Capítulo XXIX

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Me desperté agitada de nuevo. ¿Por qué tengo todas esas visiones? Lo peor de todo es que siempre son las mismas. Yo cayendo vaya a saber dónde. Yo hablando con Nico di Angelo (le había hablado a Annabeth de mis visiones, y ella me había contado quien era el chico pálido). Yo encerrada en algún lugar con la linterna extraña.

Miré la habitación del hotel en el que parábamos, que, por cierto, era un completo desastre.

El lugar era un cuadrado perfecto. Había cinco destartaladas camas alineadas contra una pared una al lado de la otra. Eran bastante incómodas, pero era mejor que el suelo. Además, había un pequeño baño. Estábamos en el tercer piso del edificio, y teníamos un minúsculo balcón.

Decidí salir a tomar un poco de aire.

Con la vista perdida en algún punto de la ciudad, me puse a pensar en lo que había pasado en los últimos días.

Hacía ya cinco días que estuvimos en el Inframundo. Ahora nos encontrábamos en el estado de Kansas, y durante ese tiempo al parecer los monstruos habían decidido darnos algo de paz. Se podía decir perfectamente que yo estaba en estado de depresión.

Desde que había hablado con Hades sobre la desaparición de Percy, no había conseguido pegar un ojo por más de dos o tres horas. Las visiones aparecían cada vez que cerraba los ojos.

- ¿Estás bien? - me preguntó James a mis espaldas. Era casi medianoche.

- Pensé que estabas dormido - respondí. Mi voz sonaba algo perdida.

- ¿Visiones? - volvió a preguntarme, y yo me limité a asentir. - ¿Las mismas de siempre? - volví a asentir.

El chico se sentó al lado mío. No lo miraba a los ojos, pero notaba su mirada clavada sobre mí.

- ¿En qué piensas?

- En mi hermano - admití. No me gustaba hablar del tema, y las pocas veces que lo hacía me entraban ganas de llorar. Llevaba mucho buscándolo, y después de una misión de casi dos meses lo único que había averiguado es que Gea no lo tiene como prisionero.

- Y también en la profecía - volví a hablar. - Ya solo faltan los últimos versos...

- No pienses en esas cosas - me cortó mi novio, pasando su brazo sobre mis hombros.

- ¿Y entonces en qué pienso? - dije. - ¿En tí? - reí.

- Me gusta la idea - sonrió, y yo también.

Hizo que me sentara en junto a él y acercándose a mí lentamente juntó nuestros labios.

Le devolví el beso sonriendo, y rodeé su cuello con mis brazos, y él puso los suyos sobre mi cintura.

Me separé de él solo cuando necesité oxígeno. Juntamos nuestras frentes.

- Me encantas, Collins - dijo y me sonrojé.

- Y tú a mí, Blackwell - dije antes de volver a besarlo.

Me separé de él nuevamente, y enterré mi cara en su cuello. Pequeñas lágrimas comenzaron bajar por mis mejillas. Odio llorar. Siempre lo odié.

- No llores - susurró James en mi oído, abrazándome.

Odio parecer débil. Odio llorar. Odio a Gea. Odio al que tiene a mi hermano y odio especialmente no poder encontrarlo.

Seguí llorando. En serio no quería hacerlo, pero las lágrimas salían de mis ojos sin permiso.

James acariciaba mi cabello y me susurraba que no llorara en el oído, pero ni eso me tranquilizaba. Lo único que quería era ver a mi hermano. Vivo.

La otra hija de Poseidón © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora