Apenas Sofía se despidió de Leonard, decidió regresar a su alcoba.
Comenzó a subir por la escalinata hacia el segundo piso, y miró hacia arriba al notar el tintineo del candelabro que pendía sobre su cabeza. Sonrió al recordar qué miedo le daba que le cayera encima. Pero, se encogió de hombros y reanudó su camino. Esos temores eran de la chiquilla de catorce que ascendió al trono. Ahora, esa niña tenía veinticuatro primaveras. Se había vuelto una reina a punto de ser vencida por otra que dejó de ser su hermana hacía muchos años; aunque también eso iba a cambiar.
Recorrió el pasillo que llevaba a la sala del trono con una gran sonrisa en sus labios carnosos.
Se detuvo frente al vitral de Gustav el Santo. Miró a través de un hoyo en la capa del primer monarca de Soteria, y vio cómo su ciudad poco a poco recobraba la vida. Las excavadoras de Gunter y Jayn Sverker se dirigían a las afueras. Más gente salía de sus casas por fin, se saludaban al reconocerse o se abrazaban para dar y recibir condolencias.
-¿Te gusta lo que ves? -dijo una voz que ella reconoció al instante. Era Shibbaron, su espada sagrada, que le hablaba como la noche anterior. La desenfundó y la puso frente a sí, con la empuñadura delante de sus ojos.
-¿Por qué no iba a gustarme? -Respondió Sofía sin dejar de sonreír-. Es decir, mira. Hacía mucho que nadie salía a la calle, ni siquiera de día. No sabes qué gusto me da verlos sentirse seguros otra vez.
-Y es apenas el comienzo. Ahora, ve a descansar. Necesitarás toda tu fuerza para lo que sigue.
-Es verdad. Y te agradezco que regresaras para ayudarme. No hubiera hecho nada sin ti.
-No agradezcas. Era mi deber; por el vínculo que antes tuvimos.
Sofía contempló a Shibbaron un instante.
-Pues espero que no me abandones otra vez -dijo ella seria-; por ese mismo vínculo.
-Ten por seguro que no te dejaré; siempre que hagas lo que te diga, como hasta ahora.
La reina no quería ser grosera. En realidad, sentía que no le quedaba de otra que actuar de ese modo porque no podía dejar de pensar en que Eli, la persona en quien más confiaba, hubiera hallado el modo de poner al corriente a Nayara sobre sus planes. Le molestaba ser brusca. Pero, su intención era garantizar la lealtad de los últimos colaboradores que aún eran partidarios de Soteria.
Envainó de nuevo y subió por la escalera detrás de ella, al piso de las alcobas reales. Ya era mediodía, pero no se le antojaba comer. Prefirió esperar a la cena.
Una vez en su recámara, se quitó el vestido que usó durante la noche, y entró a su baño personal embutida en una bata que dejaba ver sus bien torneadas piernas y un poco de busto. Llevaba a Shibbaron en su funda, colgada al hombro, más por costumbre que por necesidad. Abrió el grifo del agua caliente y dejó llenar la tina. En otras circunstancias, le hubiera gustado que Derek la viera usar esa prenda tan corta (o mejor: lo que había debajo). Pero, años atrás, llegó un momento en el que concluyó de que él se había acostado con Nayara tantas veces antes de casarse que prefirió no conocer mujeres más hermosas. Dejó que un poco de carne le cegara el entendimiento. ¿Por qué todos los hombres tenían que ser así? Bueno, en realidad nunca supo a ciencia cierta si ellos lo hicieron sin estar casados. Sin embargo, no veía otra explicación para que Derek se fijara en su hermana.
Abrió el grifo del agua fría. Después, vertió sales aromáticas, jabón de burbujas, y pétalos de rosa. Un momento después, se quitó del cuello la cadenilla con el guardapelo acorazonado que Nayara le regaló cuando aún eran princesas. Lo puso con mucho cuidado sobre la jabonera. Metió los dedos para ver si su baño ya tenía la temperatura que le gustaba. Cuando la sintió lo bastante agradable como para meterse, desató el cordón de su bata. Pero, de pronto, tuvo la sensación de que alguien se deleitaría mucho en cuanto ella quedara en ropa interior. No se explicaba cómo algo así sería posible. El baño tenía sólo una ventana diminuta que abría cuando terminaba para dejar salir los olores, y la puerta se cerraba desde adentro con un pasador; no tenía cerradura. Entonces, miró la funda de su espada, que colgaba del respaldo de la silla. Sintió un cosquilleo desagradable bajo la piel.
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El sueño de los reyes
AdventureLeonard Alkef debe ganar una guerra y salvar a su familia en 24 horas. ¿Podrá con todo?