La flota de aerodinos mantenía dos formaciones en V, como si fueran enormes gansos de metal, con el Grim Reaper y el Colossus a la cabeza. Acababan de sobrevolar Blitzstrahl.
Leonard Alkef miraba por los prismáticos cada poco a través del parabrisas. Siempre le pareció curiosa la forma de esa isla. Parecía que Olam dibujó en el mar un relámpago con el dedo; de ahí que sus habitantes le dieran un nombre que en su propia lengua significaba "rayo". Pero, él pensaba en esa peculiaridad, más que nada, para no angustiarse por lo que se le venía encima. Elpis —el vientre de la bestia— pronto los recibiría a cañonazo limpio, y eso si Derek y Nayara todavía ignoraban que el sitio de Soteria se rompió la noche anterior.
Bastian Gütterman estaba en la cabina del Colossus. Se aproximó al cristal e hizo señales con un par de banderas: "dirigiéndose a Weismann". Leonard le respondió "Adelante" de la misma forma.
La formación más pequeña, integrada por sólo las naves Colossus y Defender y Blackstorm, comenzó a desviarse hacia el Oeste. Iban a rodear la isla de Elpis por el otro lado para llegar a Weismann sin que los avistaran las torres costeras. Era la parte más delicada de la ofensiva.
—Máxima potencia —ordenó Leonard. Enseguida, transmitió con señales la orden a los otros capitanes.
Aksel Feraud abrió por completo las ocho válvulas de los motores. Las hélices comenzaron a girar aun más rápido. Hubo una leve sacudida por la aceleración repentina.
—Manténganse alertas —dijo el Maestre Alkef—. Hay que estar listos por si Elpis envía tropas a darnos la bienvenida.
—¿Quiere que los pilotos precalienten el agua de los cazas? —quiso saber Lucca Röhm.
—Todavía estamos lejos; pero no es mala idea. Adelante.
El sargento Röhm obedeció de inmediato. Había un pequeño estante de acero junto al timón, de donde colgaban las mangueras para hablar por el sistema de tubos acústicos. Las tomó una por una y en casi todas repitió las órdenes. La única que no usó correspondía al compartimento de carga; nadie viajaba ahí.
Leonard tenía en ese momento las manos heladas a pesar del calor de mediados de Jun (o junio en la Tierra). El estómago le cosquilleaba como si bajase rápido en un ascensor. Se acostumbró a esas sensaciones desde la toma de Rera. Sin embargo, la memoria de Carlos Visalli, el hombre del mundo adánico en quien tuvo que convertirse mientras vivía allá, guardaba recuerdos de un amigo que se enlistó en la Marina y volvió de Afganistán en un ataúd cubierto con la bandera de los Estados Unidos. Aunque esos recuerdos no le inquietaban tanto. Al pensar en que Miriam seguía prisionera en el palacio de Nayara, o quizá en la base militar de Zaldja, casi se le humedecieron los ojos. Tuvo que contenerse y parpadear fuerte para que nadie lo notara. La impotencia de no poder ir más rápido lo provocaba; pero los hombres podían creer que comenzaba a ceder ante el miedo.
Decidió salir un momento de la cabina. Giró con ambas manos el gran pestillo en forma de volante que cerraba la puerta metálica y pasó a la cubierta de pasajeros. En ese instante, alguien a quien no pudo ver cerraba la salida del otro extremo; quizá era un piloto de combate... o a lo mejor, dos o más.
En cuanto cruzó el umbral, notó que los soldados en la primera línea de butacas iban aferrados a sus fusiles y con las caras lívidas, como si Helyel viajara retrepado en un asiento junto con ellos. Prefirió ignorarlos. Fue y se acomodó hasta el fondo, junto a una portilla. Miró afuera por un buen rato. Las nubes más bajas pasaban por debajo de la aeronave con engañosa lentitud y el mar se extendía muchos metros abajo, en la superficie del mundo, hasta donde alcanzaba el ojo. Cuando se aburrió del panorama, sacó su teléfono del bolsillo del pantalón. En Eruwa no le servía para nada más que ver la hora; ni siquiera como distracción, pues los juegos instalados de fábrica en el aparato le resultaban insulsos.
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El sueño de los reyes
AdventureLeonard Alkef debe ganar una guerra y salvar a su familia en 24 horas. ¿Podrá con todo?