LA SENTENCIA

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Leonard se presentó en la corte la mañana siguiente

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Leonard se presentó en la corte la mañana siguiente. Pero tuvo que dejar a Semesh con el guardia del vestíbulo, aunque fuera su arma reglamentaria. Cuando llegó al auditorio, tomó asiento deprisa entre la audiencia, junto a Eli. El jurado ya ocupaba las bancas. Mikail y Yibril también habían llegado; y en esa ocasión, retomaron su apariencia usual de religiosos vestidos de negro. Nadie hablaba. Era como si temieran romper el silencio, a pesar de que ya era interrumpido por el trinar de algún ruiseñor posado en el roble tras la ventana.

-Ayer hablé con Nayara -murmuró Eli-. Me pidió asistirla antes de la ejecución.

-¿No le contó lo que pasó en el cementerio? -quiso saber Leonard.

-No, hijo, de ninguna manera. Pero me confesó que ya sospecha el veredicto.

-Está bien. Mañana le aviso a Joab por zeppograma que usted va a Peña Hueca.

-¿Por qué no vas hoy a su casa y se lo dices? Oí que estaba de licencia en la ciudad.

-Lo siento, pero francamente no se me antoja verlo si no es urgente. Oiga, por cierto, ¿ya pidió al juez que lo deje ir a asistir a la princesa?

Eli apenas respondió sí a la pregunta cuando, de pronto, una escolta de diez guardias ataviados con morriones, petos y gorgueras invadió la sala. Abrieron las dos hojas de la puerta para dar paso a una jovencita que no pasaba de los quince, con cabellera de oro hasta media espalda y ojos como el cielo. Ella tomó asiento en las bancas frente a las del guerrero y el religioso.

-Llegó Sofía -dijo Leonard en voz baja-. Ojalá que no arme otra escena como la de ayer.

El fiscal y el abogado ingresaron tras la comitiva de la princesa. Seguramente habían participado en otros juicios, pues el funcionario saludó de lejos a su contraparte, pero éste no respondió. Luego, entró una secretaria de gafas cuya blusa estaba por reventar. Enseguida, ingresó el juez Strausmann: un hombre alto, de gesto duro, peluca empolvada y toga. La escolta cerró la puerta para formar una valla humana delante de ella.

El alguacil de la corte informó a la audiencia que el juicio se reanudaba.

-Como ustedes saben -dijo el magistrado a modo de apertura-, yo no creo en los conjuros como herramienta para resolver un crimen. Si acepté, fue a pedido del Sumo Sacerdote, y por consideración al dolor que la princesa Sofía padece por la pérdida de sus padres. Hubiera querido echar mano a los recursos que nuestras leyes proveen para dar con los culpables. Sin embargo, se habría prolongado por meses, o incluso años, el desconsuelo de su alteza. Así pues, la manera más efectiva de impartir justicia, fue recurrir a este método tan poco convencional. Bien. Ahora, prosigamos. ¿La fiscalía toma la palabra?

-Gracias Señoría -dijo el fiscal, un joven trigueño de impoluto traje gris-. Pero no.

Hizo la misma pregunta a la defensa. Pero el abogado solo respondió: "No". Enseguida, el juez ordenó al alguacil que hiciese pasar a los acusados.

El sueño de los reyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora