Leonard sostuvo a Eli apenas comenzaba a caer de espaldas.
—Gracias —dijo el sacerdote en un susurro apenas oíble—. Deja que tu espada te guíe.
Cerró los ojos y dio un ronco suspiro, soltó el báculo pastoral y aflojó el cuerpo.
Leonard depositó al anciano con sumo cuidado sobre la arena. Le buscó los latidos poniendo una oreja en el pecho. Halló un pulso débil pero constante. Bien. El viejo viviría, sin embargo, eso tal vez no tardaba en cambiar. Le puso el cayado en las manos para que no sucediera una desgracia. Resistiría un poco más mientras no soltara el arma sagrada.
Los barcos anclados en el Puerto Norte yacían volcados sobre el costado de babor.
El Maestre creyó percibir un ruido, como si dieran un mazazo a una plancha de metal muy gruesa, aunque, no logró precisar de dónde venía. Mejor se apresuró a desenvainar.
—Lamento que pasaras tantos años enterrada —dijo al mismo tiempo que se llevaba la empuñadura de Semesh a la cara—. Pero te suplico que entiendas. No podía andar contigo por ahí, diciendo que venimos de otro mundo...
De pronto, una voz que llevaba diez años sin oír dentro de su cabeza interrumpió el discurso.
—Lo entiendo —respondió la espada con su voz inaudible—. Y esperaba que hicieras algo así.
Leonard apenas contuvo el impulso de abrazar a su arma. El vínculo no estaba roto, como temía. Crearlo casi le costó la vida. Pero saber que aún podía comunicarse con ella por medio del pensamiento le animó a continuar con lo que iba a hacer en la playa.
"Eli me habló del conjuro Shofar —pensó para explicar a la espada—. ¿Sabes cómo lanzarlo?"
"Desde luego. —Semesh de nuevo le habló la mente—. Aunque no quisiera decírtelo. Este es un conjuro al que no debes recurrir a menos que no tengas alternativa. Tendrá consecuencias muy graves para ti."
"Sé lo que pasará. —Inisitió Leonard—. Pero, necesito eliminar de una sola vez a todos los aerodinos que hay en el aire antes de romper el sitio. No sé si sepas lo que pasó con mi esposa y mi hija. Si no las rescato en veinticuatro horas, morirán."
"Entiendo. —La hoja del arma resplandeció—. Recitaremos el conjuro. Pero será bajo tu propio riesgo."
El Maestre siguió las indicaciones que la espada hizo llegar a sus pensamientos. La empuñó con ambas manos y la alzó tan alto como le alcanzaban los brazos. Luego, debía murmurar las palabras del conjuro. Éstas acudieron a su cabeza como si se tratara de un rezo memorizado, a pesar de que eran del idioma rúnico y de que jamás las había percibido en esa combinación: "Shofar no mirik". Apenas las musitó, la empuñadura se puso caliente. Una bola de energía resplandeciente salió disparada de la punta; se elevó hasta perderse tras las escasas nubes de esa noche. La brisa subió de intensidad para convertirse en ráfagas, después en un ventarrón que trajo gruesas nubes; y un poco más tarde, ya soplaba con una ferocidad ciclónica.
ESTÁS LEYENDO
El sueño de los reyes
AdventureLeonard Alkef debe ganar una guerra y salvar a su familia en 24 horas. ¿Podrá con todo?