mi opinión es lo de menos; lo que importa es que hallamos armas y mucha munición. No van a acabar con la escasez pero sí alcanzan para lo que sigue... Y, a propósito, ¿qué sigue?

—Reclutar a quien se pueda, hacer que Gunter nos preste los topos, conseguir operadores que los piloteen, traer las armas de la aeropista...

—Entonces deberías hablar con su Majestad —interrumpió Bastian—. Ella pasó la noche consiguiendo todo eso... eh... Bueno, lo de la aeropista no; pero sí todo lo demás.

El sueño de los reyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora