Cap. Agregado VII

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Pov. Emily

Decidimos pasar dos noches en un hotel cerca de mi antigua casa.

¿Por qué dos, si ya habíamos terminado la misión?

Para relajarnos, supongo. Para pasar aunque sea una noche más lejos de los problemas que había en el Campamento.

Todos dormiríamos en la misma habitación, porque el dinero no nos alcanzaba para alquilar otras.

Durante la primera noche, esperé que todos se quedaran dormidos y traté de escabullirme por la ventana (por suerte estábamos en la planta baja, así que no fue muy difícil).

Estaba cerrando la ventana cuando escuché que me hablaban.

- ¿Mily? - dijo Sam, con la voz adormilada.

Se paró y buscó con la mirada por toda la habitación, y me encontró detrás de la ventana, donde yo había quedado completamente tiesa.

Sam se acercó hasta la ventana.

- ¿Qué haces? - susurró. Parecía algo enojado.

- Debo ir a hablar con mi padre - susurré.

- ¿No podías esperar hasta mañana?

- No, Sam.

- ¿Y por qué lo haces a escondidas?

- Si lo hacía durante la mañana, ustedes iban a venir conmigo. Esto es algo que necesito hacer sola.

Sam se quedó en silencio, mirándome a los ojos.

- Es peligroso ir de noche - dijo finalmente.

- Sabes perfectamente que puedo cuidarme sola, Ward - sonreí.

Sam me sonrió de vuelta.

- Por supuesto que si, Adams. Pero tú sabes perfectamente que de todas formas iré contigo - dijo, comenzando a salir por la ventana.

- Sam, por favor... - empecé, usando mi embrujahabla.

- Tus poderes no servirán, no esta vez.

- Bien - acepté -, pero te quedarás esperando afuera. Mi padre se enojará si sabe que tengo novio.

- Está bien - sonrió el rubio -, volveré a ser sólo tu mejor amigo por media hora - dijo, logrando que soltara una pequeña carcajada, para luego unir nuestros labios en un corto beso.

Comenzamos a caminar. El hotel solo estaba a unas cuatro cuadras de mi casa.

En el camino no hablamos de nada, simplemente íbamos tomados de la mano.

Ningún monstruo parecía seguirnos ni nada.

- Es aquí - dije, deteniéndome frente a una casa de dos pisos con paredes de ladrillo, con una puerta de madera blanca y ventanas con marcos también blancos.

- Acogedora - comentó mi novio.

- Sí... - respondí algo nostálgica, recordando algunos de los momentos que había vivido dentro de esas paredes de niña.

- ¿Crees que estará despierto? - preguntó Sam.

- Son solo las once. Tampoco es tan tarde. Y sino, lo despertaré.

- Bien - respondió el rubio, para luego besar mi mejilla, aunque en realidad fue casi en los labios.

Me acerqué hasta la puerta. Tenía mi llave de repuesto en el bolsillo. Dudé en si llamar a la puerta o abrirla yo misma.

La otra hija de Poseidón © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora