No sabía que esperar, pero definitivamente no me imaginaba de esa forma la entrada al Inframundo.
Había tres entradas distintas bajo un gigantesco arco negro, en el que se podía leer 《ESTÁ ENTRANDO EN ÉREBO》. Cada entrada tenía un... ¿detector de metales? con cámaras de seguridad. Detrás había cabinas de aduanas ocupadas por fantasmas vestidos de negro, igual que Caronte.
El rugido de Cerbero se escuchaba a la perfección, pero no podía ver al animal que resguardaba las puertas del Hades por ningún lado.
Había tres filas de muertos, dos señaladas como 《EN SERVICIO》 y la otra ponía 《MUERTE RÁPIDA》. Esta última avanzaba casi tan rápido como Grover corriendo cuando hay enchiladas para comer. Las otras dos iban a la velocidad de las tortugas.
- Vaya lugar. Definitivamente pasaré aquí mis próximas vacaciones - comentó Sam.
- No es momento para comentarios idiotas - dije algo cortante. Estar allí me ponía nerviosa.
- ¿Estás bien? - volvió a preguntar el rubio.
No sabía si lo estaba. Allí estaba mi madre. En algún lado su espíritu vagaba... y estaba un 99% segura de que había ido a parar a los Campos Asfódelos.
- Sí - mentí.
Se escuchó un grito desgarrador. Llevé la mano instintivamente a mi bolsillo para sacar a Akti Selinis y giré la cabeza. Mi espada no fue necesaria.
Un par de fantasmas con hábitos negros habían apartado a un espíritu y lo empujaban hacia un mostrador de seguridad.
- Directo a los Campos de Castigo, sin siquiera pasar por el jurado - habló Sam de nuevo.
- ¿Jurado? ¿Existe un jurado para los muertos?
- Sí. Hasta donde sé, Minos lo encabeza. Si fuiste alguien importante en la vida, vas a los Elíseos. Si fuiste malo, a los Campos de Castigo. Y si simplemente, bueno, viviste...
- A los Asfódelos - terminé por él. Me giré para verlo. Él y yo teníamos algo en común. Ambos habíamos perdido a nuestras madres por causa de los Dioses o algo relacionado con ellos. La mía se sacrificó. La de Sam murió por una estúpida llave, que encima tenía que devolver.
No solo la muerte es injusta, la vida también lo es.
Se me hizo un nudo en la garganta al pensar en mi madre y comencé a ver borroso por causa de las lágrimas.
No, me dije. No llores. No aquí. No ahora.
- Sigamos - le dije a Sam. Él simplemente asintió.
Nos acercamos más a las puertas, y seguíamos sin ver a Cerbero, lo que era técnicamente imposible. ¿Cómo escondes un perro gigante de tres cabezas? Se escuchaban sus gruñidos y aullidos, que hacían vibrar el suelo, pero ni rastros de él.
Entonces, unos quince metros delante de mí la niebla verde resplandeció. Justo donde el camino se dividía en tres había un monstruo enorme envuelto en sombras. Era semitransparente, como los muertos, y era probable que por eso no lo hubiera visto antes. Quieto como estaba, se confundía con cualquier cosa que tuviera atrás. Solo sus ojos y sus dientes parecían sólidos.
- Lindo perrito - dijo Sam al ver a Cebero. - Lindo perrito Rottweiler con dientes de sable y tres cabezas.
No pensaba mucho en Cebero, pero definitivamente me lo imaginaba más pequeño. Parecía un perfecto Rottweiler, con la minúscula diferencia de que tenía tres cabezas, era el doble de grande de un mamut y era prácticamente invisible.
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La otra hija de Poseidón ©
FanfictionSer hijo de los dioses suena divertido, pero no lo es. Es peligroso. Monstruos te persiguen día y noche. Tienes enemigos desde el momento en el que naces, aunque ni siquiera los conozcas en persona. Jenn Collins lo sabe porque lo ha vivido en carne...