VI

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Narra Nico

  No estaba seguro de qué pensar sobre Poseidón.

  La mochila sin duda sería útil en algún momento. Estaba llena de cosas de primeros auxilios, agua, barras energéticas, néctar y ambrosía, pero simplemente era muy raro.

  Aunque no iba a negar que me daba algo de envidia. Mi padre nunca se tomaría el tiempo para hacer algo así.

  De todas formas, le agradecí a Poseidón el gesto.

  El humor de Jennifer había pasado de bueno a excelente desde la charla con su padre, y basicamente corría por las calles de Roma.

   — ¿Cuánto falta? — preguntó.

  — Solo unas cuadras — respondí.

  Jennifer siguió avanzando, aunque más relajada, pero seguía yendo unos seis pasos por delante de mí.

  — ¿Y qué es lo que más extrañas de Italia? — preguntó, dándose vuelta nuevamente, ahora caminando de espaldas.

  — La gente.
  
  — ¿Por qué?

  — Son mucho más agradables y relajados que en Estados Unidos.

  — Oh... — murmuró.

  — No sé si volvería, de todas formas. Ya no hay nada ni nadie aquí...

  — ¡Cuidado! — exclamó la rubia, de repente con la espada en su mano.

  En un segundo, me hizo a un lado. Alcancé a darme vuelta para ver cómo una empusa con un afilado cuchillo se volvía una cortina de polvo amarillento, luego de que Jennifer la atravesara con su espada.

  — Gracias — murmuré.
  
  — No es nada — sonrió, volviendo a guardar su espada.

  Seguimos caminando sin ningún otro tipo de interrupción.

  Me dediqué a observar a Jennifer. Con el paso de los años, había aprendido a sacar conclusiones sobre las personas con solo mirarlas caminar un rato.

  Jennifer claramente había pasado por mucho para la edad que tenía, pero a pesar de eso, estaba siempre llena de energía y lucía alegre. Sabía ganarse la confianza de las personas, porque aunque no quería admitirlo, ya había comenzado a ganarse la mía.

  Caminaba erguida y a paso rápido, y su mano de vez en cuando iba hacia su bolsillo, donde guardaba su espada, se quedaba ahí unos segundos y luego la volvía a donde estaba antes. Parecía bastante segura de sí misma.

  No funcionaba conmigo, pero parecía ser una de esas personas que te sacan sonrisas todo el tiempo.

  — ¿Qué tanto me miras? — preguntó de repente. Sentí mis mejillas volverse ligeramente rojas.

  — Nada — respondí. La chica soltó una risa y siguió caminando.

  Por Hades, pensé.

  Doblamos a la izquierda, y a lo lejos pude ver el monumento, blanco e imponente.

  — ¿Todo es tan lindo en Italia? — preguntó Jennifer, observando el monumento. No respondí.

  Seguimos avanzando la cuadra que quedaba, y comencé a sentir un leve cosquilleo a la altura del estómago, aunque no pude decir si era por un buen o un mal presentimiento.

  — Algo anda mal — me dijo Jennifer, mientras llevaba su mano hasta su bolsillo y tomaba su labial, pero sin destaparlo.

  Pero ya no había vuelta atrás. Aunque quisiéramos, ya no podíamos irnos.

La otra hija de Poseidón © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora