Capítulo XX

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  Los días fueron pasando, y tomando distintos autobuses (además de otros transportes) llegamos a mitad de camino. ¡Sí! Estábamos en Kansas.

  Durante el viaje hasta allí, nos atacaron un total de tres monstruos distintos.

  En Kentucky, un grupo de cuatro Aves del Estínfalo (aves monstruosas que tenían picos, alas y garras de bronce, además eran venenosas y carnívoras). No se pueden atravesar con espadas, y sin una campana de bronce se podría decir que fue difícil espantarlas.

  En Misuri fue el turno de las furias y un perro del infierno. ¿Qué problema tenía Hades con nosotros? El caso es que eran cuatro furias y el perro del infierno contra nosotros. En esos momentos de verdad extrañé a la Señorita O'Leary. 

  Bueno, ahora habíamos llegado a la mitad del camino, literalmente. Se podría decir que estábamos en el medio del país. Estábamos en la capital de Kansas, Topeka. ¿Qué por qué nos desviamos tanto hacia  Norte? El perro del infierno no se cansaba de revivir, nos desviamos hacia el Norte de Misuri, y no nos deshicimos de él completamente hasta que llegamos a Topeka.

  Todo eso paso en exactamente una semana. Eso significa que ya llevábamos más de un mes buscando a mi hermano (estábamos en Enero). La mayor parte del tiempo la pasamos en el hospital culpa de las dracaenas, pero igual era bastante tiempo.

  Habíamos pasado las noches en lugares en los que nunca pensé que dormiría alguna vez.

  Respecto a James... no le había contado a nadie lo que sentía por él. Y no pensaba hacerlo. No soy la que va hablando de eso por todos lados. Lo peor es que cada día me gustaba más, y más incómodo se volvía estar a su lado. Ni siquiera imaginen el esfuerzo que requería hablarle a la cara todos los días.

  En cuanto llegamos a Topeka, lo primero que hicimos fue buscar un lugar para dormir. Decir que estábamos exhaustos era poco, y además a James se le había doblado un tobillo.

  - ¿Te duele? - le preguntó Annabeth. James solo asintió. Intentó mover el pie, pero descartó la idea apenas hizo el más mínimo esfuerzo.

  Estábamos en una estación de tren abandonada (sí, lo sé, muy acogedor). Sam y Emily habían salido para buscar comida y agua en algún lugar cercano.

  - Hay que inmovilizarlo - le recomendé a la hija de Atenea. Ella solo asintió pensativa.

  En eso estábamos cuando el hijo de Hermes y su novia volvieron. No traían solo comida. Traían vendas y otras cosas (no me preguntes qué, que no soy doctora, y aunque descienda de Apolo, de enfermería no entiendo nada) para inmovilizar el pie del hijo de Ares.

  - ¿Qué creían? - dijo Sam al ver la cara de sorpresa de Annabeth. - No somos tan idiotas.

  - Ningún hijo de Hermes es idiota - dijo una voz masculina que no había escuchado en mi vida.

  Un hombre con cabello marrón y ojos del mismo color, de estatura promedio se acercaba a nosotros. Tendría unos... ¿cuarenta años?

  Iba vestido con un traje gris, zapatos negros y corbata verde pasto.

  En la mano tenía un caduceo. Era totalmente plateado, tenía dos serpientes enrocadas a lo largo del palo, y la punta iba decorada por un par de alas.

  - ¿Hermes? - preguntó Sam, boquiabierto. - ¿Padre?

  - Hola hijo - le respondió el Dios.

  - ¿Qué haces aquí? - siguió el rubio, al parecer sin poder creer que frente a él estaba Hermes.

  Hermes rio. 

La otra hija de Poseidón © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora