Sofía despertó al oír que daban un portazo en su propia recámara.
Se extrañó de lo fácil que pudo hacerlo. Tenía problemas para dormir desde hacia años. Las preocupaciones de la guerra hacían que conciliar el sueño fuese otra batalla para ella. Pero, cuando ganaba el cansancio, había ocasiones en las cuales no podía despegarse del colchón hasta entrada la tarde del día siguiente. Buscó a tientas la lámpara encima de la mesita de noche junto a su cama. La encendió dando un tirón a la cadenilla bajo la pantalla, pero todo parecía igual que cuando se acostó. No fue hasta que se acomodó de nuevo cuando vio la pilastra de cedro en el rincón. Tenía una puertecilla entreabierta. Definitivamente era mala señal. No le gustaba la idea de que alguien se colara en su cuarto, en especial ahora que sospechaba que el sacerdote Eli la había traicionado.
El palacio tenía un sistema de pasadizos que facilitaban el escape de sus ocupantes en caso de un atentado. Las entradas y salidas estaban disimuladas en muchos de los adornos en las paredes, o bien, tras las chimeneas. Aunque, la joven también sabía que más de uno de sus antecesores se enredaron con la servidumbre y usaban esos pasajes para ir directo a las habitaciones de sus amantes. Sofía fantaseó muchas veces en su adolescencia con que Derek Stoessel apareciera en su dormitorio por sorpresa y le propusiera fugarse con él. Pero éste no era el caso.
Ella, a diferencia de su padre, dormía con la espada colgada en uno de los pilares que sostenía el dosel sobre la cama. Se incorporó y desenvainó a desconcertante velocidad.
—No se esconda —dijo Sofía cubriendo su camisón de finos encajes con la sábana—. Estoy armada y no dudaré en matarlo.
—Aquí, niña tonta —respondió una voz que a ella le pareció familiar—, en tu mano.
Miró su arma, extrañada. Tenía sin oírla hablar... ¿diez años? ¿O cuánto había sido en realidad?
—¿Tu hiciste ese ruido? —Sofía sostuvo la empuñadura frente a sí antes de soltar la pregunta.
—Sí —respondió la espada—. Tengo días haciéndolo, pero tienes el sueño muy pesado.
—Entonces, a ver si te enteras. He pasado los tres peores años de mi vida porque...
—¿Porque tu hermana sobrevivió y ahora quiere acabarte? ¿Acaso crees que no lo sé?
—Lo siento —Sofía bajó la cabeza.
Una noche, cuando aún era una niña de catorce, oyó hablar a su arma sagrada por primera vez.
Al principio le asustaba. Creyó haber perdido la cordura pero la espada le explicó que se trataba de un vínculo especial entre ambas llamado Widim; algo que los Maestres de la antigüedad dejaron de lado porque con frecuencia morían tratando de crearlo y que la entonces princesa consiguió gracias a su gran determinación. Por aquellos años no había mucho dónde investigar el asunto, pues los escasos libros que lo trataban fueron donados al Museo Real por el abuelo Björn.
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El sueño de los reyes
AdventureLeonard Alkef debe ganar una guerra y salvar a su familia en 24 horas. ¿Podrá con todo?