Pov. Annabeth
Me desperté algo exaltada por las imágenes que había en mi sueño.
No tenía la más mínima idea sobre quiénes podían ser esos cinco semidioses, si es que lo eran. Tres iban con remeras iguales, y los otros dos con ropa cualquiera.
Decidí no darle muchas más vueltas al tema. Tampoco es quería hablar sobre él con alguien. Por el momento prefería que quedara en secreto.
Miré por una de las ventanas con amarillentos y rotos vidrios que había en el lugar. Por la luz que entraba, debían ser pasadas las cinco de la tarde.
- Annabeth - dijo una voz detrás de mí.
- Emily - dije dándome la vuelta. Le sonreí a la chica. - ¿Cómo están los otros? - pregunté.
- Jennifer fue la única que se despertó en un momento, pero luego volvió a dormirse.
- ¿Y cuánto llevo yo dormida?
La chica miró su reloj de pulsera.
- Cinco horas.
- ¡¿Cinco horas?!
- Si. - Al ver mi cara de horror, sonrió. Sus dientes eran perfectamente blancos, y no eran ni muy grandes, ni muy chicos. Las ventajas de ser un hijo de Afrodita. - Tranquila. No hay problema. No ha pasado nada interesante.
- Bien - suspiré. No me gustaba que me dejaran dormir tanto mientras los otros se encargaban de lo que había que hacer. - ¿Y qué hora es?
- Las cuatro y media. - O sea que la pelea había durado mucho más de lo que creía.
- ¿Y... qué has hecho estas cinco horas?
Emily señaló un círculo de un viejo cartón, en el que había dibujado cuatro círculos y un centro, simulando una diana. Había varios agujeros pequeños, como si les hubieran disparado flechas. La mayoría de ellos estaban alrededor y dentro del pequeño círculo central.
- Después de curar a Jenny, - había olvidado que ella le decía Jenny a Jennifer - a James y a Sam, me puse a practicar con el arco - siguió señalando con la cabeza el carcaj plateado con detalles dorados, lleno de flechas que tenían el palo plateado, y la punta dorada. A su lado yacía un arco, plateado como el carcaj, también con algunos detalles dorados.
- ¿Y de dónde lo sacaste? - pregunté.
- Se lo pedí a mi madre - dijo como si nada.
- ¿Así sin más? - pregunté sorprendida. - ¿Y te respondió?
Ella se limitó a asentir.
- Le dije que necesitaba algo más que esto - dijo sacando una bonita daga. Como era de suponer, la hoja estaba hecha de bronce celestial. La empuñadora era de madera... Madera de roble, adiviné. Madera de roble con bonitas incrustaciones de oro y plata... ¿por qué todas las armas de Emily tenían oro y plata?
Había algo grabado en el mango. Algo en griego antiguo. Δεν Επιστροφή. Den Epistrofí. Sin Retorno.
- Sin Retorno... - murmuré paseando el arma entre mis dedos. - ¿Por qué "Sin Retorno"?
- Está... hechizada, por llamarlo de alguna forma. Sin Retorno. Sin retorno del Tártaro - la última palabra de la chica retumbó con eco por todo el lugar. Los nombres son peligrosos. - Es única. O al menos eso me dijo mi madre cuando me la dio. Sinceramente, no sé cómo es que hace para que los monstruos se queden en allí, solo sé que no vuelven, que el arma no sirve si no la usa el dueño y que si la uso contra un mortal o semidiós, será como haber usado una daga común.
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La otra hija de Poseidón ©
FanfictionSer hijo de los dioses suena divertido, pero no lo es. Es peligroso. Monstruos te persiguen día y noche. Tienes enemigos desde el momento en el que naces, aunque ni siquiera los conozcas en persona. Jenn Collins lo sabe porque lo ha vivido en carne...