El trolecoche frenó en medio de una nube de vapor aceitoso y rancio. Las ruedas chirriaron por la fricción con los raíles y algunos pasajeros casi se caen de los asientos.
El vendedor de boletos pasó del carro motor al vagón donde viajaba Erik.
-¡Payis, señores! -anunció- ¡Paramos quince minutos!
Erik cogió su mochila del asiento vacío a su lado. Ahí se bajaba.
El siguiente viaje era de regreso a Soteria. No le interesaba hasta saber lo que había ido a discutir con su tío Yun. El viejo tenía mucho que explicar. Sólo esperaba que no saliera con evasivas, para variar.
La estación del pueblo aún era el cuartito más triste del mundo. Así la recordaba desde niño. El mismo piso de cemento pulido, el mismo techo de zinc, los mismos cristales empañados por el polvo y los mismos dos bancos cuya pintura verde volvieron marrón el tiempo y tantos nombres tallados con navajas en la madera. También olía a pies y a pedos, como en su niñez. Resultaba increíble que ese cuchitril sobreviviera casi intacto a la intemperie y una guerra mientras el resto de Payis aún estaba en reconstrucción. Seguía reuniendo pasajeros sudorosos, cargados de morrales, cajas de cartón, puercos o jaulas atiborradas de faisanes.
Erik salió a la calle. Se paró bajo la sombra del tanque de agua afuera de la estación. El depósito en realidad era un cubo de concreto sobre una columna, verde como sapo, que tenía en la cima un enorme y oxidado anuncio en forma de plancha para ropa. Las calesas recogían ahí a los recién llegados; era cuestión de esperar un poco...
Dejó su mochila en el suelo y le puso encima la gabardina de cuero de su uniforme. De pronto, un fuerte silbido llamó su atención.
-¡Hey! -dijo una voz aguardentosa- ¡Burro!
Erik supo de inmediato quién era. Recogió sus cosas y se las echó al hombro. Nadie osaba compáralo con un animal de carga en público. Ese atrevimiento sólo podía tenerlo aquel viejo muscular, curtido por la sal del exterior, con nariz de patata y bigotes y cejas de cepillo canoso que se hallaba de pie en la esquina opuesta.
-¡Espera! -respondió él y enfatizó la petición alzando el brazo mientras cruzaba la calle- ¡No respires!
-Deprisa, que no soy pescado.
Yun debía tener el sentido del humor más extraño de Payis y Soteria juntas.
-¿Qué andas haciendo acá? -quiso saber Erik en cuanto lo tuvo cerca.
-Nada, hombre -respondió Yun-. Quería comprar hierba para mi pipa. Pero, no han traído. ¿Y tú? -Le dio un golpe amistoso en el hombro- No me has visto en casi un año y lo primero que me preguntas es a dónde voy.
-Porque no esperaba encontrarte aquí. Nunca vienes al pueblo. Bueno, la cosa es que no vengo a verte nada más porque sí. Quiero explicaciones.
-Lo de siempre, ¿verdad? -Yun se puso en marcha; Erik lo siguió-. Ya conoces la historia. Tus padres murieron. Punto. Ya eres bastante grandecito para que te lo diga sin rodeos y aceptarlo. Si no te gusta...
Se oían el traqueteo de un coche tirado por caballos a lo lejos.
-No es eso lo que quiero saber.
-¿No? -Yun volvió la cabeza hacia atrás y arqueó una ceja gris- ¿Qué es entonces?
-Alguien me ha llamado Teslhar...
Yun saltó encima de Erik como ligre sobre venado.
-¡Chist! -Le tapó la boca deprisa- ¡Cállate, pendejo! -escupió éste entre dientes- ¡Nunca digas ese nombre así nomás! -murmuró en un tono rabioso-. ¡Y menos que alguien te dijo así!
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El sueño de los reyes
AventuraLeonard Alkef debe ganar una guerra y salvar a su familia en 24 horas. ¿Podrá con todo?