RASHIEL

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Leonard se preguntó si la visión frente a él era real

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Leonard se preguntó si la visión frente a él era real. Parecía convincente, aunque podía ser un elaborado espejismo.

Nadie le dijo cómo usar el portal. En esos momentos, tenía sólo una idea vaga de qué hacer, y sólo porque fue lo primero en su cabeza. Se acercó despacio. Su estomago cosquilleaba. Enseguida, introdujo una mano a la negrura del paso entre los dos mundos, y la mantuvo dentro hasta que se estremeció y la sacó de ahí. Tragó grueso. Estaba seguro de haber tocado un árbol en algún rincón muy lejos de Soteria.

Contempló su extremidad por un instante. Quiso cerciorarse de que seguía intacta. Y así estaba. Entonces, tomó aire, como un nadador antes de sumergirse, y se lanzó de golpe al portal.

El viaje a la Tierra fue una experiencia singular. En pocos minutos, Leonard voló a una desconcertante velocidad entre puntos luminosos que, cuando se acercaba a ellos lo suficiente, se transformaban en galaxias o soles o planetas. Por último, divisó el astro de aspecto espumoso que vio un rato antes en la Isla Prohibida. De pronto, una fuerza invisible comenzó a llevarlo hacia ese mundo. Al principio, éste parecía una canica; después, una pelota; al final, era tan grande que ocupaba todo su campo visual. Y siguió acercándose. Poco a poco empezó a notar que se dirigía a una gran zona donde era de noche. Aparecieron las luces de las ciudades y también más detalles del relieve: ríos, árboles, matorrales. Por último, distinguió las calles de una urbe, a la cual se dirigía sin aminorar la marcha. Entonces tuvo miedo. No tardaría en dar de cabeza contra el suelo.

Cubrió su rostro con las manos como si eso fuese a salvarlo. Cerró fuerte los ojos, apretó los dientes... Pero nada pasó. La aceleración aminoró hasta que posó los pies sobre césped ralo.

"Menos mal", pensó, "creí que dolería más."

Leonard vio con alivio que la Ouykamaj continuaba debajo de su brazo, tal como la cargó poco antes de abandonar Eruwa. Luego notó que se hallaba en un terreno con pocos árboles, bordeado por una calleja, farolas atornilladas a los postes del cableado elektrico, y lo que supuso eran vehículos de alguna clase; todos estacionados en fila. Divisó una avenida muy iluminada a sus espaldas, y dio media vuelta. Creyó distinguir un local en medio de una explanada de concreto, aunque no logró figurarse qué vendían ahí.

Miró a su alrededor sin hallar ni un alma. De repente, oyó el "crac" de una escopeta al ser amartillada, y levantó la mano libre al sentir en la nuca la fría boca del cañón. ¿De dónde salió alguien armado sin que lo viera?

—Quieto, Legionario —ordenó una voz masculina a sus espaldas.

—Amigo, creo que me confundes —dijo Leonard con tranquilidad.

—Date vuelta despacio. Pon las manos donde las vea y no te hagas el valiente.

Leonard obedeció. El sujeto frente a él tenía la barba mal recortada y su ojo derecho miraba en un ángulo incorrecto y usaba una sortija con perlas incrustadas y le temblaba la mano con que pretendía accionar el gatillo. Si algo sabía el maestre Alkef, era que en esas circunstancias más valía seguirle el juego al agresor, y esperar la oportunidad para el contraataque. Pero quién sabe si sería posible; el fulano le apuntó a la entrepierna en cuanto estuvieron frente a frente.

El sueño de los reyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora