LA ESTRATEGIA SALE MAL

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Joab Krensher vio una luz tan brillante como una centella o fuego artificial cerca del Puerto norte, si no fallaban sus cálculos

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Joab Krensher vio una luz tan brillante como una centella o fuego artificial cerca del Puerto norte, si no fallaban sus cálculos. No estaba seguro de a qué se parecía más. Lo cierto era que después de verla, el viento comenzó a soplar con mucha fuerza. Levantó polvaredas casi al instante, y muchos soldados se cubrieron la cara con camisas, trapos o como mejor se podía.

Georg se protegió los ojos con el antebrazo.

—¿Qué está pasando?

—¡Yo qué sé! —respondió Joab—. Echa a andar el zeppografo y consígueme refuerzos.

El hombre de cabello blanco se alejó corriendo por la calleja. El viento arreciaba.

Por todo el campamento, se oía como el aire agitaba lonas. Una sábana voló junto al Maestre Krensher como un fantasma.

—Tiene que ser Leonard —masculló él.

Se puso en marcha igual que Georg. Hizo bocina con las manos para gritar sus órdenes por encima del silbido furioso que producían las corrientes. No iba a detenerse un poco de mal clima; en especial si las tropas de Soteria no tardaban en atacar.

—¡ARTILLEROS, TANQUES, REFUERCEN LAS TRINCHERAS! ¡FUEGO A MI SEÑAL!

Los tanques de asalto rodearon el campamento ya que eran demasiado anchos para circular por él a toda velocidad. Soltaban chorros de vapor de sus pistones. Inclusive, una de esas máquinas hizo astillas un tronco derribado en el camino al pasarle las orugas por encima. La infantería y los artilleros marchaban deprisa al este como se les mandó, en dirección a la ciudad, para unirse a las tropas atrincheradas a cinco kilómetros de su cuartel.

Joab miró hacia atrás, solo para asegurarse de que no había nadie rezagado. Pero, se quedó boquiabierto. Vio dos tanques de la retaguardia saltar en pedazos cuando lo que parecía un motor de aerodino, incendiado, con todo y hélices, cayó sobre ellos y los aplastó.

 Vio dos tanques de la retaguardia saltar en pedazos cuando lo que parecía un motor de aerodino, incendiado, con todo y hélices, cayó sobre ellos y los aplastó

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Erik Bellido y su compañía se acercaban al campamento de Elpis por la retaguardia, a la orilla del bosque. Se tendieron sobre las hojas muertas, pecho a tierra.

No hacía mucho rato salieron de los túneles por la cueva del rio subterráneo, y ahora se ocultaban tras las líneas de abedules más próximas a las tiendas. Había casi un kilómetro entre los mil doscientos cincuenta hombres de Soteria y el cuartel enemigo. Dar con él resultó fácil, ya que lo alumbraban por la noche para facilitar la vigilancia, y los tanques de asalto se estacionaban a la orilla que las tropas veían en esos momentos; lo difícil fue salir de la caverna y llegar a tiempo al punto donde atacarían. La entrada era un pozo a ras del suelo, con paredes lisas, muy altas, sin escalones tallados en la roca, muy parecida a una noria inmensa. No importaba cómo escalaron. La gracia era que estaban donde Bastian Gütterman los quería.

El sueño de los reyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora