II

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  Narra Nico

  Lo que me faltaba.

  De todas las personas que existían en el mundo, tenía que venir a toparme con una hija de Poseidón. 

  Genial. Simplemente genial.

  Aunque bueno, no me había tomado completamente por sorpresa, y sabía que no me liberaría de ella por más que lo intentara. Estaba la profecía, la que había encontrado de casualidad en el Campamento Júpiter, y que era más que obvio que estaba dirigida a mi y a Jennifer.

    “Princesa del agua y rey de los fantasmas caminos cruzados tendrán.
  Al principio no se entenderán.
  Deberán atravesar la fosa más oscura y la salida rápido hallar si vivos quieren terminar.
  Una clave elemental para la misión de los siete encontrarán.
  Y tal vez, al final, su relación inquebrantable se volverá”

  No sabía que significaba lo de princesa del agua, aunque ahora era más que evidente. Era ella, sin lugar a dudas. La hermanita de Percy Jackson.

  Dioses, si conocías a Percy, bastaba con mirarla unos cuantos segundos para darte cuenta de que eran hermanos. Sus facciones eran casi idénticas, la única diferencia era que en Jennifer eran algo más delicadas. Sus ojos eran literalmente copias: color verde marino, con la mirada alegre, pero con evidente dolor en el fondo. Incluso su forma de empuñar la espada era la misma.

  La única gran diferencia era su color de cabello. El chico tenía el pelo negro azabache, y la chica rubio dorado.

  ¿Por qué, Hades, por qué?

  Frustrado, me alejé del río y me encaminé hacia mi carpa.

  Digamos que Jennifer no podría haber aparecido en un momento más inoportuno, justo cuando había encontrado el lugar exacto al que mis sueños me habían estado guiando: el lado mortal de las Puertas.

  Dioses, no llevaba ni siquiera una tarde en Roma. ¿Era tanto pedir un día de paz?

  Llegué hasta el claro donde se encontraba mi carpa y entré en ella. Fui hasta mi mochila. Me saqué mi campera de aviador, y luego mi camiseta, ambas empapadas por culpa de la hija de Poseidón y sus estúpidos poderes.

  Busqué una de las otras dos camisetas que tenía en la mochila, y me puse la que era completamente negra.

  Volví a salir de la carpa, cuando se escucharon truenos en la lejanía. Vi un par de rayos y relámpagos en el cielo. Una gota de agua cayó en mi nariz.

  — Por lo menos ya estoy mojado — murmuré.

  Miré a mi alrededor. Me di cuenta de que Jennifer no estaba.

  Se fue, pensé algo más aliviado. Luego reparé en que sus cosas seguían allí.

  Durante el instante en el que los truenos se callaron, pude oír sollozos.

  — No puede ser cierto... — dije.

  Comencé a caminar, guiándome por el sonido de los sollozos. A solo unos cuantos metros de distancia, sentada contra un gran árbol, Jennifer jugueteaba con un labial en sus manos, su mirada clavada en el suelo. Las lágrimas corrían libremente por sus mejillas.

  Iba a darme la vuelta cuando ella habló.

  — Estúpido — murmuró.

  — ¿Disculpa? — dije, pensando que se refería a mi, pero me di cuenta que ni siquiera había reparado en mi presencia.

  — ¿Qué...? — levantó la cabeza —. Oh, no hablo de ti — dijo secándose las lágrimas con el dorso de la mano.

  No respondí. La chica se me quedó mirando.

La otra hija de Poseidón © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora